¨Por Samuel Toro Contreras
En sus primeros meses, YALA ha presentado muestras colectivas e individuales de artistas “emergentes y consagrados”, acercándose (si la persistencia lo permite) a intentar ser un “polo creativo” en el céntrico barrio República.
El 19 de agosto de 2025 -en el Día Mundial de la Fotografía- se inauguró la exposición “Tránsitos Cruzados”, una muestra colectiva curada por Dermis León y Rodrigo Cociña, quienes convocaron propuestas de cuatro artistas: Paula Navarro, Johny Aguirre, Mario Fonseca (Chile) y Javier López Rotella (Argentina).
La exposición “Tránsitos Cruzados” puede resumirse en un dispositivo de lecturas contrapuntísticas, donde retrato, memoria, contracultura y transculturalidad dialogan sobre soportes y textos que resisten, sin tensionar, la fugacidad digital.
Curatoría
Como forma de abarcar parte del intento de fragmentos de una “narrativa” curatorial, uno de los primeros elementos técnico-conceptuales es el hecho de que los y la fotógrafa le han dado predominio (no exclusividad) a las tecnologías analógicas de estos aparatos conducentes a disciplinas, los cuales -desde la breve pero acelerada historia del aparato- se han conformado en disposiciones socio-culturales que, por ende, han generado dispositivos de entendimiento y modelizaciones de encuadres de la realidad.
Una de las preguntas que podríamos hacer nace, a partir de la curaduría y que no es nueva en la literatura sobre la denominada “disciplina”, es: ¿qué política pueden contener hoy los modos de hacer fotografía? No me refiero sólo al contenido de las imágenes, sino también a la política de los soportes, de las técnicas elegidas, y también la selección curatorial en estos asuntos.
En ese sentido, “Tránsitos Cruzados” operaría como un campo de fuerzas que, por un lado, nos presenta la persistencia de la imagen analógica y sus materiales. Y, por otro, la “hibridación” con procesos digitales y la resignificación de soportes precarios. Esto no debiese ser nostalgia ni fetichismo por lo analógico -como ocurre con muchos/as “artistas mediales”-, sino una decisión política sobre la duración, la memoria y la presencia corpórea de la fotografía.
Una de las curadoras, Dermis León, me ha mencionado sobre la búsqueda del contrapunto para traer a un mismo recorrido genealogías diversas de lo fotográfico. Esto se traduce en decisiones cuasi prácticas, como mostrar varias series de Mario Fonseca, condensar la producción de Javier López Rotella en una síntesis representativa, permitir que Johnny Aguirre recupere la tradición del retrato y, en otra sala, dar espacio a una fotógrafa con una mirada “humanista” sobre la ciudad. Estas decisiones las podemos ubicar como lecturas que ponen en tensión los modos en que la fotografía produce sentido social.
Mario Fonseca y la plasticidad mixta
Las obras de Mario Fonseca son trabajos desde los 90 hasta avanzado el primer decenio del XXI.En ellos, la elección se basa en los procesos de “transgresión” indexical, elaborando un “diálogo” con la concepción formal de la tecnicicidad fotográfica. O sea, es una exploración de la materia como concepto en su propia tautología sobre posibles límites formales de la fotografía “como tal”, tensionando los deslindes, pero siempre bajo el marco de la apariencia en el resultado físico.
Un ejemplo es la obra “Blanco y Negro” (2002), la cual es realizada con técnica análogica tradicional, como menciona el mismo artista, “…negativo blanco y negro, fotografía de una hoja carta semi arrugada sobre el cemento, luego un internegativo para tener una copia en positivo y otra en negativo, impresas en papel de fibra. Con la copia negativa abajo, la copia positiva encima la rasgo horizontalmente con la mano y queda así al azar, dejando ver la mitad de la copia negativa debajo: copia de laboratorio”. De esta manera, la propia pseudo-arquelogía de un palimsesto emerge en tanto tensión de laboratorio auto-formado, en búsqueda de las pistas (signos, símbolos, etc.) que le indicarán su propia progresión.
Johnny Aguirre y retratos iconoclásticos
Aguirre expone fragmentos de una memoria y crónica contracultural de los años noventa, con retratos, en general, de primer plano de activistas, performers y figuras LGTBI de esos momentos en Santiago de Chile.
Estos trabajos, conjugados con “otros” quehaceres del artista, se podrían contar como archivos de ciertos tipos de resistencias que se lograban conjugar hasta ese entonces, las cuales no separaban el humor, la fiesta y la protesta cultural. Son imágenes que documentan espacios de sociabilidad devenidos “refugio político”, como el recordado pub cultural “Vox Populi” que él fundó.
El retrato clásico que practica Aguirre no es un ejercicio estético cerrado, pues “la pose” se convertía en acto político. Destaca la serie performativa “La resurreccion de Copello” (2006), realizada en el Cementerio General de Santiago, utilizando como modelo al artista neovanguardista (no suficientemente reconocido en Chile) Francisco Copello, con impresiones de negativo blanco y negro digitalizado e impreso, incluyéndole inyección digital con tinta en papel de algodón.
Paula Navarro y la crónica emotiva de la “naturaleza viva” en la ciudad
Navarro presenta otra perspectiva, una fotografía “humanista” de calle y retrato que busca lo íntimo en lo urbano. Sus imágenes en blanco y negro funcionan como pequeños actos amorosos hacia los otros/as, hacia nosotros/as en sensaciones de nostalgia de pasados inexistentes, o presentes no visibilizados. Éstos los presenta “arrinconando los momentos” para lograr cierta intimidad en medio de la urbe, deteniendo la circulación acelerada de la vida citadina para ofrecer un gesto de reconocimiento y cierta política de la tristeza.
En este sentido, la elección del monocromo pareciera ser una decisión ética, donde el blanco y negro opera como reducción que permite concentrar la atención en los rostros, las texturas y las contenciones afectivas de lugares de percepción no “civilizada” dentro de lo “civilizado”. Esta calle se nos presenta como “escenario” de la biografía colectiva.
Javier López Rotella y la pintura “dentro del clóset”
López Rotella aporta con una cierta tensión externa-interna, cuya práctica oscila entre lo abstracto y lo figurativo, que podría “leerse”, en ocasiones, como narrativo. Su trabajo -a menudo impreso sobre soportes poco convencionales- manipula la superficie con intervenciones pictóricas, lo que, junto a la elección de variados materiales, nos recuerda que el soporte puede ser parte del significado.
En la exposición en YALA, López Rotella presenta retratos desnudos, como parte de un fondo “central” fotográfico con emulsión de gelatina de plata sobre cartón, utilizando cintas, acrílico, óleo, lápiz grafito y aerógrafo.
Estas obras son parte de su serie “Seres Acotados” (2010-2017), la cual, siendo formalmente obras de técnica mixta, lo pictórico pregna una sensación fuerte del manchismo informalista de tonos ocre sucios empastados, con sutiles combinaciones de trazos rojos, lo que le da a estas fotografías/pictóricas una atmósfera lúgubre testimonial.
Retóricas de lo desplazado, genealogías y políticas de lugar
Recordando a Barthes, no es complicado reflexionar, parte de la muestra, con el studium y el punctum. Lo culturalmente legible frente a la herida subjetiva que atraviesa la imagen, la cual podría hacernos re-conocer el studium en la voluntad documental de Navarro y Aguirre. Y el punctum en la materialidad punzante de Fonseca y las intervenciones de López Rotella.
Por otro lado, desde Benjamin, podemos recordar que la técnica fotográfica es un dispositivo histórico, donde la reproducibilidad altera las condiciones de la experiencia estética y también cultural. En YALA ese desplazamiento sobre el miedo de una pérdida, esencial benjaminiana, no entraría en conflictos en la decisión curatorial, más allá de las mixturas no resistentes a la reproductibilidad digital. Aunque la base de casi todos los soportes analógicos podrían hacernos creer en una re-introducción del aura y la presencialidad (impresiones sobre tela, cartón basto, manipulación manual), pero claro que no, pues acá el problema estético-socio-cultural es solo un punto de partida, donde las relaciones de retroalimentación no impiden, necesariamente, las transformaciones de una estado a otro (de ida y regreso) con respecto a la pérdida de algo. Esto no es un problema en la exposición, excepto, quizá, en Paula Navarro, pero esto habría que conversarlo con ella.
También podríamos pensar, desde la historia regional, en la continuidad con tradiciones latinoamericanas de documentación y resistencia visual. Entonces, la obra de Paz Errázuriz o Graciela Iturbide (influenciada por Cartier-Bresson) vienen al recuerdo por la densidad ética de su mirada documental-vivencial.
Pero acá hay una diferencia, pues en YALA la tradición convive con la experimentación material. La curaduría de Rodrigo Cociña y Dermis León, que traslada algunas prácticas documentales al soporte textil, nos plantea un problema clásico: la perdurabilidad frente a la precariedad, donde impresiones diversas como política de conservación, materiales de base frágiles, y a la vez tradicionales, como expresión estética de lo frágil y lo vulnerable nos invitan más a reconsideraciones históricas y formales. Unas donde la fotografía podría ser una importante excusa que abarca reconocimientos de ciertos estados encuadrados de la realidad, como mencionaba al principio.
Contexto-lugar-historia
Existe, por último, una lectura institucional del lugar físico de exposiciones. Nominarse como “República de las Artes” no puede ser una mera relación literal con el nombre de la avenida donde se emplaza el lugar en un barrio céntrico. La galería “deberá” asumir un rol que va más allá -y acá- de las exhibiciones.
En este sentido, la existencia de un espacio que dialogue con memoria, comunidad y experimentación técnica es en sí mismo un gesto político, y la exposición que he referido lo constata. Claramente no es la misma revisión y relación dialógica que ha hecho, por ejemplo, Galería Metropolitana en Pedro Aguirre Cerda, ni la revista Plus (en su tiempo) en Concepción, pues las condiciones son distintas al escoger un territorio.
Recordemos que el Barrio República, a fines del XIX, fue el comienzo más fuerte de una modernidad técnica en Santiago con respecto a la habitabilidad. Obviamente, era ocupado por una “alta sociedad” y quienes aspiraban a serlo. La arquitectura (hoy patrimonial) era el potente reflejo de la modernización latinoamericana afrancesada. Antes de terminar la primera mitad del XX, se generó la migración de muchas de las familias del barrio hacia los sectores nororientales de la ciudad. Antes y después de esto, podían verse relaciones estructurales de habitabilidad entre familias de dinero muy cerca de otras “modestas” (algo parecido a lo que comenzó a suceder en Valparaíso hasta la década de los 90 del XX aproximadamente). Desde los 90 hasta hoy, parte importante del sector, es un barrio de universidades particulares (alrededor de 15), y son las que habitan las antiguas casonas neoclásicas.
El anterior párrafo lo menciono debido a las relaciones y experiencias que los/as distintos/as agentes o trabajadores/as de las artes, en relación a los emplazamientos que se escogen, o que les tocan habilitar. Otro ejemplo de esto es lo que se inició en Espacio G, Crac, DUC y H10 en Valparaíso. Hoy, se encuentra en ello el Centro de Arte Baños del Almendro (CABA), el cual, espero, no se quede en los formalismos de la cosificación del arte contemporáneo político (un poco lo que le ocurrió a H10, a pesar de su interesante reconocimiento emplazativo). Apoyar y esperar. Bueno, esto es lo que deseo hacia nuevos espacios como YALA, y la sostenibilidad de ese “gesto” dependerá de su capacidad para mantener un programa de prácticas curatoriales críticas y vinculadas con comunidades y su historia. La coherencia entre discursos y prácticas serán sus propias pruebas.
En síntesis, “Tránsitos Cruzados” es una exposición que ordena genealogías, disputa visibilidades y hace del soporte y la técnica parte de su argumentación política. En una ciudad (y país) que olvida con facilidad, y donde las imágenes circulan como documentaciones de significantes vacíos, la exposición nos “plantea” que la fotografía sigue siendo un dispositivo crucial para la memoria, la identidad y las disputas simbólicas. YALA apuesta por un formato que abre una conversación necesaria sobre lo que la fotografía “puede seguir haciendo hoy”, que es revelar, resguardar, interpelar y, ocasionalmente, sanar.
Tránsitos Cruzados
Galería YALA
Av. República 11, Santiago.
Hasta el 5 de octubre 2025.
Jueves y viernes entre 14:30 a 18:30.
Otros días solicitar visita al Instagram de la galería: @yalarepublica