Se ha dicho mucho de Jeannette Jara, de su empatía, su cercanía, su carisma. Muchos votaron por ella pese a su militancia comunista y jóvenes que confiaron en Boric hoy la ven como alternativa.
En campaña, Jara llenó aulas universitarias, pasando por alto el mediocre gobierno del que fue parte. Ella y José Antonio Kast representan posturas extremas. Y si están bien posicionados es gracias a su estratégico —y algo sospechoso— acercamiento al centro, al sentido común y a la moderación.
El juego del centro
Desde el socialismo democrático incluso piden que Jara modere aún más sus posturas, para abrazarla, como antes hicieron con la Nueva Mayoría, sin siquiera leer su programa. O con el propio Boric, a quien hoy sin pudor declaran adversario, pero dispuestos a apoyar a Jara, su exministra.
¿Qué queda ante este escenario? Bajo ningún punto se debe levantar una campaña del miedo o del anticomunismo. Eso solo moviliza a unos pocos. Al contrario, muchos aspiramos a un país seguro, que crezca, que otorgue certezas, con aciertos y errores, pero sin estridencias. Un país fome, dirán algunos. Pero debo retrucar, porque cuando mejor nos fue, fuimos predecibles y fomes; sin embargo, eso generaba estabilidad y esperanza.
Y es precisamente en esta última palabra que me quiero quedar: esperanza. La esperanza de construir un Chile sin gritos ni funas. No más charangos ni eslóganes vacíos. Tampoco zanjas o soluciones amateurs para problemas complejos.
La centroderecha ante su oportunidad
En esa línea, la centroizquierda perdió una primaria y quedó fuera de carrera. Pero la centroderecha sigue ahí, con la oportunidad de no dejarse arrinconar ni caricaturizar por los extremos. La centroderecha democrática y reformista es más necesaria que nunca y debe retomar sus banderas. No basta con decir “ella es comunista” o “ellos son extremos”, hay que volver a lo esencial, a una coalición fuerte.
Chile Vamos, hoy insuficiente y con el desafío de ampliarse, nació como un conglomerado con vocación de mayoría, fundado en el diálogo, la institucionalidad y la voluntad de gobernar.
En ese espíritu, Evelyn Matthei representa un punto de inflexión. Tiene la posibilidad real de encarnar lo mejor del sector, sin gritar, sin pirotecnia, pero con claridad y firmeza.
Defender el orden, promover el crecimiento, hablar claro, reconocer errores, decir “soy creyente” o “quiero bajar impuestos” sin eufemismos, la genuina defensa de una sociedad integradora e inclusiva, todo eso suma.
Debemos ser capaces de dialogar y acordar. Un liderazgo así puede dar certezas a un país cansado de ofertones y promesas mágicas, puede dar la esperanza de construir entre todos un Chile mejor.