Fernando Atria: “Alergia a las ideas”

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Una de las notas que caracteriza de modo más notorio a la política chilena es que se trata de una actividad alérgica a la discusión de ideas. En lo que entre nosotros aparece como discusión pública es razonable citar encuestas, investigaciones académicas o referencias a otros países, pero no ideas. Es decir, es mal visto hablar de lo que es justo o injusto o de que a través de la acción política construimos un país distinto y mejor. Al que lo hace le llueven descalificaciones del tipo “es iluminado”, “no sabe nada-de-nada-de-nada”, “es mesiánico”, “cree que hay una solución para todo, y no se da cuenta de que el problema es más complejo”, “solo usa refritos pasados de moda”, etc.

Esta alergia a las ideas se nota en cada detalle. En la afirmación, por ejemplo, de que estamos todos de acuerdo en los fines y solo estamos discutiendo medios (como si los medios no redefinieran los fines); o en las apelaciones constantes y obsesivas a lo que “sugiere la evidencia empírica” conforme al último “paper” o reporte de la OECD; o, por supuesto, la idea de que las encuestas son el árbitro definitivo de lo que “la gente” quiere.

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Una de las notas que caracteriza de modo más notorio a la política chilena es que se trata de una actividad alérgica a la discusión de ideas. En lo que entre nosotros aparece como discusión pública es razonable citar encuestas, investigaciones académicas o referencias a otros países, pero no ideas. Es decir, es mal visto hablar de lo que es justo o injusto o de que a través de la acción política construimos un país distinto y mejor. Al que lo hace le llueven descalificaciones del tipo “es iluminado”, “no sabe nada-de-nada-de-nada”, “es mesiánico”, “cree que hay una solución para todo, y no se da cuenta de que el problema es más complejo”, “solo usa refritos pasados de moda”, etc.

Esta alergia a las ideas se nota en cada detalle. En la afirmación, por ejemplo, de que estamos todos de acuerdo en los fines y solo estamos discutiendo medios (como si los medios no redefinieran los fines); o en las apelaciones constantes y obsesivas a lo que “sugiere la evidencia empírica” conforme al último “paper” o reporte de la OECD; o, por supuesto, la idea de que las encuestas son el árbitro definitivo de lo que “la gente” quiere.