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Nació en 1412, en el seno de una familia acomodada de campesinos y en medio del sangriento conflicto de la Guerra de los Cien Años que enfrentó a Francia e Inglaterra por el trono del primer país.
Con tan solo 13 años y mientras los inglesas azotaban el país, Juana de Arco aseguró tener visiones religiosas; en ellas, San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita, le aconsejaron llevar una vida devota, para después encomendar una orden: partir con un ejército para levantar uno de los últimos reductos de la resistencia francesa en Orleans.
Después de varios intentos fallidos donde los hombres se mofaban de ella, en 1429 Juana consiguió una entrevista con el príncipe heredero de la corona francesa. Durante la ocasión, el delfín intentó engañarla poniendo a un miembro de la corte en su lugar escondiéndose entre el público, pero Juana de Arco pasó la prueba dejando a la que sería la máxima autoridad perpleja, otorgándole un ejército de 5 mil hombres para su causa.
El 17 de julio de 1429, el príncipe fue coronado al mismo tiempo en que Juana lideraba una campaña exitosa en Orleans, tal como sus visiones lo predijeron; fue ella quien hizo posible la continuidad del reino de Francia, convirtiéndose en una figura que unía a los francesas en una nueva identidad.
Después de un breve retiro, continuó con su lucha contra los ingleses hasta ser capturada por sus enemigos. Si su figura era respetada en Francia, para el Reino de Inglaterra era un peligro y una hereje: la condenaron por abandonar su casa sin previa autorización de sus padres además de vestir ropa de hombre, algo impensado en esa época.
Fue un largo juicio en el que solo pudieron acusarla de faltas menores. Los defensores consiguieron que se volviera a vestir como mujer, algo que no duró mucho tiempo. Por esta razón, los ingleses la quemaron en una plaza pública un 30 de mayo de 1431.
25 años después de su muerte, la iglesia revisó su caso y la declaró inocente. En 1920, fue canonizada.