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A 480 años del primer 11 de septiembre "chileno"

11 septiembre 2021 | 08:55

El 11 de septiembre remite, de manera inmediata, al Golpe de Estado de Chile de 1973. Eso a la mayoría de los chilenos, y algunos más. Eso, porque el mundo piensa en el 2001. A las Torres Gemelas desmoronándose.

Pero mucho antes del Golpe cívico-militar, hubo otro “11 de septiembre” en Chile. Desde que nuestra historia tiene fechas y años en el Calendario Gregoriano, hay un 11 de septiembre -sangriento y fundamental para nuestra historia- muy anterior, fundacional.

El 11 de septiembre de 1541 se produce el asedio y ataque a la naciente ciudad de Santiago. “Fundada” el 12 de febrero de ese año, los indígenas, liderados por Michimalonco, se alzan contra los conquistadores y la naciente ciudad. Esto, de manera aparentemente coordinada, con un alzamiento en el sur, que Pedro de Valdivia había ido a sofocar.

Fundación de Santiago

Santiago no se funda en la nada. En la actual Plaza de Armas de la capital se han encontrado restos arqueológicos de hace 1.100 años y más. Sobre ellos, hay capas de piedra de río que indicarían que el río Mapocho pasó, con fuerza, por muchos años por ese lugar. Finalmente, se encontraron vestigios Incas.

La Plaza de Armas, a la llegada de Pedro de Valdivia, estaba constituida. Tenía construcciones. Posiblemente, de acuerdo a Rubén Stehberg, con la gran red de canales de regadío construidos en el valle, el río puede haber vuelto a su cauce antiguo. Estos canales, además de regar, habrían evitado que el río se saliera de su cauce e inundara desde donde se funda y se traza Santiago del Nuevo Extremo.

La presencia Inca no era una invasión militar, sino un dominio cultural, religioso y técnico voluntario. Así, había indígenas que vieron con buenos ojos el intercambio, mientras otros mantuvieron sus formas de vida.

Cuando llegan los españoles, había construcciones y miles de hectáreas regadas dedicadas al cultivo. Con Pedro de Valdivia y los suyos todo cambia. Ellos hacen una conquista, un sometimiento militar sangriento, de despojo.

Alzamiento

Los españoles se apropian de las construcciones y del actual casco histórico de Santiago. Una zona resguardada por los dos brazos del Mapocho (la actual y la que bajaba por la Alameda). De las grandes extensiones regadas por la extensa red de canales. Pero como llegan avanzado el verano, también empiezan a saquear la comida que tenían los indígenas.

El alzamiento era cosa de tiempo. Los españoles hacen redadas, roban, matan, violan. Buscan el control por las armas y el terror. Y secuestran a 7 caciques.

Ante los rumores de alzamiento en el sur, Pedro de Valdivia parte al sur con, según algunas fuentes, 50 jinetes (también se hablan de más), dejando otros tantos en la ciudad. Él se enfrentaría con los indígenas en los alrededores del pucará de Cerro Grande de la Compañía, en la actual comuna de Graneros.

Era una estrategia de los indígenas que ya no soportaban la situación. Y ese 11 de septiembre atacan la ciudad. En Santiago había alrededor de 40 o 50 españoles, más algunos cientos de indígenas aliados de éstos (Entre 200 y 400).

Un ataque que estuvo a punto de ser una victoria de los atacantes que habría cambiado, de manera drástica, la historia del país.

Decisión drástica

Ya casi derrotados los españoles y sus aliados, desesperados ante la inminente derrota y muerte, toman una decisión drástica. Es el momento en que, los siete caciques presos -como una forma de garantía- son decapitados y exhibidos a los atacantes, causando el terror entre ellos. La orden habría sido dada por Inés de Suárez (1507-1580), ante la indecisión de quien comandaba. Otros dicen que, además, ella los habría asesinado. Otros van mas allá, adjudicándole las decapitaciones. Los atacantes, despavoridos, abandonan la lucha, se salvan los españoles y la ciudad, que se construirá de adobe, más resistente al fuego.

A partir de este hecho, surgirán los mitos, las diversas versiones. El vuelo de la imaginación de escritores, las crónicas realizadas a partir de testimonios. Para impresionar.

Alguna versión plantea que los indígenas iban decapitando y ensartando en lanzas las cabezas de los españoles que iban muriendo en combate (Jorge Guzmán). Que de ahí surge la idea. Otros, que simplemente fue idea de ella. También quienes dicen que las cabezas fueron lanzadas entre los indígenas o que fueron los cuerpos exhibidos.

Lo cierto es que, ese 11 de septiembre de 1541, sangriento y brutal, como el de 1973, fue crucial, definitorio. Y con una mujer -la única española que formaba parte de la expedición- como protagonista.

Cronistas

«Cuando allegó a la puerta de la casa, salió una dueña que en casa del general estaba, que con él había venido sirviéndole del Pirú, llamada Inés Juárez, natural de Málaga. Como sabía, reconociendo lo que cualquier buen capitán podía reconocer, echó mano a una espada y dio de estocadas a los dichos caciques, temiendo el daño que se recrecía si aquellos caciques se soltaban. A la hora que él entraba, salió esta dueña honrada con la espada ensangrentada, diciendo a los indios: «Afuera, auncaes» que quiere decir: «Traidores, que ya yo os he muerto a vuestros señores y caciques», diciéndoles que lo mismo haría a ellos y, mostrándoles la espada, los indios no le osaban tirar flecha ninguna», escribió Jerónimo de Vivar, en su «Crónica y relación copiosa y verdadera del reino de Chile» (1558)

En tanto, los cronistas Pedro Mariño de Lobera y Bartolomé de Escobar hacen un relato similar, pero con algunas diferencias importantes:

«Mas como empezase a salir la aurora y anduviese la batalla muy sangrienta, comenzaron también los siete caciques que estaban presos a dar voces a los suyos para que los socorriesen libertándoles de la prisión en que estaban. Oyó estas voces doña Inés Juárez, que estaba en la misma casa donde estaban presos, y tomando una espada en las manos se fue determinadamente para ellos y dijo a los dos hombres que los guardaban, llamados Francisco Rubio y Hernando de la Torre, que matasen luego a los caciques antes que fuesen socorridos de los suyos. Y diciendo Hernando de la Torre, más cortado de terror que con bríos para cortar cabezas:
-Señora, ¿de qué manera los tengo yo de matar?
Respondió ella:
-Desta manera.
Y desenvainando la espada los mató a todos con tan varonil ánimo como si fuera un Roldán o Cid Ruy Díaz. Habiendo, pues, esta señora quitado las vidas a los caciques, dijo a los dos soldados que los guardaban que, pues no habían sido ellos para otro tanto, hiciesen siquiera otra cosa, que era sacar los cuerpos muertos a la plaza para que viéndolos así los demás indios cobrasen temor de los españoles».


Libros

Sobre el hecho se ha escrito mucho. Uno de los mejores libros -o el mejor-, es “Supay, el cristiano” (1967), novela de Carlos Droguett (1912-1996). El Premio Nacional de Literatura 1970 dedica todo el texto a los preámbulos y al combate mismo. Y maestro de la pluma, logra transmitir la tensión y la angustia de la lucha y la incertidumbre. Y la brutalidad de los asesinatos.

“- ¡Mate a los caciques, señor teniente! -grito doña Inés-. Son nuestra única salvación. ¡Escuche el cinturón que nos ponen los indios!” (pp 178)

Pero Monroy, jefe de la plaza, se niega a asesinar prisioneros…

“Los miró a todos. Corrió donde los caciques prisioneros, que no hacían un gesto, indiferentes a esos ademanes y esos gritos. Entonces, el arcabucero, en vez de apartarla e impedirle, le sujetó al indio por los hombros, casi con suavidad, y ya tuvo el soldado en sus manos la tronchada cabeza que ella le pasaba en un gesto de asqueado horror y de arrepentimiento. Muy pálido, la cogió por los cabellos y sin gran esfuerzo la lanzó por el paredón. Gotas de sangre cayeron desde el aire. Se oyó un grito inmenso al otro lado, de sorpresa, incredulidad y duelo, un chivateo que, naciendo apagado y triste y desilusionado, se iba prolongando hacia atrás de las filas indias, como peinándolas y se quedo finalmente resonando.” (pp182-183)


Ay mama Inés, crónica testimonial (1993), de Jorge Guzmán, es una novela escrita como una crónica, por episodios. Por supuesto, estos hechos están incluidos. Guzmán plantea la idea de que los indígenas iban cortando y exhibiendo las cabezas de los españoles muertos en combate. Y que Inés de Suárez hace lo mismo, en respuesta, con los caciques prisioneros.

Entre tantos libros que abordan estos hechos y la figura de Inés de Suárez, también está la novela Inés del alma mía (2006) de Isabel Allende (1942), Premio Nacional de Literatura 2010. (Hoy también serie de televisión)