Fue pionera en defender a nuestro país, pero también en vivir la parte más amarga del deporte. Marlene Ahrens, la única chilena en ganar una medalla olímpica, y su incipiente carrera con brusco final por culpa de un dirigente acosador.

Este jueves 18 de junio se confirmó a primera hora a muerte de la atleta. Sin embargo, su historia quedó grabada para siempre en el mundo del deporte.

Desde su primera participación en los Juegos Olímpicos de 1896, Chile suma 13 medallas en su historial. De esos 13 podios solo uno fue ocupado por una mujer: Marlene Ahrens Ostertag, en Melbourne 1956.

Nació en Concepción, el 27 de julio de 1933, y rápidamente mostró interés por las competencias. Hija de inmigrantes alemanes, su padre Hermann le inculcó desde pequeña la pasión por el deporte. Jugaba, corría y saltaba todo el día, agotando en ocasiones a su progenitor.

La familia de raíces germanas vivió tranquila en la capital de la región del Bío Bío hasta 1939. El terremoto con epicentro en Chillán destruyó su casa y los obligó a trasladarse a la región Metropolitana. Finalmente, se establecieron en un terreno familiar en Panquehue, en el valle del Aconcagua.

Marlene fue enviada a estudiar a un internado en Viña del Mar, pero la reclusión no era para ella. Al poco tiempo se trasladó a vivir con familiares a la ‘ciudad jardín’ y luego vivió con su amiga Isabel Lyon. ¿El deporte? Con ella cada jornada.

Dos días a la semana jugaba hockey, otros dos practicaba voleibol, cuando no tenía actividades se quedaba en el colegio y realizaba gimnasia. Si bien siempre destacó en varias actividades, nunca pensó en dedicarse profesionalmente.

Con 19 años Ahrens conoció a Jorge Ebensperguer, un hombre 15 años mayor y que también era un asiduo del deporte. Pese a la diferencia de edad comenzaron un noviazgo que los llevaría a casarse en 1953.

En un paseo junto a unos acomapañantes, mientras lanzaban piedras al mar, Jorge y sus amigos descubrieron que Marlene lograba una distancia y precisión que nadie más conseguía. Impresionado, Ebensperguer llevó a su pareja al Club Manquehue, donde él entrenaba: “Aquí tienen a una lanzadora innata”, la presentó.

Una carrera en alza

Marlene y su esposo se fueron de luna de miel y, al regresar, se encontraron con la sorpresa de que la Federación Deportiva de Chile había inscrito a la mujer para representar a nuestro país en los Juegos Sudamericanos de 1954.

Ahrens no estaba muy convencida, pero aceptó decir presente en la cita en Sao Paulo. Contra todo pronóstico, logró la medalla de plata y batió el récord nacional en lanzamiento de jabalina, ganándose un lugar entre los medios deportivos que miraban fascinados su repentina aparición.

ARCHIVO | Memoria Chilena
ARCHIVO | Memoria Chilena

De la impensada medallista sudamericana se supo poco durante dos años. En 1953 nació Karen, su primera hija, y en la Navidad de ese año recibió como regalo de su esposo y padre una jabalina de Estados Unidos, con la última tecnología de la época.

Practicaba con la intención de superar el vigente récord sudamericano y conseguir un registro que la clasificara a los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956. Y lo logró.

El 22 de noviembre Marlene fue la única mujer que desfiló junto a la delegación nacional, fue escogida como abanderada por sus compañeros y, a sus 23 años, maravilló con su cabellera rubia y sus 1,75 metros. Pocos, sin embargo, imaginarían lo que ocurriría seis días después.

Con el número 607 Ahrens logró una distancia de 50,38 metros en su segundo intento, batiendo las marcas nacionales y sudamericanas. El público la ovacionó, fue un lanzamiento perfecto, pero la soviética Inese Jaunzeme dejó en el segundo lugar a la chilena tras alcanzar 53,86 metros, colgándose la presea dorada.

Tras la cita olímpica de Melbourne su palmarés siguió en aumento: medalla de oro en los Panamericanos de Chicago 1959 y Sao Paulo 1963; y primer lugar en los Juegos Suramericanos de Santiago 1956, Montevideo 1958, Lima 1961 y Cali 1963.

En Colombia Marlene vivió uno de los episodios más tristes de su vida. En plena competencia fue advertida que su padre, quien padecía demencia senil, agonizaba. Ella decidió mantenerse en suelo ‘cafetero’ y se quedó con el oro, el que dedicó a su fallecido padre al regresar a Chile.

El cruel e injusto final

Los de Chicago en 1959 no fueron unos Panamericanos como otros para Chile y, especialmente, para Ahrens. La medallista olímpica fue hostigada por Alberto Labra, dirigente que lideró a la delegación nacional en Estados Unidos.

Según relató la propia Marlene en 2006, el hombre se propasó con ella de una manera que “hoy sería llamado acoso sexual. Yo estaba en mi mejor momento deportivo cuando mi carrera como atleta llegó a su final”.

ARCHIVO | Ciudad del Deporte
ARCHIVO | Ciudad del Deporte

Ahrens, muy molesta por lo vivido con el directivo, decidió denunciarlo ante el Comité Olímpico. A su testimonio se sumaron los de otras dos atletas, que también habían sido hostigadas por Labra. Desde el ente rector les pidieron callar, ya que sus palabras podrían “dañar al olimpismo chileno”.

Marlene no dio pie atrás en su postura y, cinco años más tarde, irrisoriamente ella terminó castigada. Labra llegó a liderar el Comité Olímpico y, a meses de las Olimpiadas de Tokio 1964, suspendió a la múltiple medallista de toda actividad deportiva. Ahrens se quedó con las maletas hechas para sus terceros Juegos Olímpicos.

“La denuncia que hice me costó no ir a Tokio, que me suspendieran y me prohibieran apelar. Esa sanción fue una venganza”, aseguró Ahrens en su momento. Con apenas 32 años decidió nunca más volver a lanzar una jabalina, dejando atrás su exitosa carrera como lanzadora.

Pese a lo anterior, nunca pudo desligarse del deporte. Practicaba tenis de manera regular y, una vez que dejó la jabalina, la cambió por la raqueta. En 1967 fue campeona nacional en dobles mixtos junto a Omar Pabst y alcanzó el primer lugar en el ranking chileno.

Su carrera en el ‘deporte blanco’ no duró mucho. Una lesión que arrastraba en una rodilla –había sido atravesada por una jabalina años atrás en un entrenamiento- le impidió prolongar sus éxitos con la raqueta en las manos.

En 1979 volvió a incursionar en otra disciplina cuando inició en la equitación. En 1995, con 62 años, representó a Chile en los Panamericanos de Mar del Plata, donde fue ovacionada tras competir en salto y adiestramiento.

Sumó más de cuatro décadas de éxitos y medallas, pero también de momentos oscuros. Sigue siendo la mejor deportista chilena de la historia pero, al igual que varias mujeres, le tocó convivir con ese machismo que de vez en cuando sale a la luz en el deporte chileno.