Para quienes observamos los vaivenes de la política y, particularmente, aquellos de la política exterior, la candidatura de Michelle Bachelet a la Secretaría General de la ONU era algo previsible. La sorpresa nos la dio el presidente Boric al anunciarla durante la reciente sesión de la Asamblea General.
A entender de los entendedores, su forma fue precipitada, inusual, ex tempore. Si acaso el objetivo era adelantarse en una carrera que aún no comienza, debemos aceptar que fue logrado. Sin embargo, estaría por verse más tarde si este arranque sin esperar el balazo de partida habrá sido beneficioso para llegar a la meta.
Habiendo observado algunos procesos de elecciones anteriores, podemos afirmar que el anuncio del primer mandatario rompe con algunos esquemas. Lo habitual es que, previamente, se trabaje interna y externamente durante meses. En lo interno, la candidatura debe aglutinar a la inmensa mayoría de los actores del país. Partidos, instituciones y personalidades diversas están llamadas a participar de consuno en un proceso que implica un gran esfuerzo.
Todo indica que, si el Presidente consultó con alguien acerca de este asunto, lo hizo con muy pocos. No se supo, no fue visible, no hubo consultas formales.
Buscar apoyos, usar el arte de la diplomacia como aliado, asociar a países amigos y a adversarios de circunstancia, negociar con otros Estados canjeando votos y aceptando compensaciones, apoyar proyectos de resoluciones… es el trabajo previo que hubiéramos esperado.
La búsqueda de votos para una elección (aún sin fecha fija) tanto entre los miembros del Consejo de Seguridad como en la Asamblea General, requiere actuar en forma mesurada, aunando criterios y con el máximo de discreción. Cuando se sabe que no debe existir el veto de uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, lo prudente sería no contrariar directamente a ninguno de ellos.
No buscar enemistades mediante las decisiones que se adopten y las simples declaraciones que se formulen. ¡Básico, como un silabario! —dirán muchos. Es también preferible no actuar en la “primera línea” en aquellas causas donde la pasión y los sentimientos sobrepasan la razón. Afrontar directamente a Trump, aun teniendo suficientes argumentos, solo dará como resultado la exacerbación de sus reacciones irracionales, presagio de un futuro veto.
En el supuesto de que los consejeros del Presidente y la Cancillería hayan analizado que el momento para el anuncio era el oportuno, la pregunta pertinente sería buscar una explicación más de fondo: ¿por qué Michelle Bachelet? A ello se agrega nuestra interrogación acerca de lo afirmado por la vocera de Gobierno de que se trataría de una “política de Estado”, lo que, por cierto, carece de todo fundamento.
Los sustentos del apoyo a Bachelet
En el papel, la candidata cuenta, efectivamente, con una trayectoria que la respalda: ministra y presidenta por dos períodos, responsable de ONU-Mujeres y Alta Comisionada para los Derechos Humanos. Y decimos “en el papel”, dado que esta trayectoria no avala la calidad de su desempeño en esos cargos, cuya evaluación dista mucho de ser unánime. Por el contrario, tanto en sus funciones domésticas como internacionales, el balance aparece altamente controvertido.
Habitualmente, para una postulación que represente a un país, la prudencia hubiera aconsejado asociar a todos previamente. La premura puede conducir a la imprudencia y el secreto en la política suele ser traicionero, más aún si se trata de dialogar para convencer y unir.
Es significativo que el anuncio oficial haya estado marcado por tanto secretismo y que existan pocas explicaciones ulteriores convincentes. De ahí que los partidos de oposición hayan reaccionado para contestar esta decisión. Más que a la candidata, se reprocha el intempestivo anuncio y la debilidad de la argumentación que lo acompaña.
Hasta hace pocos meses, Bachelet dejó en ascuas a la izquierda chilena a propósito de su postulación a la presidencia. Deliberadamente, ella y su entorno hicieron durar más de la cuenta su indecisión y el suspenso. A tal punto que esto afectó fuertemente a Carolina Tohá, cuya candidatura fue recibida como una alternativa “por descarte”.
Sería importante saber si acaso el hecho de haber declinado presentarse no fue el resultado de un compromiso con La Moneda para que fuera más tarde la candidata de Chile a la ONU. Creemos que este es un punto a considerar seriamente. Demás está decir que las ambiciones de la Sra. Bachelet y su facilidad para trepar a altas posiciones han estado permanentemente a la vista.
Las chances de victoria
Hasta hoy, el único mandatario que ha manifestado su apoyo es el presidente colombiano Gustavo Petro. Pero, ¿será Petro un buen aliado? Se trata del mismo personaje que busca enviar colombianos a pelear a Gaza y que increpa regularmente a Trump, al mero estilo de Maduro. Los verdaderos apoyos —los serios, por decirlo de algún modo— tendrán que ser logrados mediante un esfuerzo costoso que implicará un enorme desembolso de recursos, en tiempos en que escasean los fondos públicos.
Y así como Michelle Bachelet cuenta con pergaminos para el cargo, están también sus falencias, las que no son menores. En el continente hay varios precandidatos con trayectorias internacionales comparables a la suya, pero con la notable diferencia de que no han estado tan marcados políticamente.
Su pasada admiración por la ex RDA, por ejemplo, su alianza con el Partido Comunista en su segundo mandato presidencial, su cercanía con Cuba y las alabanzas a Fidel Castro, la tardanza en pronunciarse contra la dictadura de Maduro, y la denuncia a las violaciones de los DD.HH. en China al expirar su mandato de Comisionada, podrían jugarle en desfavor.
Para el gobierno norteamericano —pero no solamente para este— la expresidenta es carta de una izquierda más ortodoxa que reformista, más cercana al marxismo-leninismo que a la socialdemocracia. Agreguemos que, en sus diferentes funciones, la expresidenta derrochó empatía y cercanía, pero no le conocimos formas de liderazgo que marcaran sus misiones.
De ser elegida, Michelle Bachelet tendrá casi 75 años al comenzar su mandato y 85 al terminarlo. ¿Tendrá la energía para estar presente en los diferentes escenarios que esta tarea requiere?
En lo inmediato, lo más importante será buscar apoyos. Pero esta labor recaerá más bien en el próximo gobierno y, de ganar la oposición, es probable que no exista tal apoyo. Los partidos de derecha no fueron previamente asociados a la candidatura y mal podrían subirse a un carro que parece ser ajeno, haciéndolo a posteriori, por la cola y a contrapelo.
Habría entonces que concluir que, contrariamente a la consigna que se pretende acuñar, esta candidatura no es la de un equipo llamado Chile, sino la de un gobierno saliente y, como tal, podría ser reconsiderada en cualquier momento y circunstancia.