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Alicia, la monja y madre del príncipe Felipe que luchó contra la locura y el Holocausto judío

Publicado por Emilio Contreras
La información es de Bernardita Villa

09 abril 2021 | 10:57

Uno de los aspectos más llamativos del príncipe Felipe, fallecido durante esta madrugada en el Reino Unido, fue la ambivalente relación con su familia sanguínea, también perteneciente a la realeza europea. Y en ese repaso, su madre Alicia de Battenberg destaca por su particular historia.

Si bien muchos la recuerdan por haber llegado a la boda real de su hijo vestida como monja, la princesa fue dueña de una historia mucho más interesante que esa.

Alicia, que perteneció a dos casas reales, pasó mucho tiempo viviendo sola en Atenas, Grecia, mientras estaba ocupada por los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Allí, no sólo compartió su escaso alimento con los judíos que eran perseguidos, sino que escondió a una familia completa en su casa a riesgo de su propia seguridad.

Victoria Alicia Elizabeth Julia Marie nació en 1885 en el Castillo de Windsor (Berkshire, Reino Unido) y ante la presencia de su bisabuela y madrina, la reina Victoria, quien además fue tatarabuela de Isabel II, lo que convierte a la Reina y su esposo, el príncipe Felipe, en primos.

Alicia pasó la mayor parte de su niñez entre Inglaterra y Alemania debido a los viajes de su padre, quien era oficial de la Marina Real.

En medio de esos viajes, su madre y abuela comenzaron a notar que la niña estaba tardando mucho en aprender a hablar, por lo que buscaron especialistas que la diagnosticaron con sordera congénita. Pese a ello, logró aprender a leer los labios y hablar claramente en inglés y alemán, y más tarde en francés y griego.

Alicia de Battenberg

La niña tuvo una gran cercanía con la familia real británica e incluso fue una de las damas de honor en la boda del entonces futuro rey Jorge V y María de Teck, los abuelos de la reina Isabel II.

Con 17 años, Alicia conoció a quien se convertiría en el amor de su vida… el príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca. Durante la coronación del rey Eduardo VII, en 1902, la pareja fue presentada por un amigo en común, y desde entonces no se separaron más.

Al año siguiente contrajeron matrimonio, y Alicia también pasó a ser parte de la familia real griega con conexiones en las casas reales de Rusia, Dinamarca, Grecia, Hesse y Schleswig-Holstein.

Durante sus primeros años como marido y mujer, Alicia y Andrés se fueron a vivir a Grecia, donde nacieron sus cuatro hijas y su único hijo, el príncipe Felipe, el fallecido duque de Edimburgo.


En ese país, Andrés siguió desarrollando su carrera militar, sin embargo, en 1922, cuando su hijo menor tenía sólo 18 meses, fueron exiliados por su participación en la guerra greco-turca, donde se enfrentó el Reino de Grecia y revolucionarios turcos del Movimiento Nacional turco.

La familia escapó en un barco de guerra británico a París. Llegaron como refugiados, sobreviviendo únicamente con las donaciones de sus parientes, especialmente de la princesa Marie Bonaparte, psicoanalista y esposa del hermano de Andrés. En Francia, Alicia trabajó en una tienda de caridad para refugiados griegos, mientras su esposo escribía un libro.

Estas dificultades empujaron a Alicia a centrarse en gran medida en sus creencias religiosas. Su comportamiento también comenzó a ser errático, llegando asegurar que escuchaba voces, recibía mensajes divinos e incluso que tenia contacto físico con Jesús, además de otras figuras religiosas.

En 1930, fue finalmente diagnosticada con esquizofrenia paranoide, debiendo ser sometida a un tratamiento en un sanatorio en Berlín. Cuando no funcionó, y siguiendo un método recomendado por el mismísimo Sigmund Freud, Alicia fue sometida a una gran cantidad de rayos X en su útero, lo que supuestamente curaría sus frustrados deseos sexuales.

Por supuesto, aquella intervención tampoco dio resultados, por lo que fue internada en una clínica de Suiza. En aquella época el príncipe Felipe tenía nueve años, y su abuela lo llevó a un picnic para que no se enterara de la partida de su madre. “Fue literalmente un automóvil y hombres con batas blancas, viniendo a llevársela”, explicó a Daily Mail el biógrafo de Alicia, Hugo Vickers.

Mientras estuvo internada, su marido, el príncipe Andrés, se alejó de ella y la abandonó. Al mismo tiempo partió a vivir a la Riviera francesa con su amante, mientras que sus hijas se casaron con príncipes alemanes (bodas a las que Alicia no asistió).

El destino del príncipe Felipe fue un poco más trágico, pues se quedó sin un hogar estable, debiendo pasar sus días en un estricto internado y las vacaciones en las casas de varios familiares, especialmente de sus tíos Lord Luis Mountbatten y Jorge Mountbatten, en Inglaterra.

Cuando Alicia finalmente fue liberada del sanatorio en 1932, se convirtió en una vagabunda solitaria, quedándose en modestos moteles alemanes y de otros países de Europa.

“Solía sentarse en la terraza, mirando al cielo. Un día, le pregunté a Alicia, ‘¿Qué estás mirando?‘. Y ella dijo: ‘Santa Bárbara’. Me senté en su regazo, me tomó en sus brazos y dijo: ‘Igual que mi hijo, mi Philip””, señaló Almuth Reuter, cuya madre administraba una pensión en Colonia.

Con el tiempo volvió a Atenas y comenzó a trabajar en pro de los pobres.


Un trágico reencuentro

Alicia y Felipe no se volvieron a ver hasta 1937, cuando la tragedia golpeó a su dividida familia. Ese año, falleció Cécilie, hija mayor del matrimonio, en un accidente aéreo a la edad de 26 años y con ocho meses de embarazo.

Aunque Alicia quería que Felipe, ahora de 16 años, se fuera a vivir con ella en Atenas, Felipe decidió quedarse en la Marina Real.

Las cosas empeoraron cuando Grecia fue ocupada por los Nazis en 1941.

Gracias a que dos de sus hijas estaban casadas con figuras del nacionalsocialismo y a que aún tenía familiares alemanes, las autoridades pensaban que Alicia estaba a favor de su causa, por lo que ella logró engañar a los nazis y ayudar a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial.

La mujer estableció comedores y organizó refugios para niños sin que nadie notara su intervención. Además viajó a Suecia en busca de medicamentos, usando como excusa que visitaría a una de sus hermanas.

Para su subsistencia, su hermano, Lord Mountbatten, le enviaba paquetes de alimentos, que ella regalaba a los necesitados. Luego, durante más de un año, ocultó a una familia judía en el último piso de su casa, a pocos metros de la sede de la Gestapo, para salvarlos del Holocausto. Cuando estos comenzaron a sospechar, Alicia hizo de su sordera una excusa para no responder sus preguntas.

Pero eso no fue todo, porque en las noches desafiaba los toques de queda y deambulaba por las calles repartiendo la poca comida tenía.

Una vida al servicio de Dios

Después de la guerra, Alicia se quedó en Atenas impactada por las consecuencias de la guerra. Allí fundó su propia orden religiosa, la Hermandad Cristiana de Marta y María.

Gracias a que había recuperado parte de sus joyas reales, y junto a ayuda de varios donadores, en 1949 construyó un convento y un orfanato en un suburbio pobre de Atenas.

La mujer, sin embargo, no invirtió todo lo que tenía en aquel proyecto, ya que también le regaló algunos diamantes a su hijo Felipe, los cuales fueron insertados en el anillo de compromiso que le dio a la reina Isabel cuando le propuso matrimonio.

En 1947, Alicia asistió al enlace real entre Felipe e Isabel, donde por fin consiguió cumplir su sueño y reconectarse con su hijo, quien finalmente la aceptó de vuelta en su vida.

Felipe y Alicia

Incluso en 1953, fue invitada a la coronación de la nueva Reina de Inglaterra, donde llegó vestida con los hábitos de su nueva orden religiosa, llamando de inmediato la atención y dando mucho qué hablar entre los invitados.

Pese a su empeño y esfuerzo por sacar adelante su proyecto, la familia de Alicia no apoyaba la idea del convento. “¿Qué se puede decir de una monja que fuma y juega a la canasta?”, señaló la madre de Alicia.

Finalmente, y a pesar que buscó apoyo económico incluso en Estados Unidos, su orden religiosa no prosperó por falta de candidatas.

Tras ello, en 1967, Felipe e Isabel la invitaron a vivir permanentemente con ellos en el Palacio de Buckingham, dado su precario estado de salud. Permaneció allí hasta muerte, dos años después.

En 1988, el príncipe Felipe cumplió el último deseo de su madre y la trasladó al Convento de Santa María Magdalena en Getsemaní, en el Monte de los Olivos de Jerusalén.