La política de Estados Unidos hacia Venezuela durante los últimos años ha oscilado entre la retórica maximalista de “todas las opciones sobre la mesa” y el uso incremental de sanciones financieras, diplomáticas y militares.
En medio de esas acciones hay un conjunto de silencios y omisiones cada vez que Estados Unidos vislumbró costos alternativos a una acción más osada.
Básicamente el gran obstáculo para hacer caer a Maduro ha sido la inoperancia y cobardía de la misma oposición, indispuesta a jugar las cartas en los momentos álgidos.
Lo cierto es que bajo los dos gobiernos de Donald Trump (2017–2021 y 2025–), el discurso de la “caída inevitable de Maduro” se ha convertido en un eje central de la política hemisférica estadounidense. Sin embargo, los resultados han sido dispares.
Esta columna comienza por un trabajo en formato de crónica, de modo tal de reconstruir los procesos de presión de Washington sobre Caracas, destacando fechas, hitos y mecanismos. La pregunta central es simple pero abierta: ¿Estamos frente a un desenlace inminente o ante una nueva reiteración de estrategias que refuerzan la resiliencia del régimen chavista? Para responder esto la crónica no bastará, pero eso lo veremos al final.
I. El primer gobierno de Trump: la promesa de una caída rápida (2017–2021)
2017–2018: primeras sanciones y aislamiento diplomático
A partir de agosto de 2017, la administración Trump impuso sanciones financieras directas contra funcionarios del régimen de Maduro y restringió la capacidad de PDVSA para acceder a créditos internacionales.
Washington impulsó, además, la construcción del Grupo de Lima, que desde 2018 articuló a gobiernos latinoamericanos en torno al desconocimiento de la legitimidad del chavismo.
Ese grupo oficiosamente fue conocido después como el “Grupo de Santiago” por el compromiso de Sebastián Piñera con dicha causa, que terminó mal para el gobernante chileno cuando apostó a la caída de Maduro y tuvo que observar en vivo y en directo cómo se vaciaba la posibilidad de un éxito en la operación.
2019: “Todas las opciones sobre la mesa”
El 23 de enero de 2019, Juan Guaidó se autoproclamó presidente encargado de Venezuela con respaldo inmediato de EE. UU. y parte de la comunidad internacional. Trump declaró que la salida de Maduro era inminente y que “todas las opciones estaban sobre la mesa”, incluyendo la militar. Trump y sus asesores (Bolton, Pompeo) afirmaban que un golpe de timón estaba en curso y que si Maduro no cedía “EE. UU. tenía los medios para forzarlo”.
Trump llegó a plantear en reuniones internas la posibilidad de una invasión rápida, convencido de que Maduro caería fácilmente. John Bolton en sus memorias (The Room Where It Happened) relata que Trump incluso dijo: “Venezuela es parte de EE. UU., sería genial invadirla”.
Según palabras de Pompeo en mayo de 2019, Maduro estaba listo para abandonar el cargo y viajar a un lugar protegido. Según la autoridad norteamericana, sabían cuál era el avión. En ese proceso desde marzo a mayo, el gobierno norteamericano fue monitoreando el proceso, a tal punto que en un momento Pompeo declaró que la decisión (de ingresar a Venezuela y derrocar a Maduro) dependía simplemente de una orden ejecutiva y que ello podría ocurrir en cuestión de días.
Pero el asunto no era tan sencillo.
En marzo de 2019, llegaron a Caracas dos aviones militares rusos (un Antonov An-124 y un Ilyushin Il-62) con unos 100 soldados y equipamiento, gesto simbólico que reafirmó la alianza Moscú–Caracas. Poco después, buques de guerra rusos, entre ellos la fragata Almirante Gorshkov, realizaron maniobras en el Caribe. Este despliegue ruso tuvo un efecto relativamente inmediato: la retórica de intervención directa de EE. UU. se diluyó. Las memorias de John Bolton (The Room Where It Happened) revelan que Trump fantaseaba con una “invasión rápida”, pero el riesgo de confrontación con Rusia actuó como freno.
2020–2021: sanciones máximas, resultados limitados
Durante estos años, la Casa Blanca intensificó sanciones contra PDVSA y el círculo íntimo de Maduro. Sin embargo, el régimen se adaptó mediante triangulación petrolera con Irán, apoyo financiero de Rusia y el desarrollo de economías ilícitas.
El efecto fue de deterioro económico y humanitario, pero sin provocar fracturas en el aparato militar chavista, que para ello tuvo que incrementar la cantidad de generales a cifras sorprendentes (más de dos mil) y con un país que, se ha señalado, prestaba bandera para acciones ilegales en el tráfico de minerales y diamantes.
II. El interregno Biden: contención sin ruptura (2021–2024)
Entre 2021 y 2024, la administración Biden mantuvo las sanciones pero introdujo márgenes de negociación.
En 2022, la invasión rusa a Ucrania alteró el tablero: Washington consideró temporalmente flexibilizar sanciones petroleras a Caracas para compensar la reducción de suministro ruso. Aunque se otorgaron licencias acotadas a Chevron, las conversaciones con el régimen de Maduro quedaron en suspenso.
El resultado fue una fase de estancamiento: ni colapso del chavismo, ni reinserción plena de Venezuela al sistema internacional. En ese proceso, Rusia profundizó su presencia en Venezuela y China fue aportando fondos para un proceso de reindustrialización básico.
III. El segundo gobierno de Trump: la presión total (2025–)
Julio de 2025: arancel del 25% a importadores de petróleo venezolano
En un giro agresivo, la Casa Blanca impuso en julio de 2025 un arancel del 25% a todos los bienes de países que importen petróleo venezolano. La medida amplió la extraterritorialidad de las sanciones y elevó drásticamente el costo de negociar con PDVSA.
Agosto de 2025: recompensa, liberación de presos políticos y despliegue naval frente a Venezuela
El 15 de agosto de 2025, Trump y Putin se reunieron en Anchorage, Alaska. Sin acuerdos sobre Ucrania, pero con compromisos soterrados que han permitido mayor ventaja a Putin y que ha generado una especie de reprimenda de Trump a Zelensky y a Europa; todo parece indicar que la reunión fue más útil de lo que parece.
Rápidamente después de la reunión Venezuela liberó prisioneros y Maduro leyó un texto (cosa no habitual) cuya redacción era poéticamente sofisticada y jurídica (menos habitual aún) donde abría la puerta a una salida.
No ha habido aproximación militar rusa, a pesar de que Washington anunció el despliegue de tres destructores clase Arleigh Burke (USS Gravely, USS Jason Dunham y USS Sampson) en aguas del Caribe, cerca de Venezuela, como parte de una operación contra carteles de droga.
Y no es lo único. En simultáneo, un escuadrón anfibio compuesto por los buques USS Iwo Jima, USS Fort Lauderdale y USS San Antonio, con unos 4.000 marines, se unió al dispositivo, acompañado de un submarino de ataque y aviones P-8 Poseidón.
El Pentágono informó que los buques permanecerían en la zona “por varios meses”, lo que revela que la acción que se emprenderá no es urgente, sino importante. Esperarán para atacar y generar una acción limpia. Por ello no hemos visto muchas noticias y ha habido un silencio estratégico muy cuidado.
La ausencia de estridencia es una probable prueba de que esto va en serio. Lo único estridente ha sido el hecho de que la Casa Blanca duplicó la recompensa por la captura de Maduro a US$50 millones bajo cargos de narcoterrorismo, enviando un mensaje de estigmatización personal y judicialización del régimen, pero concentrando todo en un nombre: Nicolás Maduro.
Es una acción simétrica a la operación contra Saddam Hussein. En paralelo, el gobierno de Caracas liberó a 13 presos políticos en un mes. Aunque insuficiente, el gesto se leyó como concesión bajo creciente presión.
IV. Geopolítica: ¿de qué sirve la caída de Maduro?
Existe evidencia de que China aportó recursos financieros para mejorar la infraestructura de refinación en Venezuela, y que gran parte de ese dinero se perdió debido a la ineficiencia, la mala gestión, la corrupción o la conclusión fallida de los proyectos.
Al parecer en el gobierno chino esto generó cierta desazón, sin embargo, su política exterior suele ser muy coherente y ha firmado hasta este año numerosos acuerdos con Venezuela y, por lo demás, apoyó a Maduro en su reelección masivamente acusada de fraude, asumiendo los costos reputacionales de un proceso muy difícil.
Respecto a los apoyos rusos e iraníes, es evidente que se mantienen, pero los últimos procesos de Medio Oriente con los conflictos prebélicos de Israel e Irán no favorecen a la búsqueda de proyección y expansión del sector. Rusia ha crecido mucho en influencia y poder, pero por lo mismo no necesita tanto aprovechar a países cercanos para lograr sus objetivos. Hoy Rusia logró estar en la mesa de negociación sin ser el plato. Los países pequeños muchas veces creen que esto es una ventaja, pero puede ser lo contrario.
Estados Unidos ha diseñado una estrategia creativa. La llamaremos el ‘realismo performativo’, ya que usa la lógica realista de la negociación política, pero ancla su poder en acciones teatrales y mediáticas que le permitan efectos de negociación convenientes.
La puesta en escena de los líderes europeos sometidos ante su escritorio, con la presidenta de la Unión Europea repitiendo los argumentos de Trump para explicar los enormes pagos que le harán a Estados Unidos, más la acción en Venezuela (que además le permite cambiar el eje de Ucrania y Gaza) parecerían mostrar al país imperial de las últimas décadas, conduciendo la historia mundial. Pero no es cierto. Estados Unidos hoy es mucho menos que ayer. Y si somete a Europa es porque dicho continente se aproxima a convertirse en la Roma de la política, esto es, la ciudad de las ruinas y del esplendor pasado.
Mientras todo ello ocurre, Trump en realidad se acerca y busca un orden relativamente conveniente en la negociación con Oriente, pues China, Rusia e India aparecen con una capacidad de control superlativa sobre el escenario estructural.
Dentro del plan de Trump la caída de Maduro será importante y ha inventado un mecanismo muy inteligente para dar un golpe sin dar un golpe: Maduro es un delincuente, un líder del crimen organizado, debe ser detenido por la seguridad de su país y la ‘extracción’ del líder desde Venezuela y su detención asociada, supondrá dar espacio al presidente legítimamente electo que no pudo asumir. Para que este elegante argumento funcione se necesita que no haya suciedad en el proceso y que la ‘extracción’ sea casi como una abducción alienígena. Nada fácil, pero no imposible.
La pregunta sobre la caída de Maduro sigue abierta. La evidencia sugiere que, pese a la presión inédita, la caída de Maduro no es automática. El chavismo conserva control sobre las fuerzas armadas, acceso a redes financieras alternativas y respaldo de actores externos (Rusia, Irán, China). Además, los generales no confían en que Estados Unidos no los juzgue a todos. Sin embargo, la diferencia con 2019 es sustantiva: la protección rusa se ha debilitado y la presión estadounidense es más integral y sostenida.
Si en 2019 bastó la llegada de un par de aviones rusos y un buque de guerra para frenar la opción militar, en 2025 los destructores y marines de EE. UU. frente a las costas venezolanas muestran que el equilibrio de disuasión se ha alterado.
¿Cae Maduro? Quizás no de inmediato, pero nunca antes la combinación de sanciones, presión militar y aislamiento diplomático estuvo tan cerca de quebrar la resiliencia de su régimen. Si la escena no se modifica, en cuestión de semanas probablemente habrá novedades en favor de Trump. Pero el partido solo está en el primer tiempo.