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Crítica a "Rompan todo: la historia del rock en América Latina": Por una docuserie sin periodistas

16 diciembre 2020 | 18:43

Ya están disponibles los seis episodios que dan forma a “Rompan todo: La historia del rock en América Latina”, una serie documental de Netflix que reunió -como pocas veces en el formato- a parte de los más influyentes exponentes del género en la región, en un viaje temporal y transgeneracional por algunos de sus principales hitos.

Charly García, Andrés Calamaro, Zeta Bosio, Gustavo Santaolalla (productor ejecutivo del registro junto a Nicolás e Iván Entel y Picky Talarico), El Tri, Vicentico, Andrea Echeverri, Flavio Cianciarul, el invitado foráneo David Byrne y Molotov, entre muchos otros, incluidos los nacionales Mon Laferte, Beto Cuevas, Jorge González, Claudio Narea, Álvaro Henríquez y Los Jaivas, son algunos de los nombres que van confluyendo en el recuento.

A través de entrevistas y un delicado trabajo de archivo audiovisual, diversas voces protagónicas de la escena van uniendo sus recuerdos a modo de crucigrama, completando frases a través de kilómetros de distancia y desmintiendo o ratificando historias que con los años se convirtieron en mitos.

Aquí, la historia deambula a través de dos polos magnéticos: Ciudad de México y Buenas Aires, dos capitales y visiones distintas del rock que durante los ochenta se convirtieron en una que incluso tuvo una sede chilena (y crucial).

La importancia del mercado local en la ruta de Café Tacvba; el cruce entre Los Jaivas y Arco Iris (la banda de Santaolalla descrita alguna vez como “Los Jaivas argentinos”) durante sus días en la capital trasandina; la participación de Los Prisioneros en el “Woodstock del rock latinoamericano”, además de una rencilla con Los Violadores, entre varias anécdotas, van escribiendo los capítulos tricolores de esta bitácora musical, que refleja cómo el rock en español asumió una genuina reversión política y hasta folclórica en su lectura territorial.


El Festival de Viña del Mar (otra vez tapando bocas de sus críticos) se alza como un escenario clave para la escena latina no sólo en los 80, sino también en los 70 y 90. La Quinta Vergara, de nuevo como trampolín al mundo, es una plaza que no necesita explicaciones en esta serie donde los periodistas y fans (por fin) ceden su balbuceante tribuna para una historia oral y colectiva del fenómeno.

Aquí, sólo hablan los protagonistas, y en su mayoría son testigos de primerísima línea. Sus frases, por lo mismo, terminan siendo más que frases y se convierten en revanchas, descargos o ajustes de cuentas tardías.

“En todos los países de Latinoamérica te pones de pie cuando dices Soda (Stereo) o Gustavo”, cuenta Calamaro en uno de los episodios; y en otro, Jorge González describe las canciones “post dictadura” de Los Tres (y con no poca ironía) como piezas que “se podían tocar sin que te pusieras nervioso”.

Con uno que otro momento de humor pero abundantes sonrisas a la cámara, las autocríticas de los “latinoamerican rockers” son escasas a pesar de datos reveladores: en una de las escenas, Andrea Echeverri aborda la soledad y los costos de ser casi la única mujer en una escena plagada de hombres, machismos y acosos.

Lo anterior lo suplen historias y voces de la música azteca que para buena parte del público local han sido inexploradas, sobretodo en un país donde leyendas como “El Tri” es sólo un nombre curioso. Un amplio universo chido (desde Javier Bátiz a Maldita Vecindad y Plastilina Mosh) que irrumpe sin voz en off en un diálogo colectivo muchas veces sobrio, detallista y emotivo.


En Argentina, la acotada presencia de Charly y otros tótems del “rock nacional” han sido motivo de debate y críticas, en parte justificadas en capítulos específicos (los últimos 3). Se intuye, a lo lejos, que Netflix y la productora Red Creek reservan ideas y material para una segunda parte. Ojalá, porque si no, serían varias las ausencias injustificables.

Sobre la “polémica” de la inclusión de figuras como Residente, Maná, Mon Laferte y Woss en el metraje, todos ellos supuestamente ajenos al rock en un documental exclusivo del género, mejor ni hablar porque no tiene sentido. Habría que, en ese caso, realizar otra serie documental para demostrar en pantalla, con peras y manzanas, con palabras y sin guitarras, cómo el espíritu del rock muta, protesta, incomoda y se desmarca de ti cuando no te necesita.