La hora más corta: inquietante relato de desconexión, desarraigo y sexo

Renzo Trisotti | Facebook
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La novela de Francisco Díaz Klaassen tiene en su contraportada dos presentaciones que son un lujo.

Diamela Eltit escribe que La hora más corta “es una novela fundamental, que elabora con maestría una estética singular fundada en la exactitud entre erotismo y melancolía”.

El escritor boliviano Edmundo Paz Soldán afirma que el autor “ha creado un narrador que (sic) no se esconde de narrar lo corporal, la abyección del sexo, la sordidez de la vida cotidiana. Queda la intimidad la intimidad, pero aquí no hay lugar para la poesía de lo sublime; se trata de encontrar poesía en la decadencia”.

La historia de dos chilenos en Nueva York, ella trabajando y él tratando de escribir, en un departamento con ratas. Una historia contada en primera y e tercera persona, un juego permanente entre el protagonista y un mirador externo, con una escritura pulcra, sin adornos, escueta.

Creo que la esencia del relato –lo que ciertamente dependerá del lector- está en la desconexión. Desconexión con la pareja, con el entorno (que espía en forma enfermiza), con su país (una suerte de exilio), con el sexo que, sin sentimientos, sin límites, realizado para autosatisfacción y por aburrimiento, se tiñe de “abyección”, y todo empieza a ser sórdido. Pero el centro es la desconexión.

Francisco Díaz Klaassen escribe muy bien, y en esa doble escritura entre el protagonista y un tercero –una suerte de voyerista-, genera una atmósfera pesada, agobiante, en el límite de la desesperación y la locura. Locura marcada por –insisto- la desconexión, la incapacidad de empatizar con su pareja, y el sinsentido de su vida.

La hora más corta es un buen libro, de esos que quedan dando vueltas en uno no sólo en la cabeza; también queda una sensación extraña en el pecho, en el estómago que toma su tiempo en irse.

Un muy buen libro, pero hay que estar con un estado anímico adecuado.

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La novela de Francisco Díaz Klaassen tiene en su contraportada dos presentaciones que son un lujo.

Diamela Eltit escribe que La hora más corta “es una novela fundamental, que elabora con maestría una estética singular fundada en la exactitud entre erotismo y melancolía”.

El escritor boliviano Edmundo Paz Soldán afirma que el autor “ha creado un narrador que (sic) no se esconde de narrar lo corporal, la abyección del sexo, la sordidez de la vida cotidiana. Queda la intimidad la intimidad, pero aquí no hay lugar para la poesía de lo sublime; se trata de encontrar poesía en la decadencia”.

La historia de dos chilenos en Nueva York, ella trabajando y él tratando de escribir, en un departamento con ratas. Una historia contada en primera y e tercera persona, un juego permanente entre el protagonista y un mirador externo, con una escritura pulcra, sin adornos, escueta.

Creo que la esencia del relato –lo que ciertamente dependerá del lector- está en la desconexión. Desconexión con la pareja, con el entorno (que espía en forma enfermiza), con su país (una suerte de exilio), con el sexo que, sin sentimientos, sin límites, realizado para autosatisfacción y por aburrimiento, se tiñe de “abyección”, y todo empieza a ser sórdido. Pero el centro es la desconexión.

Francisco Díaz Klaassen escribe muy bien, y en esa doble escritura entre el protagonista y un tercero –una suerte de voyerista-, genera una atmósfera pesada, agobiante, en el límite de la desesperación y la locura. Locura marcada por –insisto- la desconexión, la incapacidad de empatizar con su pareja, y el sinsentido de su vida.

La hora más corta es un buen libro, de esos que quedan dando vueltas en uno no sólo en la cabeza; también queda una sensación extraña en el pecho, en el estómago que toma su tiempo en irse.

Un muy buen libro, pero hay que estar con un estado anímico adecuado.