Centro Perrera Arte

Antonio Becerro y 30 años del Centro Perrera Arte: "Una cicatriz viva en la ciudad de las heridas"

Por Tu Voz

25 octubre 2025 | 08:46

En los años noventa, cuando se hizo conocido por sus esculturas de perros, este enigmático artista y su violenta irrupción en los medios de comunicación captaron mi atención. La opinión pública hablaba de un híbrido espantoso: diputados y periodistas lo tildaban de engendro antinatural, un artista desquiciado, loco.

Por Pablo Asenjo

Dividió al país, y las tranquilas aguas del arte se tornaron turbulentas. “¿Es esto arte realmente?”, “¡Qué asqueroso, perros embalsamados!”, “¿Debe devolver el Fondart?” eran las preguntas que agitaban a Chile en los primeros años de la democracia. Tanto fue así que la prensa internacional recogió el suceso: en Australia lo calificaron como una expresión de apertura democrática; en España, Alemania y Francia destacaron la noticia de aquellas esculturas de perros quiltros.

El impacto, el morbo y el método carnicero con que elaboraba sus obras descolocaban. Antonio Becerro recogía cadáveres de perros atropellados en las carreteras de Chile para embalsamarlos y transformarlos en esculturas caninas.


Una tarde, después de verlo en una encendida entrevista en el programa El Termómetro de Chilevisión —que terminó, como era de esperar, en escándalo: Becerro le arrojó un perro muerto al diputado Fulvio Rossi—, me lo crucé en Plaza Italia. Lo seguí unos metros y me atreví a invitarlo a tomar una cerveza. Me miró con desconfianza. Tras ese artista desafiante se adivinaba una persona inquietante y, a la vez, meditativa, como si observara la vida a través de un microscopio.

Becerro, de carácter fuerte, me habló entonces de su proyecto: un centro cultural llamado Perrera Arte. Ahí todo cambió para mí: lo vi como un Frankenstein de la cultura. ¿Quién recoge perros muertos para hacer arte y transforma una vieja perrera en un centro cultural?

Hoy, en su nuevo paso por Santiago, nos reunimos para un café. Siempre cauto, conversamos sobre la historia de Perrera Arte en sus treinta años de trayectoria y sobre el ícono que su fundador ha llegado a ser. Un Becerro distinto: sereno, conmovido por la contingencia, que habla de política y de la decadencia del arte nacional. Luego, con voz más baja, sólo menciona la montaña, el bosque y los animales con los que hoy comparte sus días.


—¿Qué recuerdos o imágenes vienen a tu mente cuando piensas en los inicios de Perrera Arte, allá por 1995?

“Las goteras. El agua entrando por todos lados. El frío. La lluvia que se filtraba lentamente desde las terrazas, incluso en los días soleados. Era como una caverna. Muchos artistas que comenzaron y se sirvieron de Perrera Arte saben de esa realidad. Los fantasmas le tenían respeto a los pastabaseros del río Mapocho.”

—La Perrera fue primero un horno crematorio de basura, luego refugio de animales y después casa de artistas. Hoy es un cuerpo vivo de memoria. ¿Qué significa habitar esa metamorfosis?

“Kafka es mi Buda. Solo buscaba mi lugar. El arte es una herramienta prehistórica para sobrevivir al horror de estar vivo, para salvar el día a día y no caer en el espiral del laberinto existencial. Me siento como un lobo agazapado, un perro apaleado amarrado en la carretera, expuesto a la intemperie para ser atropellado. Todos sufrimos, no solo Mon Laferte.”

—¿Lo de la cantante lo dices por su reciente declaración sobre Valparaíso?

“Sí. No he dejado de pensar en sus palabras sobre los artistas desplazados. Más allá de ella, me molesta la arbitrariedad del poder y el uso del dolor como privilegio.

“Las desgracias no son únicas. El dolor en Chile no da para la meritocracia. Las posibilidades de ascenso solo existen para el poder y sus apellidos. Chile nunca a reconocido a tiempo a sus artistas.

“La carta que escribió la poeta Amanda Durán para Bío Bío fue esclarecedora: hablaba de la desesperanza colectiva, de la precarización del medio artístico, de la pobreza económica e intelectual del arte chileno actual.”


—Volviendo al origen del Centro Experimental Perrera Arte, ¿qué te llevó a ver belleza donde otros solo veían ruina?

“La yegua Lemebel me dijo: “Tú eres un excéntrico que pone la mirada y la poesía donde otros la esquivan”. Bonita lectura de Pedro Lemebel.”

—¿Cómo se construye un centro cultural desde lo marginal, en una ciudad que tantas veces ha querido olvidar sus bordes?

“Con rabia, con hambre, con trabajo. Aguantando burlas, envidia y ninguneo. No escuchamos a esa ciudadanía que quiere olvidar sus bordes, todo lo contrario: esa costumbre chilena fue el motor para vencer la desidia colectiva.

“En cuanto al edificio, la restauración ha sido siempre fiel a su arquitectura y a su memoria.”


—En tres décadas, el arte, la ciudad y el país han cambiado. ¿Cómo ha cambiado tu manera de entender la creación y la resistencia?

“El arte, dentro y fuera del sistema, sigue siendo una forma de salvación. El mercado es legítimo, pero también perverso y clasista. El arte me salvó varias veces del aburrimiento, la desesperanza y el suicidio. En lo social, es un ejercicio liberador, un dispositivo radiactivo contra la brutalidad humana. Si a alguien le sirve lo que hago… ¡Gloria a Dios!”

—Citas seguido a Dios y a la Biblia. ¿Eres creyente?

“No, pero me gusta la ciencia ficción de Dios. El arte que inspiró esa idea es fascinante. Leía la Biblia y me creía evangélico. Fui a iglesias buscando sentir el Espíritu Santo como revolución.”


—Muchos te recuerdan como un punk bohemio de los noventa. ¿Qué queda de ese Becerro?

“Usaba bototos con punta de fierro, de construcción, para sobrevivir en la calle. Los compraba en el persa de Franklin, donde todo era barato. Me cargan los arquetipos: el punk es una actitud, no una apariencia.

“Siempre me han leído mal. De bohemio no tengo nada; me considero un conservador libertario, fome si quieres. Me aburria la gente. En todo caso el bum de la escritura, del arte y la música era muy buena, mil veces mejor que la mediocridad de ahora.

“Muchos de mis conocidos se perdieron en la ansiedad, la depresión, la adicción. No es un juicio moral, es un hecho. Solo le aguantaría una adicción a Violeta Parra o a Kurt Cobain.”

—¿Cuáles son los momentos o gestos imborrables de estos treinta años?

“Difícil de resumir. Mucha gente maravillosa, generosa, con voluntad que aportó su grano de arena. Pero también, como en todos los espacios, pasaron los chantas, los inseguros, los chinches mal olientes, gente complicada con la salud mental hecha mierda.

“Recuerdo con cariño a nuestros perros guardianes: Flori, Capitán y el gran Suuufito un colaborador entrañable

“Como extensión el proyector de arte social Pintacanes, el Festival de Canes, que premiaba a los artistas emergentes destacados. La acción de arte “La Obra” que exhibió un alumno problema y que hoy es un destacado tenor nacional a nivel internacional. Son miles de convocatorias de arte que fueron catapultas para emergentes artistas.

“Obras como “Salmuera” de Pancha Núñez me marcaron, las performances de Pedro Lemebel, los aullidos poéticos de Carmen Berenguer. Las coreografías de la Compañía I.D.E.a, “El testigo”, la implacable obra de Claude Brumachon. También las realizaciones que se produjeron totalmente en Perrera arte.

“Y la restauración del edificio histórico fue como restaurar un cuadro: descubrir huellas, memoria, belleza oculta.”


—¿Alguna anécdota que guardes con especial cariño o ironía?

“Una cena con Patricio Guzmán, conversaciones lúdicas con Raúl Ruiz, discusiones con Lemebel, consejos de Balmes, la primera cumbre guachaca dirigida por Andrés Pérez como tributo a Roberto Parra, Los comentarios asertivos de Carlos Leppe, la tristeza en el rostro de Guillermo Núñez.

“También rememoro la mirada de Mónica Echeverría, los aullidos de Carmen Berenguer, los saludos afectuosos y épicos de don Armando Uribe Arce, poeta y ensayista defensor de la nacionalización del cobre. En fin, gran parte de la historia cultural de Chile está en los muros y las sombras de la Perrera Arte.

“Y claro, una las anécdotas irónicas: un día asistió uno de los creadores de 31 Minutos. No sabía quién era. Tenía una panza enorme y le pregunté, en broma, cuántos perritos esperaba. Se ofendió. “No vine al evento vine por una mujer”. Luego me dijo: “Yo soy de Vitacura”. Muchos se jactan de dónde vienen. Algunos de la población, otros del barrio alto. Hay que aguantarlos a todos. Me carga la gente que se lo toma todo a la personal. Qué tiene que hacer uno ¿seguir la corriente?”

– El acercamiento con la institucionalidad cultural actual ¿Es una contradicción, un acomodamiento, arribismo?

“Nunca nos aburguesaremos, porque no respondemos a las aspiraciones de la clase media. Aspiracional que horror. Eso ya lo hacen muy bien los políticos partidistas.

“Como proyecto colectivo sin clase social nos cargan muchos prejuicios y etiquetas rancias. Siempre ha sido una joda lidiar con las clases sociales, las elites, los pitutos, los amigos y enemigos del doble estándar. Por eso, estos cambios son vitales. Ahora las mujeres que lideran el proyecto son una jauría, son parte de la historia sin clase social.”


—¿Qué aprendizajes deja esta travesía colectiva de tres décadas?

“Los colectivos unidos son un arma para enfrentar el desprecio por la cultura. Solo la colectividad puede dar salida a la precarización.

Cumplir 30 años de independencia, crear y administrar, es una locura. Las autoridades nunca nos leyeron bien. Podríamos haber hecho más por una cultura viva, por el legado de nuestros próceres. El arte debe llegar a la gente, no a unos pocos.

“Recuperamos la democracia, pero constatar que se ha convertido en una peluca rubia con piojos, traslapa el sentido del decreto soberano de la democracia participativa. Algo está mal. No me gusta la puta vida.”

—¿Qué lugar ocupa la desobediencia en la historia de la Perrera?

“Las compañeras que están a cargo ahora son desobedientes por naturaleza y por conciencia. Son el nervio del cuerpo. Parecen que sienten todas juntas al mismo tiempo y en el mismo lugar.

“En ese sentido, la XXX Muestra de Artes Visuales 2025, Colección Perrera Arte, es el traspaso de conocimientos, el trasvasije de la historia. La dirección de esta factoría es un proceso riguroso y metódico. La desobediencia está en el ADN, en los ladrillos, en las sombras del Centro Cultural y el equipo de gestión.”


—¿Qué sueñas para los próximos treinta años, cuando otros hereden este fenómeno de la cultura en Chile?

“No sueño con nada. Solo deseo que respeten este laboratorio como espacio de arte experimental, aunque cambie de nombre. Pero que siga siendo un refugio para los artistas y las generaciones futuras.

—¿Tienes redes sociales, usas tecnología o inteligencia artificial?

“No tengo tiempo, estoy en mis obras, eso significa con las manos y la cabeza ocupado. Las redes y la estupidez se expanden como el sida en los 90. Son nidos de vanidad, trampas del yoísmo. A veces subo garabatos poéticos, pero solo para mi memoria visual. Pero no me interesan los likes, ni los corazoncitos. La IA me da lo mismo. No vine al mundo a prosperar por semejante instrumento de esclavización. Prefiero buscar sentido dentro de la caverna de la naturaleza y sus misterios.

—Y por último: si Perrera Arte fuera una sola palabra, una que lo contuviera todo, ¿cuál sería?

“¡Aullidos… de perro inconsolable!”