El legendario director británico Ken Loach (1936) llega con El viejo roble, su película 43 y el cierre de una trilogía compuesta por Yo, Daniel Blake y Sorry We Missed You.
Trilogía de pueblos abandonados del norte de Inglaterra
“Un punto de partida fue la realidad del abandono de la región. Las antiguas industrias habían desaparecido -la construcción naval, la siderurgia y la minería del carbón- y poco se había hecho en su lugar. Muchos de los pueblos de las minas, antaño prósperas comunidades orgullosas de su tradición solidaria, sus deportes locales y sus actividades culturales, fueron abandonados a su suerte por los políticos, tanto conservadores como laboristas”, dijo Ken Loach.
“Habíamos hecho dos películas en el noreste, historias de personas atrapadas en esta sociedad fracturada. Inevitablemente ambas acabaron mal. Sin embargo, habíamos conocido a gente fuerte y generosa que responde a estos tiempos oscuros con valentía y determinación. Sentimos que teníamos que hacer una tercera película que reflejara eso, pero que tampoco minimizara las dificultades a las que se enfrenta la gente y lo que ha sufrido esta zona en las últimas décadas”, agregó.
Los refugiados sirios donde no se vean
“Luego hubo otro giro”, sostuvo el cineasta. “El Gobierno aceptó por fin refugiados de la horrible guerra de Siria. Vinieron menos que a la mayoría de los países europeos, pero tenían que ir a alguna parte. De nuevo, no fue una sorpresa cuando el noreste tomó más que cualquier otra región. ¿Porqué? Viviendas baratas y una zona en la que los medios de comunicación nacionales apenas reparan”.
“Paul (Laverty, el guionista) escuchó las historias de lo que había ocurrido cuando las familias sirias llegaron por primera vez, y empezamos a pensar que esa era la historia que debíamos contar. Pero primero había que entenderla. Dos comunidades que vivían una al lado de la otra, ambas con graves problemas, pero una con el trauma de haber escapado de una guerra de una crueldad inimaginable, que ahora lloraban a los que habían perdido y estaban muy preocupadas por los que habían dejado atrás. Se encuentran como extraños en una tierra extranjera. ¿Podrán convivir estos grupos? Habrá respuestas contradictorias. En tiempos tan oscuros, ¿dónde está la esperanza?”, concluyó.
El viejo roble
En un pueblo semi abandonado, donde las viviendas se venden a menos del 20% de su antiguo valor, queda solo un pub. Un bar donde se juntan a diario un grupo de hombres a beber cerveza. Y uno que otro parroquiano más. La depresión es brutal, con jóvenes que no van a la escuela, se quedan -deprimidos- encerrados en sus casas o tienen entrenan perros feroces. Todos se conocen y se saludan, pero -casi- nadie hace nada para revertir el declive.
“Charlie, mira el estado en el que está el pueblo. Ve toda la mierda que nos ha pasado a lo largo de los años. Las cosas que te han pasado a ti, lo que me ha pasado a mí y a nuestros padres. Este lugar ha estado yéndose a la mierda antes de que llegaran los sirios. Pero… ¿cómo te has convertido en esto?”
Entonces, llegan al pueblo una serie de familias de refugiados sirios, escapando de la dictadura de Bashar al Assad. Eso despertará posturas y reacciones polarizadas, entre el rechazo y la solidaridad, entre la “memoria” de los viejos tiempos del pueblo minero y el presente con sus valores.
“La mitad del país está podrido. Laura, ¿sabes lo que se está logrando? Es el odio, la mentira, la corrupción. Apesta hasta lo más alto. Y la traición”, dice Tommy.
Esperanza y shukran
“¿Cuántas personas trabajando juntas? Qué lugar tan bonito, me hace querer tener esperanza de nuevo”, dice Yara, una de las protagonistas del film, mirando la milenaria iglesia.
“Tengo una amiga que llama “obscena” a la esperanza. Tal vez tenga razón”, agrega Yara. “Pero si dejo de tener esperanza, mi corazón dejará de latir.”
El viejo roble es un llamado, un grito o, tal vez, una súplica para que las personas tengamos memoria, memoria colectiva sobre actos de solidaridad, de compromiso por el bien común. Es un llamado a cosas simples, a pequeña escala. Desde saludar a entregar pequeñas o medianas ayudas.
El viejo roble también insiste en la palabra shukran, gracias en árabe. En destacar el valor de agradecer. Una palabra que puede construir vínculos, redes, a partir de, simplemente, agradecer. Un primer paso que hermana.
Lucha social
Ken Loach ha dicho que esta es, posiblemente, su última película. Luego de decenas de cintas donde ha mostrado posturas claras, mirando con insistencia vidas sencillas, no idealizadas, en contextos difíciles, muy duros a veces. Siempre denunciando abusos.
“Cuando torturan, cuando atacan hospitales, cuando asesinan médicos, cuando el mundo se queda de brazos cruzados, es cuando el régimen vive”, dice por un lado Yara.
“Familias humilladas porque no pueden alimentar a sus hijos en uno de los países más ricos del maldito mundo”, afirma con impotencia Tommy Ballantine.
Son dos frases que traspasan el contexto de la película y resuenan, hoy, en tantos lugares.
El viejo roble relata una pequeña y muy particular historia para entregarnos un mensaje universal. Un mensaje que invita a conectarnos con nuestros entornos, con las personas que nos rodean y las que están un poco más allá. Y a decir shukran y ganarnos que nos digan shukran, a ser activos en construir un mundo mejor.
El viejo roble
Director: Kean Loach
Guion: Paul Laverty
Reparto: Dave Turner, Ebla Marie, Claire Rodgerson, Trevor FoxAño:2023
País: Reino Unido
Duración:113 minutos
Distribuye: Arcadia Films
Estreno en Chile:17 abril