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Cuando entendí que el semáforo no es para todos

Por Tu Voz

25 septiembre 2025 | 12:54

Hay personas que, aunque pongan todo su esfuerzo, simplemente no alcanzan a cruzar antes de que la luz cambie. Y eso no es solo un semáforo mal calculado, es una ciudad que no se detiene a pensar en todos sus habitantes.

A veces pensamos que no tenemos tiempo para nada…y mucho menos para detenernos a ayudar. Pero la verdad es que, si quisiéramos, podríamos regalar unos minutos a alguien y seguir con nuestra vida igual. Y, en el camino, descubrir que no nos quita, sino que nos suma.

Ese día tuve una urgencia familiar, por lo que estaba contra el tiempo. Pensaba solo en llegar rápido, cuando me encontré con un hombre ciego que caminaba desorientado. La gente que estaba cerca ni se inmutó. Y sí, lo pensé por un segundo, pero mi corazón de abuelita no me dejó pasar de largo.

Me acerqué y le dije: “¿Para dónde va?”. Me respondió: “Al mall”. Tomé su brazo y le dije: “Yo lo acompaño, es por aquí”. El día estaba abochornado, y caminábamos a un ritmo tranquilo y seguro. Hablamos del clima, de que esa semana decían que iba a llover; era miércoles y comentaban que el jueves o viernes llovería.

Antes de cruzar, nos dio el rojo. Esperamos pacientemente hasta que cambió a verde. Nuestro ritmo era constante, pero para el semáforo parecía lento…porque antes de terminar de cruzar ya estaba parpadeando. Me hizo pensar en lo peligroso que habría sido si no lo ayudaba: esa avenida es muy transitada y el tiempo del semáforo no estaba a nuestro favor.

Al llegar al mall, me pidió si podía ver si había algún guardia. Me llamó la atención, porque normalmente siempre hay, pero en ese momento no había ninguno. Y ahí entendí que debía ser yo quien lo dejara en la tienda que buscaba.

Le dije: “Parece que es hora de colación, porque no hay ningún guardia ni centro de ayuda”. Le pregunté a qué tienda iba, me dijo el nombre y que estaba en el pasillo principal. No quise dejarlo a su suerte, así que lo acompañé.

Íbamos en camino cuando me preguntó mi nombre. Le dije “Paula” y le devolví la pregunta. “Víctor”, me respondió. “Un gusto en conocerlo”, le dije, y seguimos caminando. Lo dejé con un joven de la tienda para que lo ayudara.

Me agradeció mucho y yo seguí mi camino. Aunque iba contra el tiempo, alcancé a todo lo que debía hacer ese día. Y me quedó claro que, más que un gesto de ayuda fue un recordatorio de que todos podemos hacer algo para que este mundo y esta ciudad sean más amables y seguras para quienes lo necesitan.

Ese cruce también me hizo darme cuenta de algo en lo que nunca había reparado: hay personas que, aunque pongan todo su esfuerzo, simplemente no alcanzan a cruzar antes de que la luz cambie. Y eso no es solo un semáforo mal calculado, es una ciudad que no se detiene a pensar en todos sus habitantes.

Ese día me quedó claro que ayudar también nos cambia a nosotros y nos invita a ser más empáticos.

Paula Palacios Gallegos
Puente Alto, Región Metropolitana