Créditos: Mistral Torres

El último poema de Cristopher: el suicidio que destapó el ignorado bullying en colegio católico

30 julio 2023 | 06:30

A los 18 años Cristopher se suicidó. Después de sufrir una agresión por otro estudiante y perder la vista en su ojo izquierdo, sus últimos días fueron una tormenta. Una desastrosa. El Colegio Santa Teresa -donde estudió 14 años- sólo hizo una misa en su nombre. De responsabilidades previas se desligó por completo. Ahora su madre y otros apoderados denuncian que la institución católica es un foco de bullying y desprotección. Y acusan que sólo les importa su prestigio, el que cada día se ve más empañado por acciones legales en su contra.

De nuevo es medianoche y empieza, mis delirios de acabar con todo
Pero no tengo el valor de dispararme en la cabeza.
Despierto cada día con más ganas de morir, lo único que me calma es ver la naturaleza.

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Tía, el Cristopher estaba triste. Tía, el Cristopher se mordía el polerón en clases. Tía, el Cristopher no estaba bien. Después de que Cristopher se suicidó. Después de ese 17 de mayo de 2023, Andrea recibió una estampida de comentarios: todos aseguraban haber visto a su hijo triste, cabizbajo y sin ánimos al interior del colegio. Ella ya lo sabía. Era su madre, la que lo acompañaba a control, la que contenía sus crisis y la que golpeó todas las puertas en busca de ayuda.

Lo que le sorprendió, fue que después de que su hijo “tomó la decisión” —como prefiere llamarlo ella— varias personas demostraron haber sido cómplices de su dolor, pero a nadie pareció importarle demasiado. Incluso, cuando fue ella misma la que se encargó de hacerles saber que Cristopher estaba sufriendo.

El motivo no era ventilar una intimidad familiar y personal. Era un grito de auxilio de una madre soltera, con tres hijos y sin recursos. Por eso, cuando iba a las reuniones de apoderados les explicaba a los profesores que ante cualquier crisis de angustia de su hijo mayor, le avisaran. Y, sobre todo, lo ayudaran. Tenía certificados médicos que respaldaban su petición. Pero más allá de unas condolencias y una misa en el día de su muerte, el Colegio Santa Teresa de Illapel no hizo nada.

Así al menos lo relata ella. Ella y otros padres que vieron cómo a sus hijos los agredían física y psicológicamente al interior de la institución. Y ésta —con más de 130 años de experiencia educativa y una congregación religiosa esparcida en cuatro continentes— no fue capaz de activar sus protocolos de bullying o tomar medidas efectivas.

—Aquí hay una vulneración de derechos de todos. Aquí todos fallaron. A mí todos me dejaron sola —cuenta Andrea a BBCL Investiga— A mí nadie me puede decir: “La mamá no hizo nada”. No, porque yo sí lo hice. Pero a mí todos me fallaron. El colegio no me ayudó. El sistema no me ayudó.

Las primeras crisis

Cristopher Tirado (18) siempre estudió en el Colegio Santa Teresa. Llegó en prekinder porque su madre así lo decidió. Era su primer hijo y las opciones educacionales en Illapel, una comuna de Coquimbo de no más de 30 mil habitantes, no eran muchas. Andrea igual lo conocía. Se educó unos años ahí cuando las monjas impartían las clases y exigían que los padres estuvieran casados y los niños bautizados. Eran buenos recuerdos para ella. Los baños estaban limpios y la formación era exigente para los estándares de un particular subvencionado.

Su hijo no tuvo problemas hasta quinto básico, cuando quedó repitiendo. Su mamá explica que ese 2015 fue difícil. No sólo hubo un terremoto de magnitud 8.4 que sacudió su ciudad, también murieron sus dos abuelos. “Un año emocionalmente malo” como lo recuerda Andrea, donde Cristopher perdió a una de las personas más cercanas. De su padre ni una sombra: sólo conocía su ausencia.

Andrea cree que las primeras crisis de pánico que sufrió su hijo fueron por la muerte de sus abuelos. Aunque no eran frecuentes, advirtió al colegio. Como medida preventiva, la llamaban cada vez que sufría una.

En 2021 la situación había empeorado. Su hijo comenzó a llegar mal a casa y decidió hablar con la profesora tutora:

—Yo le dije que no podía entender que si un niño estaba con problemas emocionales, lo dejaran haciendo trabajos solos, porque estaba haciendo trabajos solos.

Ese mismo año empezó a escribir un poema. Era una tarea para clases de Lenguaje. Iba en segundo medio.

“(…) Lo único que me calma es ver la naturaleza. Intento opacar mi soledad al rezar. Buscar un apoyo en alguien para aliviar mi cabeza. Pero siempre termino recordando a mi familia con tristeza. A la cual abandoné por avaricioso”.

Las autoridades del colegio le pagaron dos sesiones de psicólogo particular. No por el poema. A su texto nadie le prestó atención hasta que su mamá lo encontró. Esa fue la única y última ayuda que recibió de la institución que lo albergó por 14 años, porque entonces, llegó el 25 de octubre de 2022.

“No quería compartir mi riqueza, pensando que así lograría mi felicidad con toda certeza. Pero lo que me esperó fue la soledad y tristeza. Conseguí droga la cual me dará fortaleza”.


“Mamá, yo no quiero operarme”

El Colegio Santa Teresa es confesional católico: todas las mañanas rezan 15 minutos antes de iniciar las clases. Está vinculado a la Compañía de Santa Teresa de Jesús, de quien recibe su “inspiración pedagógica y evangelizadora”. Según su página web, tienen cerca de 1.100 alumnos matriculados: desde el parvulario hasta la media. La educación teresiana -como se definen- implementa los valores de la verdad, fortaleza y solidaridad “como consecuencia por el respeto y la promoción de la dignidad humana”.

Su infraestructura queda en calle Independencia, justo frente a la plaza de Illapel. Al otro lado está la municipalidad y la comisaría de Carabineros. 150 metros. Dos minutos caminando. Es, dentro de los márgenes de la población, una zona concurrida y un espacio familiar.

Ese martes 25, cuando Cristopher salió de clases con su grupo de amigos, vio que otros estudiantes del Liceo Domingo Ortiz de Rozas estaban ahí. Intentaron evitar problemas así que siguieron caminando. Empezaron a molestarlos y unos metros más allá apareció Pedro -también alumno del Liceo Domingo- y empujó a Cristopher. Después de pegarle cinco combos en la cara, de ver que no se defendía, se detuvo al ver que le sangraba el ojo. Luego desapareció.

Como pudo llamó a su mamá y cuando llegó, Andrea lo vio tirado en el suelo, con la ropa cubierta de sangre y el ojo hinchado. Preguntó quién fue y los otros niños respondieron que no lo conocían. Cristopher tampoco quiso decir su nombre, aunque siempre lo supo. Cruzaron la plaza e interpusieron una denuncia en Carabineros.

—En eso me dice “mamá, me siento mal. Quiero vomitar” —recuerda Andrea. Y vomitó, pero sangre.

Lo trasladó a Urgencias. El doctor que lo atendió le abrió el ojo, le hizo un escáner y lo derivó inmediatamente hasta el Hospital del Salvador en Santiago. Su certificado médico dice que tuvo un trauma ocular grave en el ojo izquierdo y una conmoción retiniana. En simple, a los 18 años Cristopher perdió casi la totalidad de la visión de un ojo.

Con el problema visual los viajes a Santiago se hicieron semanales. Alcanzó a tener dos operaciones donde le pusieron un implante para sostener la órbita. La situación se estaba volviendo insostenible para Andrea. De partida, el seguro escolar no corrió y con un sueldo de $380 mil pesos, tres hijos, y una pensión alimenticia invisible, los malabares se hacían insuficientes. La única ayuda monetaria que recibió fue del Hospital de Illapel que le financió los primeros tres viajes.

Las crisis de angustia de Cristopher cada vez eran más seguidas. Y peores. Antes de finalizar tercero medio, el 3 de noviembre de 2022, Andrea presentó un certificado al colegio del Centro de Salud Mental Integral (Ceapsi) que diagnosticaba un episodio depresivo mayor. “Anhedonia y labilidad emocional secundaria a asistencia escolar. Es por eso que Cristopher ha presentado baja en rendimiento y frecuentes inasistencias”, decía el documento. Recomendaban apoyo psicopedagogo, disminuir la carga académica y darle trabajos escritos.

En cuanto a su ojo, era poco lo que se podía hacer, pero de todas formas programaron una tercera operación.

—Se empezó a cuestionar que por qué a él le pasaban estas cosas —rememora Andrea— Después cuando estábamos en Santiago y le dijeron que tenía que operarse, él se puso a llorar. Ahí se descompensó y me dijo: “Mamá, yo no quiero. Yo no quiero operarme” (…) Él daba por perdido su ojo.

Tres días después, el 6 de noviembre -11 días tras la golpiza- llegó a Urgencias del Cesfam Urbano. Su hoja clínica dice que presentaba crisis de pánico: “Refiere sentirse triste, desesperanza, irritabilidad, frustración, ansiedad y agitación”. En esos últimos seis meses todo empeoró.


Golpes en la sala de clases

Aurora tiene 11 años. Siempre sacó buenas notas y figuraba con los primeros lugares de su curso. Alcanzó notas máximas; condecorada con diplomas de excelencia hasta quinto básico. Entonces apareció Agustín, su compañero de curso de la misma edad que la atacó verbal y físicamente durante más de un año.

—Aurora tuvo que empezar un tratamiento para poder dormir. Bajó las calificaciones. Siente miedo. Está diagnosticada con un cuadro ansioso depresivo —aseguran sus padres Nicolás y Lucía a BBCL.

Después de que a Aurora la agredieron al interior del Colegio Santa Teresa, sus papás pusieron una denuncia en Carabineros que escaló hasta el tribunal de familia. Antes de eso tuvieron que llevarla a constatar lesiones al Hospital de Illapel porque le sangraba la nariz y le dolía la cabeza después de que Agustín se la azotara contra la mesa mientras estaban en Artes Visuales. La intención final era otra, mucho más vulgar.

Aunque ese 23 de marzo de 2023 inició la pelea judicial, las agresiones psicológicas se arrastraban desde el año pasado, cuando ambos cursaban quinto básico. Eran comentarios obscenos y amenazas. Y no sólo a ella. Otros compañeros también reclamaron lo mismo y acusaron que Agustín les escupía en su comida.

Fue la enfermera del colegio la que llamó a los padres y les dijo que “fue un accidente”. Hasta le pasaron la hoja de Seguro de Accidente Escolar. Nicolás no la aceptó: para él estaba claro que intentaban ocultar la agresión. En ese momento el colegio se comprometió a activar los protocolos de bullying y tener un psicólogo para ambos estudiantes. La razón era que el chico que agredió a Aurora tenía Trastorno del Espectro Autista (TEA).

Los documentos de entonces especifican que se comprometieron a tener una reunión con el equipo de convivencia escolar para “abordar el tema”. También que cambiaron de asiento a Aurora. Y por último, que el joven fue suspendido por decisión del colegio hasta que su madre presentara un certificado del neurólogo. Nicolás y Lucia lo niegan.

—La que tomó la decisión de sacarlo del curso por dos semanas mientras empezaba un tratamiento fue su mamá, porque el niño tampoco estaba con tratamiento.

De todas formas decidieron denunciar al menor y al colegio por no cumplir con los protocolos. Lo hicieron también porque durante todo el año que Aurora sufrió agresiones, nunca intentaron detenerlas o tomaron acciones. Tampoco ahora. A cuatro meses del ataque, el Santa Teresa mantiene a los dos estudiantes en la misma sala de clases.

Medidas sin efecto

Aurora también ingresó al Santa Teresa por un tema de herencia. Su madre y sus tíos estudiaron ahí; hasta su abuela trabajó en sus instalaciones. Quería que su familia siguiera esa línea. Ahora Lucía dice que fue un error, que el colegio ya no es el mismo, que ya no exigen ni siquiera que los niños estén bautizados:

—Me arrepiento hasta el día de hoy. Es un colegio que se golpea en el pecho rezando, que ayudar al prójimo y ni siquiera ayudan a sus propios estudiantes. Con todo el caso de Aurora, el colegio se ha lavado las manos.

El 10 de mayo tuvieron la primera audiencia. El colegio no se presentó porque la notificación de tribunales que les llegó al correo quedó en spam. Al menos eso le dijeron al juez. Dos meses más tarde fue la segunda cita en tribunales. En esa instancia fue la jefa de Convivencia en representación del colegio y explicó que ambos niños están teniendo acompañamiento psicológico en un promedio de 15 días.

—Entonces la abogada y el juez le dicen que nada de lo que presentan es un plan efectivo porque si esto ocurrió en marzo y estamos a julio, y Aurora todavía sigue sufriendo agresiones, nada de lo que han hecho ellos ha sido efectivo —explica su madre.

Lo que le pidieron al Colegio Santa Teresa fue que cambiaran de establecimiento al chico que agredió a Aurora. Era poco probable y lo sabían. Por eso la otra opción que buscan es que lo cambien de curso. La nueva fecha para ver si adoptan la medida -u otra más efectiva- es el 16 de agosto de este año.

—¿Quién protege a mi hija? ¿Qué pasa si durante esas dos semanas esperando el juicio, a Aurora la vuelven a agredir? ¿O si él la empuja de las escaleras? Él muchas veces se lo ha dicho, que la va a botar.

A los 11 años Aurora mantiene un tratamiento psicológico. También debe tomar medicamentos antidepresivos. Su certificado dice que su estado emocional se genera por lo que ocurre en su establecimiento educacional. También que “podría significar exacerbación de síntomas en el futuro por permanente estado de alerta y ansiedad ocasionado por la exposición prolongada a un contexto de vulneración”.

—Veo a mi hija tan chica tomando medicamento y me da rabia. Y pienso igual que ella, el sistema ha sido muy injusto.

“¿Cuándo los estudiantes estarán antes que el prestigio del colegio?”

Durante este año, la Superintendencia de Educación ha recibido cinco denuncias contra el Colegio Santa Teresa de Illapel. Las razones van desde una mala infraestructura hasta maltrato entre estudiantes o situaciones de connotación sexual. De ese total, cuatro están en tramitación para determinar si existe infracción a la normativa educacional. Sólo una fue subsanada: la que tenía relación con mejorar las instalaciones.

Juan Dabed es uno de los apoderados que no quiso denunciar. Él mismo se autodefine como una persona reconocida dentro de Illapel. Es un empresario y exconcejal de la comuna. En su caso, el problema que vivió con el Colegio Santa Teresa fue con dos de sus hijos. La primera vez, dice, fue con su hija y una profesora. Conflictos que se extendieron por casi tres años.

—Era una profesora que le resaltaba que poco menos que ella se creía un cuento porque era de una familia conocida. Que le pesaba el apellido y cosas de esa envergadura —expresa Dabed— Y ella aguantó hasta que salió del colegio.

La otra situación con su hijo de 15 años llegó a los golpes. Un grupo de tres estudiantes le pegaron adentro y afuera del colegio. Después le rayaron el auto (de su hermana) y parte de la casa. La razón habría sido que los pasó a llevar. Igual lo molestaban porque usaba lentes.

—Yo fui muchas veces (al colegio), me hacían una reunión con una psicóloga, con el encargado de los protocolos, en una salita. (Me decían) lo vamos a llamar… nunca más me llamaron. Entonces todo es: que no salga de acá, que no pase nada, que no se sepa (…) Vinieron a pedirme disculpas. Los papás llegaron a la casa. Yo les dije “mire, si ya está hecho ya”. No puede estar pasando eso, pueblo chico. Y menos que sea amparado por un colegio, que se supone que tiene un prestigio.

La solución que le dieron fue que sacara a su hijo e hiciera clases virtuales. Les respondió que su medida de protección era una estupidez. Así que decidió mandarlo acompañado durante tres meses. Lo iban a dejar y a buscar. El hostigamiento siguió y al final Juan decidió cambiarlo de colegio.

—Todos hacen la vista gorda para mantener el estatus del colegio, si se le quiere llamar de alguna forma —sentencia el empresario.

No es el único que lo piensa. El miércoles 26 de agosto, estudiantes de cuarto medio se manifestaron al interior del Santa Teresa. Colgaron un cartel y se sentaron en círculo en el patio. Su mensaje era: “¿Cuándo los estudiantes estarán antes que el prestigio del colegio?”. Después hicieron una encuesta anónima. Preguntaron si alguien había sufrido bullying y las respuestas fueron lamentables. Al final del día los amenazaron con dejarlos sin licenciatura.

En todo este año, la Superintendencia ha realizado cuatro acciones de fiscalización por denuncias de la ciudadanía. En una, el Colegio Santa Teresa evidenció mejorías y en la otra, se derivó a la Unidad Jurídica, donde iniciaron un procedimiento administrativo relacionado al protocolo de maltrato a estudiantes. Todo terminó en una amonestación y se le obligó al sostenedor del establecimiento tener una capacitación respecto a su reglamento interno. Ahora su sostenedor es parte del del programa “Convivencia Escolar”.

—Por normativa, los sostenedores deben contar con estrategias de prevención y protocolos frente a hechos de maltrato (…) Cuando vemos que existen reiteradas situaciones que afectan la convivencia escolar, sin duda es una señal para evaluar si las medidas implementadas son efectivas y se ajustan a la realidad del establecimiento —dice Fernando Sermeño, director regional de la Superintendencia de Educación de Coquimbo a BBCL.

Parte de los pilares estratégicos del Ministerio de Educación es el programa de Reactivación Educativa. La convivencia y la salud mental son claves en el proceso de enseñanza de cada estudiante. Por ello, el llamado del superintendente es a implementar acciones de orientación y apoyo socioemocional en la comunidad educativa. También recalca que cada familia puede acudir a la Superintendencia de Educación para denunciar.


Los otros chicos del colegio católico

La historia se repite con Lizandro Alcayaga y su hija Camila, quien estudió 10 años en el Colegio Santa Teresa. Llegó en primero básico y en la media empezaron a publicar fotos suyas diciéndole que era tonta. O que ojalá se matara. O que la violaran.

Camila era presidenta de curso, sacaba los primeros lugares y participaba en varios talleres. Después estaba triste, no iba a sus actividades y comenzó a esconder su cuerpo. Terminó con una licencia psicológica por dos semanas.

—Avisamos nosotros a los equipos de convivencia lo que estaba pasando pero no nos prestaron oído, y lo complejo de todo esto, es que le prestaron oído a las personas que estaban haciendo bullying —declara Lizandro.

Al final prefirió cambiarla del colegio e iniciar una demanda legal. Logró una orden de alejamiento para que no se acercaran a Camila.

La historia no terminó ahí. Lizandro decidió preguntar en sus redes sociales si alguien más estaba teniendo problemas con el Santa Teresa. La publicación se compartió más de 100 veces y le llegaron muchos comentarios y mensajes privados. Todos tenían una historia de agresión.

Cuando se enteró de la muerte de Cristopher se sintió culpable. Le afectó, porque piensa que no hizo nada para evitarlo.

—Me da miedo por los chicos que están ahí. No me gustaría sorprenderme como con lo que pasó con Cristopher.

Tras lo sucedido, el Colegio Santa Teresa interpuso un recurso de protección en su contra por “afectar su honra”. Todo a raíz de la publicación que ya fue eliminada. Dijo que no se dejaría “intimidar”, que daría la pelea hasta el final.

Suicidios en la ciudad

El Departamento Provincial de Educación de Choapa confirmó a este medio que ha mantenido un contacto permanente con el Colegio Santa Teresa durante este semestre por denuncias de bullying o acoso escolar entre estudiantes. También por el suicidio de Cristopher. Entre sus acciones está orientar al equipo directivo para “fortalecer la activación de sus protocolos de convivencia escolar”.

En esa línea, han tenido reuniones con Jimena Cortés, directora del colegio, con la encargada de Convivencia y apoderados. También realizaron una charla de prevención al suicidio y un encuentro de coordinación con el psicólogo del Centro de Salud Mental. El desarrollo de su planificación alcanzó otras autoridades, como el alcalde de Illapel.

Desde la institución manifestaron que “es fundamental que todos los integrantes de la comunidad, incluidos apoderados responsables, se comprometan activamente en la educación de sus hijos”. Hicieron un llamado a los establecimientos educacionales a mantener actualizados y difundir sus protocolos y reglamentos internos.

El problema escala a un nivel comunal. Las atenciones por conductas suicidas aumentaron en Illapel. Así lo confirma la enfermera Patricia Paz, quien además es la encargada del Programa de Prevención del Suicidio. Explica eso sí, que también puede deberse a que sus atenciones en salud mental se potenciaron y la detección es más rápida. De todos modos, igual deja entrever que puede ser un efecto esperable tras la pandemia.

Desde el Cesfam de Illapel, el encargado de Prevención al Suicidio, Edson Ortiz, aclara que el bullying acentúa la ideación suicida, aunque es la familia la que más influye en este tipo de pensamiento.

—El bullying incide en el desenvolvimiento del ser humano en el ámbito social, condicionando su actuar y fomentando el desarrollo de algún trastorno mental o de la personalidad. Si revisamos estadísticas, la ideación suicida en menores de edad tiende a aumentar en el mes de marzo, época en que comienzan las clases, por lo que podría ser un indicador, pero no hay una sola lectura de estos datos. Cada caso es distinto y particular —explica Edson.

Aunque declinaron referirse al caso particular de estudiantes del Colegio Santa Teresa, Patricia esclarece que una de sus acciones de este último tiempo fue justamente a raíz del suicidio de Cristopher:

—Los equipos de salud se articularon para la búsqueda y evaluación de sobrevivientes, atención de los casos en riesgo y despliegue en colegio donde estudiaba el caso índice (Cristopher).

El final del poema

Días después del funeral, la Oficina de Protección de Derechos Infancia (OPD) de Illapel llegó hasta la casa de Andrea. El colegio la había denunciado. Concluyeron que nunca existió vulneración de su parte y que iban a interferir con el colegio para que ayudaran a sus otros dos hijos, que también son alumnos del Santa Teresa.

Los padres del niño que golpeó a Cristopher nunca se acercaron a ella. Y aunque su hijo nunca le dijo su nombre, Andrea lo descubrió igual y lo denunció: proceso judicial que sigue en curso.

—Yo creo que los papás no tienen idea del daño que nos hicieron a nosotros. Porque es un daño gigante, mi hijo ya no va a estar, mi hijo nunca le había hecho algo a él. Y este niño sí, lo marcó, lo dañó. Hizo que sus últimos días fueran terribles para él.

Mientras revisaba la denuncia que hizo contra el colegio, en el correo se encontró con el poema que su hijo escribió para la clase de Lenguaje. Ahora sus pensamientos se transforman en una prueba judicial.

—¿Esto a la profesora no le hizo ruido? Porque es súper fuerte. Yo lo leí y me puse a llorar, porque ahí, en el fondo, decía que iba a acabar con su vida —expresa Andrea.

“Otra noche lleno de soledad y tristeza. Otra medianoche borracho en mi pieza. Un nuevo día que me despierto muerto de la cabeza. Estar solo en esta gran casa solo me causa tristeza”.

El Colegio Santa Teresa de Illapel se abstuvo de responder. Consideraron que no correspondía hablar con este medio casos de convivencia escolar por respeto a las familias y apoderados. Manifestaron que hay una etapa inicial de investigación en la Superintendencia de Educación sin resolución, otra razón para no hablar.

  • A excepción de Cristopher, los nombres de estudiantes fueron cambiados por ser menores de edad y tener causas judiciales en curso. También la identidad de los padres de Aurora.
  • La Oficina de la Protección de Derechos de Infancia de Illapel, declinó referirse en este reportaje.