Agencia UNO

El Uber Regionalista Verde Social

24 agosto 2025 | 08:00

No hay cama para tanto partido.

El enojo con Jaime Mulet por romper la lista parlamentaria fue energético, pero con disposición a superarse en el tiempo. Al final del día, los partidos grandes estaban a un solo lado y era una de las tantas listas pequeñas que hay en las sábanas parlamentarias que eligen a algún líder local. A ellos les permitía obtener el soñado porcentaje para no ser eliminados como partido, asunto más importante ahora que hay financiamiento electoral.

Pero la ira se desató cuando se supo quiénes eran los candidatos que llevaba y en qué distritos y circunscripciones. Una mezcolanza donde estaban los expulsados, los enojados y los desposeídos del resto de las colectividades, sin preguntar demasiado de dónde vienen ni hacia dónde van y ningún mínimo programático en común.

Socialistas desilusionados, revolucionarios amancebados, bandidos profesionales del Congreso, viejos estandartes noventeros con ganas de una última aventura, democratacristianos sin domicilio, independientes con más prontuario que votos… todos encuentran asiento en la FRVS.

No hay ideología consistente, salvo la de la supervivencia; es una estación de paso para seguir en la ruta parlamentaria. La paradoja es que, gracias a este sistema, un partido que no alcanza el 3% nacional termina con diputados que deciden reformas claves, como si representaran a medio país.

Jaime Mulet y el Uber-partido

Mulet es un genio del emprendimiento político, creo un Uber-partido: barato, disponible y siempre dispuesto a llevarte, aunque no se sepa bien el destino.

Pero el problema no es él, sino el sistema de partidos.

Publiqué hace un libro llamado Error en el Sistema, donde narro detalles de unas 15 recientes crisis políticas. Por ahí pasan el estallido del 2019, la caída de dos procesos constitucionales, la caída de Ricardo Lagos, el surgimiento de la derecha más dura, entre otras historias.

Muchas veces me cruzo con lectores que me dicen: “Oiga me encantó su libro, como narra la crisis, pero echo de menos que dijera las causas y como se arregla esto”. Es una crítica que comparto, y después la reflexión que he tenido es que la causa no es la rabia ciudadana, ni la desconfianza en la élite, ni el Pelao Vade o el caso Hermosilla; sino la debilidad de nuestros partidos políticos, que al final del día termina boicoteando cualquier posibilidad de políticas públicas serias y sostenibles en el tiempo.

No hay cama para tanto partido

Chile vive desde hace al menos dos décadas con un paciente en estado crítico: su sistema de partidos. Todos lo diagnostican, todos prescriben recetas, pero nadie se atreve a aplicar el tratamiento. El resultado está a la vista: un sistema que se fragmenta, que pierde representatividad y que, como un enfermo sin defensas, deja al cuerpo político expuesto a cualquier infección populista.

Hoy en la Cámara de Diputados conviven 21 partidos distintos, a los que se suman independientes y movimientos regionales. En el Senado, donde en teoría debiera primar más orden, hay 13 partidos representados. Nunca en la historia democrática hubo tanta dispersión.

Si aceptamos la tesis de Alan Ware que los partidos políticos funcionan como resumidero de ideas de la sociedad, no es creíble que en Chile hay 21 grupos de ideas distintas. Hay solo tres: derecha, centro e izquierda. Y parafraseando un viejo refrán cubano, no hay cama para tanto partido.

Muchos de ellos se basan en ejercicios de autosatisfacción y no en emprendimientos como el de Jaime Mulet. Un caso reciente es Marcelo Díaz, exvocero de Bachelet y militante socialista, que debido a una pelea personal con otros dirigentes, descubrió que el PS estaba podrido y fundó UNIR. Resultado: una colectividad microscópica que terminó subsumida en el Frente Amplio.

En la derecha, el exUDI Rojo Edwards creó Acción Republicana para respaldar a José Antonio Kast antes de que este levantara formalmente el Partido Republicano para ganar el quien vive.

Y en el centro también pasó. Tenemos el caso de Ciudadanos y Amarillos, que fueron muy notorios por la habilidad de sus líderes en aparecer en los medios, pero nunca llegaron más allá de representar a la gente del Restaurant Baco, sin incluir a sus trabajadores y al dueño.

Intentos de reformas

Los intentos de reforma han sido una larga procesión de buenas intenciones y pésimos resultados. El sistema binominal fue reemplazado por uno proporcional “a la chilena” en 2015, con distritos más grandes y más escaños en juego. La fragmentación se multiplicó.

Según datos del PNUD, entre 1990 y 2014 el índice de efectividad del sistema de partidos Laakso-Taagepera rondaba el 4,5. Tras la reforma, se disparó sobre 7. Por encima de 5 se considera que el sistema de partidos tiene una enfermedad tipo UTI. En simple, hay más actores con capacidad de veto y menos espacio para mayorías claras. No es que el binominal fuera la panacea, sino que cuando se cambió el sistema no se tocó la gobernanza de los partidos.

La ley de financiamiento público, aprobada después del caso Penta, buscó limpiar la política del dinero empresarial. Pero a diferencia de lo que sugirió la Comisión Engel, tampoco se legisló sobre gobernanza y límites a la cantidad de partidos, terminó incentivando la creación de partidos pymes que viven de los aportes estatales sin ninguna inserción social real.

Y la ley de primarias, que pretendía ordenar la competencia al hacerse voluntaria, se usa cada vez menos: en la primaria reciente solo hubo 1 donde participaron 8 partidos. Es difícil pensar que en la izquierda hay 8 ideas distintas, ni siquiera los partidos más grandes llegan a esa cantidad de lotes internos. Si la derecha hubiese estado obligado a primarias, habría ganado en primera vuelta con una legitimidad enorme.

La Comisión Experta del segundo proceso constitucional de 2023 diagnosticó el problema. Propuso un conjunto de medidas para ordenar el sistema:

    • Umbral electoral del 5% nacional (o al menos cuatro parlamentarios elegidos) para que los partidos mantuvieran su existencia legal.

    • Prohibición de los subpactos electorales, que son el principal incentivo a la proliferación de los partidos Uber que sobreviven gracias a colgarse de listas grandes.

    • Exigencias más estrictas de democracia interna, como primarias obligatorias y control efectivo del Servel sobre el padrón de militantes.

    • Limitaciones a los cambios de partido durante el período parlamentario, para acabar con los aventureros.

Además del sentido común de estas 4 medidas, que para los especialistas en el tema son un mínimo, tenía el valor que había sido aprobada por unanimidad por connotados expertos, desde el PC hasta los Republicanos. No pasó nada porque tocaba demasiados intereses.

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El germen de las crisis políticas

El efecto práctico de esta dispersión es devastador. La política chilena dejó de producir mayorías claras. En el Congreso, ningún gobierno desde 2014 ha tenido respaldo suficiente para impulsar reformas estructurales sin negociar hasta la extenuación y al final del día pagando caro, literalmente en algunos casos.

En una columna de CIPER, escrita por Matías Piña, se relata los efectos más estructurales de esta situación y derechamente advierte que los incentivos del sistema están orientados al personalismo y que su consecuencia es debilidad institucional. Lucas Sierra y Sebastián Soto en un reciente foro de Pivotes advierten el mismo riesgo, haciendo ver la necesidad de partidos programáticos, y los incentivos perversos a tener pactos y posibilidades de llevar independientes de candidatos.

Según la última encuesta CEP, solo un 2% de los chilenos confía en los partidos políticos. En 1990 esa cifra superaba el 30%. Sin partidos sólidos, florecen aventuras personales como el Partido de la Gente, de un predicador radial y que pese a las deserciones sobrevive de los aportes estatales. Y así cada gobierno gobierna menos y sobrevive más, atrapado en la aritmética del voto a voto y la volatilidad de sus propios aliados, que muchas veces se ven tentados de repetir el modelo Marcelo Díaz y hacer un partido personal.

Por tanto, no es solo la habilidad de Jaime Mulet como conductor de un Uber partido, sino un sistema político que lo permite, sin tener conciencia de la debilidad institucional que implica, como hace ver Piña, Sierra, Soto, Engel y muchos otros y otras. Ahí está el germen de las crisis políticas, el capítulo que no escribí y que legítimamente los lectores me echan en cara.