El mito de la carne orgánica: ¿realmente es amigable con el planeta?

Créditos: Pexels

Domingo 03 enero de 2021 | Publicado a las 09:20

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La carne orgánica es la que se produce con un ganado “libre”: sin fertilizantes, hormonas, antibióticos y anabólicos, entre otros químicos en su dieta. Podría decirse que es carne natural, sin agregados. En la última década, se ha visto un aumento tanto en la producción como en el consumo de este tipo de producto. La carne orgánica generalmente suele destacarse y promocionarse en el mercado como más amigable con el medio ambiente, y este estudio revela que no es ni mejor ni peor que la carne “normal”.

El daño climático causado por la producción de carne orgánica es tan alto como el desarrollo de carne convencional, según reveló una investigación publicada en la revista Nature Communications. El análisis estimó las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por diferentes tipos de alimento, y calculó cuanto tendrían que subir sus precios para cubrir el daño que aportan a la crisis climática.

La investigación realizada por Maximilian Pieper, Amelie Micharlke y Tobias Gaugler, investigadores de la Universidad Técnica de Munich, la Universidad de Greifswald y la Universidad de Augsburg, utilizó la estimación del gobierno alemán de los costos monetarios del cambio climático en el que se basa el trabajo del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático: 180 euros por cada tonelada de CO2, es decir, 157.560 pesos chilenos. Con esta estimación, el estudió encontró que el precio de venta de la carne de vacuno “de granja” tendría que ser más de 6€ (5.250 pesos chilenos) por kilogramo más alto para alcanzar a cubrir los costos climáticos que su producción genera; y alrededor de 3€ ($2.620) más por kilogramo para el pollo.

El estudio quería también explorar los costos ambientales “invisibles” de la producción de alimentos, como el uso de tierra y fertilizantes hasta las emisiones de metano y cómo transportan los productos. Se basaron en carnes, lácteos y productos a base de plantas, comparándolos en cada caso con su versión orgánica.

Los resultados demostraron que los métodos orgánicos en la agricultura mejoraban notoriamente las emisiones de los productos lácteos y vegetales, reduciendo el impacto negativo en el planeta. Esto debido a que la agricultura orgánica no utiliza fertilizantes nitrogenados minerales, lo que reduce los costos de emisiones de GEI (gases de efecto invernadero) en esta forma de producción.

El problema con la carne orgánica no es sólo en estimación monetaria. Tanto los métodos convencionales de producción como los orgánicos reflejaron altos costos de GEI, según el estudio. Para los investigadores, esto podría deberse a que el ganado más “orgánico” necesita más tierra y espacio para cumplir con el estándar de bienestar y así calzar en la categoría de orgánica. Pero, al mismo tiempo, tienen una menor productividad, lo que hace que este método sea menos eficiente que los convencionales.

Por otro lado, las emisiones del ganado convencional provienen más que nada del estiércol y, en caso de vacas y ovejas, del metano que eructan. El grano con el que son alimentados también genera emisiones que se suman a las de esta forma de ganado, sobre todo si está ligado con la deforestación. Si bien las vacas orgánicas no comen forraje importado y se alimentan con pasto, crecen más lentamente y, antes del sacrificio, terminan liberando más emisiones de carbono.

“Esperábamos que la agricultura orgánica obtuviera mejores resultados, sobre todo en cuanto a los productos animal. Sin embargo, en lo que respecta a las emisiones de gases de invernadero, en realidad no hace mucha diferencia”, declaró el investigador Maximilian Pieper a The Guardian.

“En otros aspectos, lo orgánico es ciertamente mejor que la agricultura tradicional. En la actualidad se practica mucho el uso excesivo de fertilizantes químicos, además de mal manejo del estiércol, lo que genera contaminación tanto del aire como del agua. Los pesticidas utilizados suelen dañar la vida silvestre”, añadió.

Pieper agregó: “los costos climáticos de la producción de carne son especialmente alarmantes si se compara con las otras categorías. Los aumentos de precio requeridos son 10 veces más altos que los de los productos lácteos y 68 veces más altos que los de los productos vegetales”.

Explicó que esto se debe a que “cuando tienes un campo o huerto con tus plantas y las comes directamente, ahí se terminan las emisiones” ya que no hay necesidad de transporte, embalaje, entre otros factores. “Para la carne de vacuno, por ejemplo, se necesitan 42 kilogramos de alimento para poder producir sólo un kilogramos de carne. Esta enorme ineficiencia explica la gran brecha” declaró.

La carne de menor impacto sería la de cerdo orgánica. Sin embargo, el menor impacto es responsable de ocho veces más costos climáticos que las plantas de mayor impacto. Esta carne tiene un costo ambiental menor ya que, a diferencia de la carne de vacuno que suele alimentarse con alimentos importados que generan deforestación, los cerdos no necesitan consumir productos importados.

El doctor Marco Sprigmann, de la Universidad de Oxford, Inglaterra, no formó parte del estudio pero al leerlo declaró que “este análisis confirma los altos costos que los alimentos de origen animal tienen para el planeta”.

Explicó que “las implicaciones políticas son claras: aplicar un precio a las emisiones en todos los sectores de la economía, agricultura incluida. Esto provocaría un incentivo consistente y muy necesario para que cambiemos hacia dietas tanto más saludables como sostenibles”.

No sólo el consumo y producción de carne tiene un daño ambiental, sino que se comprobó que los niveles de consumo actuales en los países ricos están dañando la salud de las personas. La investigación De Springmann y sus colegas en 2018 calculó que se necesitaría un impuesto del 20% sobre la carne roja para cubrir los costos de atención médicas asociados a su consumo; y un impuesto del 110% a productos procesados como el tocino, que son aun más dañinos.

Amelie Michalke, parte de la investigación junto a Pieper y Gaugler concluyó que los precios en la actualidad “mienten”. “Los costos climáticos de nuestra alimentación están aumentando, y los estamos pagando todos”.

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