Hace más de 90 años, el régimen totalitario comunista de Stalin perpetró un crimen que hoy el Parlamento de Ucrania y numerosos países del mundo reconocen como genocidio dirigido contra el campesinado ucraniano que no quería someterse al mando de Moscú.
La confiscación forzada de alimentos, la imposición de bloqueos, la prohibición de abandonar regiones hambrientas y la represión violenta hicieron imposible la supervivencia de millones de ucranianos: el Holodomor (“muerte por hambre”) no fue una catástrofe natural, sino un crimen planificado cuyo objetivo era quebrar la identidad nacional ucraniana.
En esta misma línea de reconocimiento histórico, el 9 de septiembre de 2023 el Senado de la República de Chile aprobó una declaración política en la que reconoce y condena la hambruna de 1932–1933 en Ucrania como un acto de genocidio contra el pueblo ucraniano. Este gesto no solo reafirma la dimensión mundial de esta tragedia, sino también la solidaridad del pueblo chileno con Ucrania.
La memoria de esta tragedia adquiere un significado especialmente doloroso en el contexto de la actual agresión rusa contra Ucrania. Hoy, como entonces, Moscú intenta destruirnos como pueblo, utilizando no solo medios militares, sino también desinformación, coerción, deportaciones y tácticas de terror. La historia ha demostrado que, cuando la verdad sobre los crímenes del régimen ruso es silenciada o minimizada, las tragedias se profundizan.
La historia del Holodomor no solo se escribió con documentos oficiales —muchos de ellos destruidos por el régimen soviético— sino también gracias al coraje individual de personas que se negaron a aceptar la mentira como norma. Entre ellos destacan nombres cuya memoria ilumina la lucha por la verdad frente a la propaganda: Alexander Wienerberger, Gareth Jones y James Mace.
El ingeniero austríaco Alexander Wienerberger trabajaba en Járkiv como director técnico en fábricas soviéticas cuando, en 1933, fue testigo directo de una realidad imposible de ignorar: calles con cuerpos abandonados, niños agonizando, mujeres buscando hierbas para sobrevivir, colas interminables frente a panaderías vacías.
En un país donde fotografiar la hambruna podía significar deportación o muerte, Wienerberger tomó más de 100 imágenes de manera clandestina. Gracias a la ayuda de diplomáticos austríacos, logró sacar los negativos fuera de la Unión Soviética. Sus fotografías se convirtieron en la evidencia visual más contundente del Holodomor, difundidas en Viena en 1934 y posteriormente en el mundo occidental.
Muy pocos periodistas de la época se atrevieron a desafiar la versión oficial soviética. El más valiente de ellos fue el reportero galés Gareth Jones, de apenas 27 años. En marzo de 1933, viajando sin escolta oficial, caminó a pie por aldeas ucranianas y vio con sus propios ojos lo que más tarde narraría en sus artículos: “Vi aldeas enteras muriendo. La hambruna no es propaganda: es una realidad”.
Sus artículos aparecieron en la prensa del Reino Unido, Alemania y Estados Unidos, provocando escándalo internacional. Por decir la verdad, Jones fue difamado, vetado por Moscú y ridiculizado por influyentes periodistas prorrégimen.
Décadas después, en los años 80, el historiador estadounidense James Mace desempeñó un papel decisivo en el reconocimiento internacional del Holodomor. Como director ejecutivo de la Comisión del Congreso de EE.UU. sobre la Hambruna en Ucrania, recopiló cientos de testimonios de supervivientes en América del Norte. Fue él quien formuló una de las conclusiones más contundentes: “Stalin cometió un acto de genocidio contra el pueblo ucraniano”.
Más tarde, viviendo en Kyiv, Mace se convirtió en uno de los principales defensores de la conmemoración pública del Holodomor. A él pertenece la idea de encender una vela en la ventana cada cuarto sábado de noviembre – un gesto que hoy une a millones de ucranianos y amigos de Ucrania en todo el mundo.
En el extremo opuesto está el periodista estadounidense Walter Duranty, corresponsal del New York Times en Moscú y ganador del Premio Pulitzer en 1931. Seducido por los privilegios que le brindaba el régimen soviético, Duranty negó sistemáticamente la existencia de la hambruna.
Aunque sabía de ella –según cartas privadas y testimonios de colegas- sus artículos ayudaron a desactivar la presión internacional y brindaron a la URSS una coartada propagandística en el momento más crítico. La negación de Duranty no fue solo un error periodístico: contribuyó a que el mundo guardara silencio mientras millones de ucranianos morían. Hoy, su nombre es un recordatorio de que la desinformación también mata.
Las historias de Wienerberger, Jones, Mace y Duranty nos enseñan que la verdad no es un hecho neutro, sino una elección moral. Unos arriesgaron su vida o su futuro por decirla. Otros la vendieron por la vida lujosa, privilegios laborales y acceso político.
El cuarto sábado de cada noviembre, Ucrania honra la memoria de las víctimas del Holodomor de 1932–1933 y de las hambrunas artificiales de 1921–1923 y 1946–1947.
Este año, el 22 de noviembre, a las 16:00, invitamos a todas las personas de buena voluntad a unirse al minuto de silencio y a encender una vela de memoria en sus ventanas. Cada luz encendida simboliza la vida extinguida por la violencia y la fe de los vivos en la dignidad humana y en el futuro.
Ucrania sigue en pie. Sigue luchando. Sigue defendiendo la libertad – la propia y la de todos.