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La nieve como postal turística exclusiva de los barrios altos

Por Tu Voz

25 agosto 2025 | 10:27

No toda la nieve cae igual. En las comunas marginales, lo que cae son deudas, filtraciones y balas.

En Santiago la nieve tiene brújula. No importa de dónde venga el frente frío, siempre sabe hacia dónde ir: se acomoda en Las Condes, en Lo Barnechea, Vitacura y a veces en Providencia. Como si llevara un GPS incrustado que le impide desviarse hacia el poniente. El resto de la ciudad mira para arriba, con la esperanza de ver aunque sea un copo rebelde que se atreva a cruzar Plaza Italia.

Dicen que es un fenómeno natural, que la altura, que la cordillera, que las corrientes de aire, tal vez. Pero uno empieza a sospechar que el clima también se hizo experto en segregación urbana. La nieve, como muchos servicios públicos y privados, es selectiva: cae donde ya sobra.

Allá arriba, la nieve es postal. Es niños haciendo monos blancos en condominios cerrados, selfies con guantes North Face y chocolate caliente en la mano. Es el tránsito cortado, pero con Waze ofreciendo rutas alternativas pavimentadas y seguras. Es noticia en la tele: “¡Nevó en Santiago!”. Claro, en el otro Santiago, el que calza con la imagen de postal europea.

Abajo, en Renca, Quilicura, Cerro Navia o La Pintana, lo que cae es otra cosa: lluvias que entran por los techos mal sellados, basurales que se inundan, calles de tierra que se vuelven barro. El espectáculo blanco se queda lejos, y lo que llega es la humedad en las paredes, el frío en las casas sin aislación y la eterna espera de un transporte que nunca pasa a la hora.

La nieve no está sola en su comportamiento elitista

La meteorología parece entender el mapa de la desigualdad mejor que cualquier ministerio. Reparte blanco puro donde ya hay calefacción central y vidrios termopanel, y deja caer agua marrón donde el frío se combate con un brasero en la pieza. Hasta el clima entiende la exclusividad.

Y es que la nieve no está sola en su comportamiento elitista. En los barrios altos también se acumulan otros “copos” que nunca llegan abajo:

La educación de calidad, que se financia con mensualidades que cuestan más que un sueldo mínimo.

La salud inmediata, donde no hay lista de espera.

Las áreas verdes mantenidas, donde cada plaza parece de catálogo y hasta se riegan solas.

La seguridad como norma, donde los robos se convierten en trending topic, mientras en otras comunas son parte de la rutina diaria.

El transporte privado, donde los tacos se enfrentan desde la comodidad de un auto calentito, no colgado de una micro que pareciera tener personalidad propia y hacer lo que le dé la gana.

La nieve es apenas un símbolo visible, inofensivo y hasta romántico de la misma lógica que rige todo lo demás. Mientras allá arriba celebran la nevada como un evento digno de Instagram, acá se celebra con fuegos artificiales otra cosa.

Alcaldes y autoridades hacen transmisiones en vivo para advertir sobre las lluvias y el granizo, preocupados de que no colapse el Mapocho, y está bien. Pero uno no puede evitar pensar que también deberían estar pendientes de que, alguna vez, algo caiga hacia este lado, que no toda la nieve se queda estacionada en Alonso de Córdova.

Quizás pedir nieve en Lampa suena a capricho. Pero si se puede hacer una fiesta por el día del funcionario público que cueste más de 12 millones de pesos, ¿por qué no pedir nieve?

Detrás del chiste está la sospecha incómoda: ¿y si realmente nada baja nunca? ¿Y si hasta los fenómenos naturales se sienten obligados a reproducir las desigualdades que inventamos los humanos?

La nieve en Santiago no es solo meteorología. Es política congelada. Es el recordatorio de que, incluso en un país que se vende como moderno, paritario, progre e igualitario, la exclusividad sigue siendo el idioma oficial del clima, de las instituciones y de la ciudad.

Y así como cada invierno esperamos un copo que nunca llega, en los barrios bajos se siguen esperando políticas que tampoco llegarán. Nevadas de equidad que no caen. Copos de justicia que se derriten antes de cruzar Tobalaba.

Porque al final, en esta capital partida en dos, hasta la nieve sabe dónde puede caer y dónde no. En un lado están quienes tienen acceso al privilegio y por el otro, quienes seguimos esperando a que algún día algo que no sea una piedra o una bala, caiga también sobre nuestro techo.

Jósmar Valdez Morales
Sociólogo