El trabajo de cuidados —remunerado y no remunerado— es la base silenciosa que sostiene nuestras economías, nuestras familias y nuestras comunidades. Sin embargo, durante décadas ha sido invisibilizado en las políticas públicas y desvalorizado en los modelos económicos tradicionales.
Hoy, cuando el mundo enfrenta importantes cambios sociodemográficos, con un rápido envejecimiento poblacional y una baja en la natalidad que llega a su cifra más baja en Chile con 1,17 hijos por mujer; crisis derivadas del cambio climático, que afectan las actividades productivas y la salud de las personas; y desigualdades persistentes, evidentes en la distribución de ingresos, avanzar hacia sociedades del cuidado se vuelve no solo urgente, sino imprescindible.
Desde Latinoamérica hemos impulsado políticas entendiendo que los cuidados deben convertirse en el cuarto pilar de la protección social. La priorización de sistemas de cuidado con un enfoque integral y de curso de la vida ha puesto a Chile, junto a países como Uruguay, Brasil, Colombia y México, a la vanguardia de la temática.
En particular, Chile se está convirtiendo en referente regional con la implementación del Sistema Nacional de Apoyos y Cuidados, Chile Cuida, que demuestra cómo políticas públicas innovadoras pueden transformar la protección social al reconocer el cuidado como una necesidad, un derecho y un bien público.
Porque sabemos que invertir en cuidados genera beneficios concretos: mejora la participación laboral, impulsa la educación, fortalece la salud y dinamiza la economía.
América Latina, África y Asia comparten desafíos estructurales similares y es por eso que la cooperación internacional juega un papel importante. Países muy distintos entre sí, compartimos sistemas de protección social fragmentados e hiperfocalizados, alta informalidad laboral y una distribución desigual del trabajo doméstico y de cuidados que recae principalmente en las mujeres. La carga invisible del cuidado limita su autonomía económica, restringe su participación social y económica, y perpetúa brechas que se heredan de generación en generación.
En este contexto, la Segunda Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social representa una oportunidad histórica. Treinta años después del primer encuentro en Copenhague, los estados, organismos internacionales y organizaciones de la sociedad civil nos volveremos a reunir para revisar los avances, compartir experiencias y renovar los compromisos con el desarrollo social inclusivo.
Pero también será el momento de mirar de frente una realidad que atraviesa todos los continentes: sin sistemas integrales de cuidados, no hay desarrollo sostenible posible.
Por eso, la cumbre debe servir para instalar una agenda global de cuidados, que reconozca el valor económico y social de este trabajo, promueva la corresponsabilidad entre Estado, mercado, comunidad y familias, y avance hacia políticas públicas que garanticen tiempo, servicios y derechos. Invertir en cuidados es invertir en desarrollo humano, cohesión social y economías más resilientes.
Fortalecer los cuidados no es solo una política social, es una política de desarrollo. La Cumbre Mundial ofrece la posibilidad de reconocerlo colectivamente y de construir, entre todas las regiones, un nuevo pacto social basado en la interdependencia, la equidad y la dignidad. Porque cuidar, y ser cuidado, es la esencia misma de una vida buena, y el fundamento de un futuro común más humano.