Según un reciente informe de Unicef (2025), uno de cada diez niños y adolescentes de 5 a 19 años en el mundo –188 millones de personas– vive hoy con obesidad. La cifra es tan contundente como inquietante: en sólo 25 años, la tasa global se triplicó, pasando de 3% en el año 2000 a 9,4% en 2025. En la mayoría de las regiones, la obesidad infantil ya supera al bajo peso, reflejando un cambio estructural en la forma en que niños, niñas y adolescentes crecen y se alimentan.
Chile no es la excepción. Nuestro país vive una situación que replica –y en algunos casos acentúa– esta tendencia mundial. El Mapa Nutricional Junaeb 2024 reveló que más de la mitad de los estudiantes tiene malnutrición por exceso.
Pero más preocupante aún es la desconexión entre la realidad y la percepción en los hogares. El Observatorio Nutricional Nestlé – Universidad Finis Terrae 2025 mostró que, aunque cerca del 51% de los niños, niñas y adolescentes en Chile tiene sobrepeso u obesidad, solo un 14% de los padres reconoce esa condición en sus hijos.
Esta brecha de casi 40 puntos sugiere que la normalización y la negación se han instalado como barreras invisibles para enfrentar el problema de fondo.
El estudio también evidencia que las rutinas familiares están contribuyendo a un entorno poco favorable para una nutrición adecuada. El 39% de los niños come frente a pantallas durante la semana, cifra que sube al 51% los fines de semana entre los 6 y 12 años.
Además, los adolescentes pasan en promedio 3,5 horas diarias frente a dispositivos, siendo el celular el más frecuente. Ya no son excepciones: comer distraídos, hacerlo por aburrimiento o demasiado rápido son hábitos que forman parte de la vida cotidiana.
A esto se suma otro hallazgo clave: padres que identifican sobrepeso u obesidad en sus hijos también observan efectos en su salud mental, desde vergüenza hasta aislamiento, afectando especialmente a las niñas. La nutrición dejó de ser un tema exclusivamente físico; es una dimensión que toca la autoestima, el bienestar emocional y la forma en que los niños y adolescentes se relacionan con su entorno.
Y aunque los padres y madres quieren hacerlo mejor –el 68% prioriza alimentos saludables–, se encuentran con barreras estructurales: poca oferta saludable fuera del hogar, precios más altos, preferencias difíciles de gestionar y, finalmente, una realidad donde más de la mitad termina improvisando las comidas. Uno de cada tres niños consume comida preparada fuera del hogar una o dos veces por semana.
En este contexto, el Día Mundial de la Infancia debe ser una invitación a reflexionar sobre las condiciones en que niños, niñas y adolescentes están creciendo, alimentándose y desarrollándose.
La nutrición se ha convertido en una de las grandes oportunidades para mejorar el bienestar infantil y tenemos el deber de tomar este desafío.
Edson Bustos Arriagada
Nutricionista Infanto-Juvenil
Universidad Finis Terrae