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Obras derivadas, derechos originarios y el pato que volvió a escena

Por Tu Voz

04 diciembre 2025 | 14:53

En Chile, esta discusión llega tarde, pero llega. Y es útil: obliga a nuestras instituciones —públicas y privadas— a profesionalizar la gestión de su patrimonio visual, a ordenar archivos, contratos y autorías. Y obliga al país a revisar un hábito demasiado instalado: creer que lo que usamos todos es, automáticamente, de todos

Existe en propiedad intelectual un concepto que suele pasar desapercibido hasta que estalla un conflicto, el de obra derivada. La obra derivada es una creación que nace a partir de otra, transformándola, modernizándola o reinterpretándola. En esencia, una obra derivada no existe sin la obra original, y su uso exige autorización del autor o de quien ostente derechos sobre la misma.

Con este principio en mente, el caso del pato de BancoEstado deja de ser simplemente un episodio aislado y abre la posibilidad de explorar una hipótesis interesante: que la relación de Chile con la autoría artística ha podido configurarse, a lo largo del tiempo, más por prácticas informales que por reglas explícitas.

Es posible que instituciones y creadores hayan interactuado durante décadas bajo supuestos tácitos sobre el uso, la cesión o la transformación de obras, en un contexto donde la formalización de derechos no siempre fue prioritaria ni habitual. Bajo esta mirada, el caso del pato no solo plantea un conflicto específico, sino que invita a preguntarse cómo estas dinámicas históricas pudieron influir en la forma en que ciertos símbolos se integraron al espacio público sin que su origen autoral quedara plenamente documentado.

El pato

Según la tesis de los demandantes, el afiche que Santiago Nattino creó en 1954 no sería un dibujo aislado, sino la base gráfica del personaje que luego acompañó libretas de ahorro y distintas campañas del banco, convirtiéndose —a su juicio— en un elemento central de su identidad visual.

Desde esa perspectiva, todas las versiones posteriores del pato, con sus cambios de estilo o modernizaciones, constituirían obras derivadas que mantienen un vínculo directo con la ilustración original. Bajo esa misma línea argumental, si no existe un documento que acredite la cesión de derechos por parte del autor, el desacuerdo deja de ser un debate estético sobre similitudes y pasa a situarse en el terreno jurídico, donde la relación entre obra original y obra derivada adquiere relevancia decisiva.

En este sentido, la ley es clara y establece que la modificación de una obra no extingue la autoría ni otorga derechos nuevos sobre lo que deriva de ella. Por eso la demanda de los herederos de Nattino no es solo un reclamo familiar, sino un recordatorio de que la memoria gráfica tiene dueño y que los derechos no se evaporan por el paso del tiempo.

BancoEstado afirma que el pato contemporáneo es distinto al de 1954. Es cierto que los trazos no son los mismos, pero esa diferencia no basta para borrar la relación. En propiedad intelectual, la pregunta correcta no es “¿se parece?”, sino “¿procede de?” o “¿deriva de?”. Y si procede o deriva del afiche premiado hace setenta años, entonces estamos ante una cadena de obras derivadas que requieren un origen jurídicamente claro.

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Los casos internacionales muestran que los tribunales suelen proteger incluso versiones muy modificadas de personajes originales. Desde las demandas por mascotas universitarias copiadas en televisión italiana, hasta las disputas entre cadenas globales por conejos publicitarios, las cortes reconocen que el valor de un personaje está en su continuidad, no en su literalidad gráfica.

En Chile, esta discusión llega tarde, pero llega. Y es útil: obliga a nuestras instituciones —públicas y privadas— a profesionalizar la gestión de su patrimonio visual, a ordenar archivos, contratos y autorías.

Y obliga al país a revisar un hábito demasiado instalado: creer que lo que usamos todos es, automáticamente, de todos.

Si esta demanda prospera, puede sentar un precedente que ordene un ecosistema que por años pareciera que ha operado más por costumbre que por derecho. Y si no prospera, al menos habrá dado visibilidad a algo fundamental: detrás de cada símbolo hay un creador, y detrás de cada obra derivada hay una historia que merece ser reconocida.

Agustina Davis Komlos
Abogada
Socia BD Badilla Davis