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Esa perversa dualidad entre ellos y nosotros

24 noviembre 2025 | 10:39

Sucede que quienes se expresaron con su voto el domingo pasado fueron sobre todo estos últimos. Optaron en función de lo que había, con sus desilusiones y encono a cuestas. Y ante lo poco que había, primó la bronca.

Fue el lunes pasado. Pese a despertar con cierto abatimiento, desayuné temprano y salí a abrazar la mañana. Al atravesar el umbral, me topé con un sol luminoso, la calle, el tráfico y su bullicio. Un día como otros. La gente marchaba rumbo a sus labores habituales en un día de comienzo de semana. No parecía haber conmoción alguna ni se percibían emociones en nadie. Los semblantes eran los de siempre, ni contentos ni tristes; rostros comunes de chilenos, simplemente. Tal vez la indiferencia sea el término que mejor convenga para describir a aquellas caras y cuerpos en movimiento que transitaban por las aceras.

Me encontraba en medio del país real, el de todos los días, el verdadero, ese que las élites conocen poco y que nadie encuesta; aquel que, lamentablemente, muy pocos analizan a fondo. El Chile de carne y huesos, el que vive, siente, trabaja, palpita, ríe, transpira…

Algo sorprendido y con muchas dudas acerca del resultado de las elecciones presidenciales, buscaba, inconscientemente, esa mañana, algunos elementos de respuesta. Aquellos que no pudieron darme ni los candidatos presidenciales, ni los encuestadores y analistas durante la noche del domingo. Y lo hacía con los ojos puestos en la gente, una manera tan respetable como otras de observar la sociedad con sus múltiples ribetes.

Pero no hablé con nadie ni escuché conversaciones que pudieran aclarar mis interrogantes. En sordina, escuchaba esas exclamaciones habituales que reflejaban los estados de ánimo del transeúnte al comenzar una semana de rutina: “Hoy te deposito”, “llevo a los niños al colegio”, “estoy atrasado”, “te confirmo la hora…”

Las elecciones del día anterior no parecían preocupar a nadie. Sin embargo, en aquella indiferencia, encontré que los ojos y gestos de los pasantes me decían algo.

El porqué de la apatía

No es solo una impresión; es una certeza: en nuestro país —como en muchos otros— existen realidades paralelas que, por ser tan disímiles, se contraponen. Obrar para reducir esa brecha es, probablemente, el más importante de todos los desafíos. De seguir acrecentándose la distancia entre las élites y los ciudadanos, corremos el riesgo de hundirnos, o peor aún, de explotar y desaparecer como sociedad. Lamentablemente, esta simple constatación que no necesita de grandes tesis académicas, no es reconocida en su magna dimensión por la política.

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La observación más elemental de nuestro hábitat nos muestra que, por una parte, están “los otros”, con su vida cotidiana, preocupaciones, intereses y visiones; aquellos que ocupan la actualidad noticiosa, colocan las pautas y establecen las prioridades del debate.

Son élites de todo tipo, pero, para efectos de este escrito, hablamos de la que suele llamarse “clase política”. Esta es acompañada de una comparsa multiforme de representantes de partidos, gabinetes, grupos de presión, centros de estudio, medios de comunicación…

Sus rostros nos son familiares; son aquellos derrotados o triunfantes que se muestran, los que se expresan a destajo en diarios y las pantallas, los que gesticulan, sonríen y declaran solo lo básico para que quede en la frase corta que replicarán después, una y mil veces, las grabaciones y videos, mientras los titulares de periódicos, la tele y la radio palpitan, se meten en los hogares, nos inundan con imágenes y voces repetidas, nos embaucan para llevarnos a una realidad que no es la nuestra, sino la de ellos.

Los auditores o telespectadores que somos nos embelesamos, nos excitamos y exultamos…También nosotros nos metemos dentro del receptor para entrar en la jugarreta cómplice de una mediocridad que, al contemplarla, repugna tanto como los insultos en las redes sociales y es tan dañina, que suele aniquilar mentes y almas.

Si observamos con atención, veremos que estos personajes son pocos, pero gravitan, pesan y mandan. Son, ni más ni menos, la expresión del poder con todas sus ramificaciones, aristas y abusos.

Por la otra parte, está la gran masa de gente, los sin nobleza ni clero de ayer, los “tiers état” de la Revolución francesa, la mayoría silenciosa a la que se refería Richard Nixon en 1969 (¡vaya referencia!), “los de a pie”, como suele llamarse a este conglomerado inmenso de ciudadanos comunes y corrientes.

Los que deben hacer fila para ser atendidos por la burocracia perezosa y mañosa, y esperar pacientemente su turno para entrar en la dolorosa vía de Calvario en busca de la consulta médica que tarda, la operación a dos años plazo, el trámite sin fin de papeleos y notarios, el cobro o el pago, la humillación permanente que suele no tener salida ni destino.

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Los que se muestran hartos de los abusos y que, cada vez que pueden, manifiestan con encono sus sentimientos, los que caminan por aceras paralelas a las del poder, con el único propósito de subsistir de la mejor manera posible, sin ya querer cambiar el mundo, sino únicamente su suerte. Los que alguna vez creyeron y se atrevieron, y en su creencia y su lucha se extraviaron, para terminar con la desilusión profunda que hoy los vuelve desconfiados, reticentes y apáticos.

La escapatoria del “nosotros”

Sucede que quienes se expresaron con su voto el domingo pasado fueron sobre todo estos últimos. Optaron en función de lo que había, con sus desilusiones y encono a cuestas. Y ante lo poco que había, primó la bronca.

En un país que avanza a dos velocidades tan distintas, con realidades y mundos encapsulados cada vez más distantes y contrapuestos, lo normal es que el populismo haga estragos. En el mejor de los casos, la propuesta recibida es una lista de eventuales mejoras para el presente, sin importar daños ni gastos. Bonos, ayudas, reducciones impositivas, protección y muchas medidas de fuerza con expulsiones, zanjas, minas y balas, las que en todos los continentes no son otra cosa que ilusiones. No hay principios ni valores, solo medidas y prohibiciones de dudoso beneficio.

Hastiados por el mundillo de “los otros” ya sean de izquierdas o derechas, y conscientes de remar duramente en el mundo del “nosotros”, el votante de la primera vuelta parece decirnos que los grandes proyectos del mañana, esos que son para el futuro, los de la humanidad redimida y el planeta preservado, son quimeras abstractas alejadas de sus intereses. No satisfacen los problemas apremiantes de un hoy, ni multiplican el pan nuestro de cada día. El camino del populismo pertenece únicamente a este “presente vergonzante” que se conjuga sin pasado ni futuro.

Ese día lunes, tuve entonces la impresión de que los resultados de la primera vuelta presidencial importaban poco a quienes transitaban por la calle con sus preocupaciones puestas en el alma. Su indiferencia, sus voces y rostros me hablaban lo suficiente; era cosa de observarlos y de observarnos a nosotros mismos. Nada me hace pensar que no podría pasar lo mismo en la segunda vuelta de diciembre.