Efemérides: El 10 de mayo de 1933, los nazis destruyeron miles de libros en Alemania

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En Berlín, cerca de 50 mil civiles se congregaron en la Plaza Central quemando 25 mil textos que según ellos, "promovía la decadencia social".

La imagen es tan fuerte e indeseable, que sigue sorprendiendo por ser la antesala a uno de los momentos más catastróficos del siglo pasado. La quema de libros por parte de los nazis marcó un precedente que escalaría hacia el genocidio planificado de millones de judíos y la destrucción de toda Europa durante la Segunda Guerra Mundial.

El 10 de mayo de 1933 las familias alemanas escucharon atemorizadas como se transmitía sin cesar un mensaje que caló hondo en la psiquis de un pueblo azotado por la ola fascista de ese entonces: todos los autores, intelectuales, periodistas, poetas y ensayistas que promovieran un pensamiento diferente al que impuso Hitler, sería purgados intelectualmente.

Miles de personas se reunieron en plazas públicas para quemar libros que robaron de las universidades y bibliotecas, destruyendo un patrimonio imposible de restituir; el pánico colectivo fue tal que incluso se quemaron obras de Hellen Keller, conocida por ser la primera persona ciega y sorda en convertirse en una respetada intelectual; si para el resto del mundo Keller se transformó en un ejemplo de superación, para los nazis no concordaba con el ideal de aquello que planteaban como “la raza perfecta y dominante”.

La quema de libros llevó a una purga total de profesores judíos y aquellos de pensamiento ligado a la izquierda, perdiendo Alemania a un quinto de su profesorado. Varios debieron habituarse a las enseñanzas del reich para poder sobrevivir, y algunos vivieron en la clandestinidad durante los años de la gran guerra.

Esta acción sería replicada por diversas dictaduras: tanto en Europa como América Latina; cuarenta años después, la dictadura de Pinochet hizo lo mismo quemando libros tildados como “marxistas” imponiendo una fuerte censura intelectual durante los 17 años en los que duró el régimen.

Hoy, un monumento descansa en el mismo lugar donde se quemaron miles de obras en Berlín por estudiantes presos del pensamiento violento de entonces: se trata de una vitrina que muestra un estante sin contenido, explicando la importancia de no olvidar.

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En Berlín, cerca de 50 mil civiles se congregaron en la Plaza Central quemando 25 mil textos que según ellos, "promovía la decadencia social".

La imagen es tan fuerte e indeseable, que sigue sorprendiendo por ser la antesala a uno de los momentos más catastróficos del siglo pasado. La quema de libros por parte de los nazis marcó un precedente que escalaría hacia el genocidio planificado de millones de judíos y la destrucción de toda Europa durante la Segunda Guerra Mundial.

El 10 de mayo de 1933 las familias alemanas escucharon atemorizadas como se transmitía sin cesar un mensaje que caló hondo en la psiquis de un pueblo azotado por la ola fascista de ese entonces: todos los autores, intelectuales, periodistas, poetas y ensayistas que promovieran un pensamiento diferente al que impuso Hitler, sería purgados intelectualmente.

Miles de personas se reunieron en plazas públicas para quemar libros que robaron de las universidades y bibliotecas, destruyendo un patrimonio imposible de restituir; el pánico colectivo fue tal que incluso se quemaron obras de Hellen Keller, conocida por ser la primera persona ciega y sorda en convertirse en una respetada intelectual; si para el resto del mundo Keller se transformó en un ejemplo de superación, para los nazis no concordaba con el ideal de aquello que planteaban como “la raza perfecta y dominante”.

La quema de libros llevó a una purga total de profesores judíos y aquellos de pensamiento ligado a la izquierda, perdiendo Alemania a un quinto de su profesorado. Varios debieron habituarse a las enseñanzas del reich para poder sobrevivir, y algunos vivieron en la clandestinidad durante los años de la gran guerra.

Esta acción sería replicada por diversas dictaduras: tanto en Europa como América Latina; cuarenta años después, la dictadura de Pinochet hizo lo mismo quemando libros tildados como “marxistas” imponiendo una fuerte censura intelectual durante los 17 años en los que duró el régimen.

Hoy, un monumento descansa en el mismo lugar donde se quemaron miles de obras en Berlín por estudiantes presos del pensamiento violento de entonces: se trata de una vitrina que muestra un estante sin contenido, explicando la importancia de no olvidar.