Ana María Haebig: soy una cachetada para el fascismo y el ego desmesurado que nos agobia

El cuaderno de Ana María, Ediciones B (c)
El cuaderno de Ana María, Ediciones B (c)
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La autora del libro “El cuaderno de Ana María” entrega un testimonio descarnado, valiente e iluminador sobre su largo -e inconcluso- proceso de aceptarse y ser aceptada en una sociedad donde -si eres diferente- debes hacer lo posible para que se note lo menos posible “y así todos vivimos contentos imaginando que somos iguales. (pp 88)

Ana María Haebig tiene el Síndrome de Moebius, que afecta músculos de la cara que permiten sonreir, mover las cejas, cerrar bien la boca, mirar hacia los lados. También tenía una serie de particularidades físicas, como ser asimétrica, tener sólo una pechuga, tener en algún momento muchos vellos.

Esta condición, la llevan a un largo y muchas veces doloroso camino, que parte por tomar lentamente conciencia de sí, primero al sentir situaciones extrañas alrededor:

“Oía susurrar a mis padres cosas sobre mí, que no entendía. Los niños hablaban al oído con los adultos y luego me señalaban.” (pp 17)

Luego, la dificultad de reconocerse:

“En la foto de curso soy un pequeño monstruo peludo, adorable. Cuando me la entregan me cuesta encontrarme entre los rostros de mis compañeritas. ¿Realmente esa soy yo? La miro y me parece que es una broma, estaba segura de haber sonreído para la foto pero en ella aparezco con cara de odio-al-fotógrafo.” (pp 22)

Y la sensación de soledad:

“Me hubiera gustado que alguien me acompañara. Que me dijeran que ser así no era malo, que no me hacía menos querible, que si ese niño no me quiso otros me iban a querer, cosas así.” (pp 26)

Y la crueldad de la sociedad:

“Quizás me silban de verdad, también es otra posibilidad, tal vez mi jumper es extremadamente sexy. Entonces un niño del grupo grita:”Feeaa”.
Y los demás se ríen.
(sic)
Y eso que no me han visto desnuda.”
(pp 66-67)

Ana María Haebig escribe un libro directo, sin velos, haciendo de la palabra, del nombrar, parte importante de su proceso interno como de vinculación con su entorno.

“Todos callaron para disimular mi existencia. La diferencia no se nombra para no ofender a nadie y así todos vivimos contentos imaginando que somos iguales.” (pp 88)

En este escribir logra un texto notable, iluminador, no sólo sobre las “dificultades@ de los “diferentes” sino de nuestras propias dificultades, de nuestras sutiles formas de discriminación, de segregación:

“Los travestis deben sentirse parecido, ellos saben que son mujeres pero ven su cuerpo y es de hombre. Yo los entiendo y, aunque ni muerta se lo confesaría a alguien, me siento un poco travesti.” (pp 79)

“No soporté darme cuenta que mis padres me rechazaban, que no querían que fuera diferente a las demás personas más de lo que ya era, porque esto era meterles el dedo en la llaga. Si ya era diferente, bueno, qué le vamos a hacer, pero mi deber y el de ellos era que se notara lo menos posible. Así podían amarme mejor y las cosas fluían más.” (pp 86)

Ana María Haebig logra un libro de múltiples lecturas, incluyendo la denuncia de una sociedad autoritaria, excluyente:

“Entonces yo aparezco en esta sociedad y soy la prueba tangible de la fragilidad, una cachetada para el fascismo y para el ego desmesurado que nos agobia. Demuestro que seguimos siendo frágiles.” (pp 94)

Lo que escribe es tan honesto, directo, habla en forma profunda de lo que siente y ha sentido que se hace incontestable, se constituye en una “verdad” que muestra, que humaniza:

“Me atormenté tantos años sintiéndome confusa frente al espejo y nunca le dije a nadie la verdad porque me sentía culpable de querer un cuerpo normal y femenino.” (pp 141)

“Y es maravilloso que te vean y no te critiquen.” (146)

“El cuaderno de Ana María”, de Ana María Haebig (Ediciones B), es un regalo y un desafío, una invitación a ser parte de un mundo mejor.

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La autora del libro “El cuaderno de Ana María” entrega un testimonio descarnado, valiente e iluminador sobre su largo -e inconcluso- proceso de aceptarse y ser aceptada en una sociedad donde -si eres diferente- debes hacer lo posible para que se note lo menos posible “y así todos vivimos contentos imaginando que somos iguales. (pp 88)

Ana María Haebig tiene el Síndrome de Moebius, que afecta músculos de la cara que permiten sonreir, mover las cejas, cerrar bien la boca, mirar hacia los lados. También tenía una serie de particularidades físicas, como ser asimétrica, tener sólo una pechuga, tener en algún momento muchos vellos.

Esta condición, la llevan a un largo y muchas veces doloroso camino, que parte por tomar lentamente conciencia de sí, primero al sentir situaciones extrañas alrededor:

“Oía susurrar a mis padres cosas sobre mí, que no entendía. Los niños hablaban al oído con los adultos y luego me señalaban.” (pp 17)

Luego, la dificultad de reconocerse:

“En la foto de curso soy un pequeño monstruo peludo, adorable. Cuando me la entregan me cuesta encontrarme entre los rostros de mis compañeritas. ¿Realmente esa soy yo? La miro y me parece que es una broma, estaba segura de haber sonreído para la foto pero en ella aparezco con cara de odio-al-fotógrafo.” (pp 22)

Y la sensación de soledad:

“Me hubiera gustado que alguien me acompañara. Que me dijeran que ser así no era malo, que no me hacía menos querible, que si ese niño no me quiso otros me iban a querer, cosas así.” (pp 26)

Y la crueldad de la sociedad:

“Quizás me silban de verdad, también es otra posibilidad, tal vez mi jumper es extremadamente sexy. Entonces un niño del grupo grita:”Feeaa”.
Y los demás se ríen.
(sic)
Y eso que no me han visto desnuda.”
(pp 66-67)

Ana María Haebig escribe un libro directo, sin velos, haciendo de la palabra, del nombrar, parte importante de su proceso interno como de vinculación con su entorno.

“Todos callaron para disimular mi existencia. La diferencia no se nombra para no ofender a nadie y así todos vivimos contentos imaginando que somos iguales.” (pp 88)

En este escribir logra un texto notable, iluminador, no sólo sobre las “dificultades@ de los “diferentes” sino de nuestras propias dificultades, de nuestras sutiles formas de discriminación, de segregación:

“Los travestis deben sentirse parecido, ellos saben que son mujeres pero ven su cuerpo y es de hombre. Yo los entiendo y, aunque ni muerta se lo confesaría a alguien, me siento un poco travesti.” (pp 79)

“No soporté darme cuenta que mis padres me rechazaban, que no querían que fuera diferente a las demás personas más de lo que ya era, porque esto era meterles el dedo en la llaga. Si ya era diferente, bueno, qué le vamos a hacer, pero mi deber y el de ellos era que se notara lo menos posible. Así podían amarme mejor y las cosas fluían más.” (pp 86)

Ana María Haebig logra un libro de múltiples lecturas, incluyendo la denuncia de una sociedad autoritaria, excluyente:

“Entonces yo aparezco en esta sociedad y soy la prueba tangible de la fragilidad, una cachetada para el fascismo y para el ego desmesurado que nos agobia. Demuestro que seguimos siendo frágiles.” (pp 94)

Lo que escribe es tan honesto, directo, habla en forma profunda de lo que siente y ha sentido que se hace incontestable, se constituye en una “verdad” que muestra, que humaniza:

“Me atormenté tantos años sintiéndome confusa frente al espejo y nunca le dije a nadie la verdad porque me sentía culpable de querer un cuerpo normal y femenino.” (pp 141)

“Y es maravilloso que te vean y no te critiquen.” (146)

“El cuaderno de Ana María”, de Ana María Haebig (Ediciones B), es un regalo y un desafío, una invitación a ser parte de un mundo mejor.