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"Lloré lo que tuve que llorar y seguí": el peregrinaje de 5 mujeres que enfrentaron al cáncer de mama

"Lloré lo que tuve que llorar y seguí": el peregrinaje de 5 mujeres que enfrentaron al cáncer de mama

Jueves 19 octubre de 2023 | 11:50

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Ilustración: Mistral Torres (BBCL)

Cinco mujeres cuentan en este reportaje su intenso peregrinar tras conocer que padecían cáncer de mama. Una enfermedad que en 2020 mató a más de 1.600 mujeres en Chile y cuyo diagnóstico temprano es fundamental para mejorar las expectativas de quienes lo sufren. "Imaginar una vida y darte cuenta que no la vas a poder vivir es doloroso", cuenta una de las sobrevivientes. Y agrega: "Una tiene que llorar lo que sea necesario llorar, pero después hay que continuar. Porque si quedaba poco tiempo, la idea era disfrutarlo".

—Esto es un gran consejo que le doy a las mujeres: háganse las mamografías. La primera mamografía que me hice en mi vida, tuve cáncer avanzado. Fue a los 45 años… ¿por qué fue? Porque aquí (entre la mama izquierda y la axila) tenía duro, duro.

Cuando Marcela Espinoza Navarro, de actuales 59 años, supo su diagnóstico, no lo podía creer. Cuidó por meses a su mamá por el mismo motivo, pero nunca supuso que también lo viviría. Prueba de ello es que el día en que sintió algo extraño en su cuerpo, no le tomó mayor importancia.

—Lo dejé pasar (…) no pensé que su historia sería la mía, ella tenía 67 años —contrapone.

La mujer oriunda de San Fernando pasó su primer cáncer en Valdivia. Nueve años después, un segundo diagnóstico la encontraría en Concepción.

Así como Marcela, otras cuatro mujeres —sobrevivientes del cáncer de mama— narraron sus experiencias a BBCL Investiga. Desde La Calera, en la región de Valparaíso, hasta Valdivia, en Los Ríos.

Tres de las cinco no tenían antecedentes de cáncer mamario, cuatro de las cinco tenían menos de 50 años al momento de ser diagnosticadas. Una de ellas, tenía 21.

Aquí tiene cáncer la que da harto pecho, la que no da pecho, la que tiene hijos, la que no tiene hijos, la que tuvo sexo, la que no… —reflexiona Marcela.

Una de cada ocho

En Chile, el cáncer de mama es la principal causa de muerte por cáncer en mujeres. La Organización Mundial de la Salud plantea que una de cada ocho desarrollará la enfermedad. ¿La buena noticia? Nueve de cada 10 podría sobrevivir si lo detecta precozmente, según el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género.

—Es una enfermedad multifactorial, que comienza por el daño de una única célula que pierde su capacidad de mantenerse en orden y empieza a crecer de una forma desordenada. Y esto por una alteración, una mutación, un daño al DNA —explica la jefa del Servicio de Oncología del Hospital Clínico de la Universidad de Chile, Olga Barajas Barajas.

Según detalla la experta, existen dos tipos de cáncer mamario: el de carcinoma ductal, que ocurre en la célula de los conductos de la mama, y el carcinoma lobulillar, que tiene lugar en la glándula mamaria. El primero es más frecuente y engloba cerca de un 85% de los casos. El segundo, en tanto, representa un 15%.

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Es a través de la biopsia, que tanto los médicos tratantes como la paciente descubren, primero, si se está en presencia de una anomalía benigna o maligna; y segundo, el tipo de cáncer en cuestión.

—Cuando el tumor está localizado en la mama y en los ganglios de la axila, todavía es un tumor curable. Entonces, ahí uno dice que es un tumor que está localmente avanzado, porque ya salió de la mama, pero está en la primera barrera, que son los ganglios —argumenta la también investigadora del Centro para la Prevención y el Control del Cáncer.

No obstante, cuando las células tumorales afectan a otros órganos lejanos, como los huesos, el pulmón, el hígado o el cerebro, el escenario es otro: el cáncer está avanzado. Es decir, en etapa 4.

“Vi algo extraño, como un feto”

Patricia Pérez Olivares tenía 46 años cuando le diagnosticaron cáncer de mama. Al cabo de un par de meses, su madre de 70 recibió la misma noticia. Eso sí, era distinto al suyo. Mucho más agresivo. Partió con durezas en un seno y al poco tiempo, también los tuvo en el contrario. Después de recibir atención médica, optó por la mastectomía de ambas mamas. Se trata de una cirugía para extirpar uno o los dos senos de manera parcial o completa.

—Yo me imaginaba que a lo mejor ella no iba a sobrevivir al tratamiento, pero no, al final entre las dos, yo creo que nos apoyamos, nos dimos fuerza y más un montón de gente que había detrás de nosotras rezando y animándonos —medita Patricia desde La Calera.

Su vivencia se remonta a 2011. Para ese entonces, recuerda, ya se estaba concientizando a las mujeres de la importancia de realizarse una mamografía anual pasando los 40 años. Era su caso. Con 46, estando dentro del grupo de mujeres de riesgo porque no tenía hijos, le solicitó a su matrona una orden médica, pero no fue tan fácil como esperaba.

—Me costó mucho que me la dieran, porque las matronas lo primero que me preguntaban era si yo tenía antecedentes por parte materna. Y, por supuesto, no tenía a nadie —rememora.

En ese entonces, no sabía que su madre también tenía cáncer.

La oncóloga médica, Dra. Barajas, aclara que tanto antecedentes del lado paterno como materno cuentan al momento de analizar el historial clínico de la paciente.

A estos se suman otros factores de riesgo (algunos más leves que otros). Entre ellos, según el Instituto Oncológico Fundación Arturo López Pérez, tener tejido mamario denso, tener un embarazo tardío o no tener embarazos, haber estado expuesta a radiaciones en el pecho, el cuello y las axilas, el consumo de anticonceptivos orales, alcohol, entre otros.

Tras insistir, Patricia obtuvo su orden médica, pero el resultado de la mamografía no fue 100% determinante. La densidad de su tejido impidió observar con claridad la existencia de nódulos. Así, el consejo fue que se realizara una ecografía mamaria. Con eso en mente, volvió donde su matrona.

—Nuevamente no me quiere mandar la orden, pero yo le digo que me la quiero hacer. “Ya”, dijo, “entonces te doy la orden, pero no es necesario”, me decía. “Mira, si aparece todo normal”… —relata.

Finalmente, le dio el documento y dos meses más tarde, la mujer tuvo la eco. Lo que notó ese día en la pantalla del monitor, aún lo recuerda.

—Veo algo extraño (en el seno izquierdo). Era como una forma de papa, pero parecía más como un feto en el vientre de la mamá, era más o menos muy similar (…) Había una vena que era como ver el cordón umbilical de un bebé —describe.

Y continúa:

—Me extrañó mucho ver esto porque yo decía, sin ser entendida en la materia, si algo tiene una vena que está irrigándolo, ya es preocupante.

Revisión urgente

Con los resultados del examen en mano, y sin contar con ninguna explicación, pero sabiendo que algo andaba mal, volvió donde su matrona.

—Me dice “¿viste, no? Seguramente salió negativo”. “No”, le digo. “Vengo para que revise porque me enviaron con estos documentos para que los revisara con urgencia”. “¿Qué?”, me dice, y abre el documento —cuenta la mujer.

La actitud de la profesional cambió al instante y desde ahí, Patricia partió al Hospital de Quillota. El equipo del recinto le solicitó realizar nuevamente todos los exámenes para corroborar el resultado, esta vez, costeados por GES. Luego, se hizo la biopsia.

Le informaron que su cáncer estaba “en mediano crecimiento”. Le extrajeron el nódulo y dos a tres ganglios. Con eso zanjado, la derivaron al Hospital Van Buren para recibir radioterapia y quimioterapia. El conjunto de tratamientos duró cerca de tres meses.

Patricia Pérez Olivares

Confiesa que fue un desafío aprender a vivir a un ritmo más lento. La tercera quimio la dejó agotada, como si hubiese corrido una maratón. Sus defensas bajaron y prácticamente vivió encerrada en su casa. Por eso, algo que recomienda en estos procesos, es rodearse de personas que animen.

En lo personal, explica que haber vivido la enfermedad, significó un cambio de mentalidad.

—Uno empieza a sentirse feliz por cosas tan pequeñas, que para los demás a lo mejor ni siquiera se fijan porque están tan apurados… No aprecian las cosas sencillas de la vida que uno en estas situaciones empieza a apreciar, porque pudo no haberlas visto nunca más —comparte.

A 12 años de su diagnóstico, reflexiona en cómo insistir por sus exámenes hizo la diferencia.

—Si me hubiese quedado conforme con lo que decía la mamografía, que estaba todo normal, yo creo que en estos días no estaría. Si yo me espero, no sé, como unos dos meses más, tres meses más, o al año siguiente para hacerme la próxima mamografía, en estos momentos no estaría contando este cuento. Para mí fue una salvación hacerme la eco.

“Se va a ir solo”

Un caso distinto fue el de Camila Riquelme Rocha. La egresada de la carrera de animación digital de 24 años supo que tenía cáncer de mama en plena pandemia, a los 21.

A esa edad, la mamografía aún no es un examen que se recomiende con normalidad. Lo que sí se sostiene de manera anual (a menos que el especialista indique lo contrario) son los controles ginecológicos. En estos, además de efectuar la Prueba de Papanicolaou (PAP), el profesional de la salud debiera hacer un examen clínico. En caso de detectar anomalías visuales o palpables, podría derivar en una ecografía mamaria.

Así, el diagnóstico llegó luego de que ella misma tocara algo extraño en su cuerpo.

—En la mama izquierda me apareció un tumor súper palpable, era súper grande, de hecho, era de 10 centímetros. Se sentía como si tuviera una roca —afirma a BBCL Investiga.

Desde Santiago, aclara que no es que tuviera una cultura de autoexamen (que se recomienda de forma mensual). Simplemente fue evidente que esta “pelota” apareció en su cuerpo. Sin embargo, esperó unos meses para ir al doctor, porque no sentía dolor.

—Al principio como que no le tomé la importancia y dije “no, se va a ir solo”. Y ahí, claro, pasaron los meses y seguía ahí y fue como “OK, ya. Lo tengo que ir a ver” —reconoce.

Su médico creyó que se trataba de un tumor benigno. De hecho, la joven cuenta que por varios días descartaron, sin ningún tipo de pruebas, que se tratase de cáncer. El plan era sólo extraer el tumor. No creían que fuese maligno, por su edad y la falta de antecedentes familiares. Pero finalmente, surgió la duda y decidieron hacer biopsia. ¿El resultado? Positivo.

—Yo no tenía conciencia de que podía llegar a ser cáncer de mama —confiesa.

Observaron los ganglios y no estaban afectados. No obstante, la operación consistió en una mastectomía total de la mama izquierda. El tumor era demasiado grande.

—A mí me dijeron “te podemos poner un implante”, pero yo en ese momento como que igual no sé, estaba muy en shock y tomé, entre comillas, una mala decisión que fue no ponerme implante. Entonces solamente me sacaron la mama y quedé así sin nada.

La oncóloga Olga Barajas explica que la evidencia apunta que cuando uno se palpa el tumor, ya está llegando “un poquito tarde”. Por eso, es importante estar atenta al crecimiento rápido de anomalías, zonas duras, si el pezón se retrae o sangra y enrojecimiento de mamas. En caso de detectar estos u otros cambios (ver imagen), la consulta debe ser inmediata.

Signos de alerta por cáncer de mama

Ministerio de Salud

Los genes

El único antecedente que Camila conocía de cáncer mamario era el de su tía abuela. Por lo lejano del caso, su médico de cabecera le recomendó hacerse un examen genético, el que concluyó que cuenta con dos genes alterados: el TP53 y el NBN. En palabras simples, esto hace que tenga un mayor riesgo de desarrollar distintos tipos de cáncer, entre ellos el de mama.

Sin embargo, la joven no atribuye el cáncer sólo a la mutación genética. Cree que otros factores, ligados a su vida, influyeron en el diagnóstico. Por ejemplo, el consumo de pastillas anticonceptivas, las que tuvo que dejar por indicación médica.

Hace tres años toma tamoxifeno como parte de su tratamiento post cáncer. Le quedan dos años para completarlo. A diferencia de Patricia, cuenta que se atendió en el sistema privado de salud y que la Isapre cubrió gran parte de los costos. Sabía que el GES era una opción, pero prefirió seguir atendiéndose con su médico.

Hoy, a diferencia de 2020, aboga fuerte por el autoexamen.

—Uno mismo tiene que ser muy responsable con su cuerpo en el sentido de conocerse, de saber qué cosas tienes, qué cosas no tienes, qué apareció (…) No está mal ser cuidadoso y saber qué te puede ocurrir —plantea.

Así, recalca en la importancia de actuar a tiempo y acudir a los especialistas en caso de sospechas.

—Tal vez no se puede prevenir, pero sí encontrarlo en tiempos cercanos puede hacer la diferencia. A mí me pasó a los 21 años, mucha gente piensa que esto puede pasar cuando tienes 50, hasta 60 y no le toman el peso a que de verdad puede ocurrir a cualquier edad —señala.

“Soy joven, estoy sana”

A quien también le dijeron que su cáncer de mama era por genética es a Marcela, quien pese a cuidar a su madre que padecía la enfermedad, no pensó que ella misma corría el riesgo. Genuinamente, no lo sabía.

Sus vivencias eran distintas. Al momento del diagnóstico, su mamá tenía 67 y nueve hijos. En cambio, Marcela pasaba por los 45 y sumaba dos embarazos. En el caso de ambas, el cáncer fue en la mama izquierda.

—Después que ella tuvo y yo tuve, empezamos a investigar. Ella es hija única y muy apartada de su familia. Después supimos que dos hermanas por parte de madre, tuvieron cáncer. Una no se hizo nada y murió al poco tiempo. Otra sí tuvo tratamiento y está viva. Después supimos que seis primas también tuvieron —comenta.

Marcela acompañó a su mamá durante su tratamiento, pero asegura que durante todo ese proceso, ningún médico le dijo que ella también podía desarrollar la patología. Tres años después, recibió el diagnóstico.

—Yo decía “soy joven, estoy sana”. Eso es falso —argumenta.

Según la Dra. Barajas, cuando se está en presencia de un antecedente familiar, es importante empezar con el tamizaje o screening 10 años antes de esa persona que tuvo cáncer. Por ejemplo, si una abuela lo tuvo a los 50, empezar a los 40 con las mamografías. ¿El objetivo? Detectarlo a tiempo.

Marcela Espinoza Navarro

En 2009, Marcela notó algo extraño, muy duro. Lo dejó pasar hasta que sintió dolor. Dice que sólo gracias a eso fue al médico, de lo contrario, la historia sería distinta.

Para ese entonces vivía en Valdivia. Ya en el Hospital Base los exámenes fueron claros y arrojaron un cáncer mamario en etapa 2. Es decir, con propagación a algunos ganglios linfáticos.

El procedimiento indicado fue de quimioterapia y radioterapia. La operación, por el momento, consistía en una mastectectomía parcial. En esos mismos términos se lo planteó su médico, cuestión que le generó inquietud.

—”Te voy a sacar la mitad porque después, cuando usted vuelva, te van a sacar el resto”… Yo le dije “¿cuándo vuelva? ¿esto no termina aquí?”. “No, tu mamá lo tuvo, tú lo vas a tener, tu hija lo va a tener” —recuerda que le afirmó el profesional.

Esas palabras, fueron un balde de agua fría.

—Él no se dio cuenta, pero no debió decírmelo así, se me cayó el mundo porque tú no puedes hacer nada (para evitarlo).

Con todo, el médico la consoló diciéndole que si su hija llegase a desarrollar la enfermedad, no pasaría por lo mismo, porque la medicina avanza y los controles serían con la frecuencia que corresponde.

“Si vives cinco, vives 20”

El escenario, no obstante era complejo. Le insistió al facultativo que le dijera cuál era su expectativa de vida. Este se negó una y otras vez, hasta que cedió.

—Máximo cinco años, pero si tienes suerte llegas a los cinco, porque no te puedo asegurar cinco. No sabemos, cada paciente es distinto y la reacción de su cuerpo también —le respondió.

Otro golpe de la realidad. Pero esta vez, el matiz vino a la par.

—”Lo que veo son tus ganas de vivir, te veo bien, eso es la mitad”. Yo le dije que yo tenía que vivir porque tenía un hijo de 11 años, mi otra hija tenía 18, estaba en la universidad, entonces dije que ella ya podía arreglárselas, pero mi hijo no. Me dijo: “Si vives cinco puedes vivir 20”.

Con eso en mente, tomó una serie de decisiones determinantes en su vida. Si le quedaba poco tiempo, tenía que disfrutarlo.

—Yo lo pensé, “si te vas a morir mañana, cuál es tu última voluntad”, yo dije “vivir con mis hijos”. Eso era lo máximo —enfatiza.

Además, la mujer decidió separarse de su esposo, vender su casa valdiviana y, con el tiempo, trasladarse a Concepción. Su idea era priorizar a sus hijos, ya que cuando cuidó a su madre, pasó meses fuera de casa para estar con ella.

—Mi casa era hermosa (…) ¿pero sabes cuánto me importó? Nada. Todo dejó de importar, excepto ellos.

Y tal como se lo dijo su médico en Valdivia, un nuevo diagnóstico llegó a su vida. Exactamente nueve años después, en Concepción. Era el mismo cáncer, en la misma mama izquierda, pero esta vez en etapa 1. Con esto, la mastectomía fue total.

Marcela agradece profundamente a los mastólogos Emil Schneider y Rodrigo Zúñiga, a quienes pidió mencionar en este reportaje. Recibió su tratamiento en el sistema público y se atendió —de forma gratuita— a través del Programa de Reparación y Atención en Salud (PRAIS).

Subraya la importancia de ir anualmente a los controles y a estar atenta a cualquier cambio en el cuerpo. Dicho eso, su mensaje es de esperanza.

—Si tantas mujeres pudieron levantarse, tú puedes.

De rutina

Julia ha escuchado de mujeres que, como Marcela y Patricia, ven la vida con otros ojos luego de tener cáncer. Aunque no es su caso, admite que se lo ha cuestionado. Pese a lo anterior, no tiene problemas para hablar del tema. Con actuales 52 años, relata que hace ocho le confirmaron la patología. ¿Cómo lo supo? A través de sus exámenes periódicos. Cuenta que fue inesperado, pero que alcanzaron a detectarlo a tiempo.

—No tan precoz como podría haber sido, pero precoz como para tener una buena expectativa de tratamiento y que pudiese ser curado totalmente —acota.

Recuerda que tenía orden médica para mamografía y ecografía mamaria, pero que por falta de disponibilidad de horas en Concepción, estas se hicieron con meses de diferencia. Así, si en julio acudió a la mamografía, no fue hasta septiembre que pudo hacerse la ecografía para conocer más detalles de su situación.

A diferencia del resto de las entrevistadas, Julia se trató a través del Instituto Oncológico Arturo López Pérez. Estaba inscrita gracias a un convenio de su trabajo. Por este motivo, una vez confirmada la sospecha del cáncer, todo su tratamiento se desarrolló en la capital.

—A principio de octubre (2016) viajamos a Santiago para que un cirujano hiciera la evaluación de mi caso y me operaron el 19 de ese mes. De ahí regresamos a Concepción y un mes después comenzó el tratamiento de radioterapia —rememora.

Todo el tiempo que recibió radioterapia estuvo en Santiago, y una vez que inició con la quimio, iba y volvía a Concepción. Cuenta que, a diferencia de otras pacientes, sobrellevó bastante bien los tratamientos. Lo único que recuerda como físicamente doloroso, fue que durante el segundo ciclo de quimio empezó a evidenciar daños en su sistema nervioso periférico.

—A mí me dolían los dedos como si me los hubiese apretado en la puerta, pero los 20 dedos, los dedos de los pies y los dedos de las manos. Era bien doloroso y yo creo que nunca recuperé la motricidad fina que tenía —sostiene.

Mirando hacia atrás, también ha notado que su memoria no es la misma. Aunque ningún médico le ha podido confirmar que sea consecuencia de la quimioterapia.

—Por lo que leí en su momento, lo que yo sufrí es algo que llaman “neblina mental”, que ahora últimamente se ha escuchado más porque es también uno de las secuelas de pacientes con COVID, que lo describen como esta dificultad para pensar —contrasta.

A modo de ejemplo, comenta que antes se acordaba de las situaciones con lujo de detalle, porque su memoria es visual. Realizar cálculos matemáticos tampoco es tan fácil como solía serlo. Es ingeniera y si antes los números volaban en su mente, ahora necesita de un lápiz y un papel para llegar al resultado.

Por lo anterior, sumado a otros procesos que vivió con su familia, reconoce que debió haber esperado un tiempo para volver al trabajo. No podía pensar con claridad, pero sentía que la necesitaban y no sabía bajo qué figura pedir licencia, porque no tenía depresión u otra patología psiquiátrica.

—Debí haber hecho una pausa —confiesa.

Tumor de libro

Cuando Julia tuvo su diagnóstico lo buscó en Google: carcinoma ductal invasor de tipo clásico, triple negativo. Hizo click y vio que las imágenes eran idénticas a su ecografía.

—Cuando ellos me hicieron la eco, la primera eco, lo que vieron fue un tumor de libro, ellos sabían que era cáncer, pero obviamente no te lo van a decir (altiro) —comenta.

Al igual que con Patricia, no fue hasta que visitó a un médico que le explicaron la situación.

—Decidí no preocuparme en demasía, esperar, ir esperando a ver lo que el médico iba a decir. Al final es el que está capacitado para entender y dar a entender —razona.

Sin embargo, la incertidumbre y los posibles escenarios inquietaban su mente. Aún cuando se considera una mujer más racional que emocional.

—Aunque no tenía miedo de morir, me causaba tristeza el no poder envejecer. Imaginar una vida y darte cuenta que no la vas a poder vivir y eso fue difícil, fue doloroso —admite.

Pero, al igual que Patricia, Marcela y Camila, terminó su terapia, y hoy, cuenta su historia.

—Lloré todo lo que tenía que llorar y seguí adelante, seguí adelante con el tratamiento. Yo creo que a veces uno hace dos cosas mal: no querer llorar y desahogarte y vivir tu pena y tu dolor o quedarte pegado en la pena y el dolor. Entonces en ese sentido, yo creo que uno tiene que llorar lo que sea necesario llorar, pero después hay que continuar. Porque si quedaba poco tiempo, la idea era disfrutarlo, dentro de lo que se pudiera.

Junto con lo anterior, apunta a lo importante que es sentirse acompañada durante el proceso. Para ella, recibir contención y saberse amada, hizo un gran diferencia.

—A pesar de los cambios que el cuerpo sufra, a pesar de la debilidad y dependencia en los peores días, el amor es lo que te lleva a ver que mañana saldrá el sol —reflexiona.

En su caso, afirma, el mayor amor lo encuentra en Dios.

“¿Y por qué a mí no?”

—Toco esta campana tres veces y confirmo lo que mi ser exclama: mi tratamiento ha terminado, me siento afortunada de seguir mi camino y continuar mi recorrido.

María Figueroa Muñoz pronunció las palabras en los pasillos del Sanatorio Alemán de Concepción, en junio de este año. Culminó su radioterapia y entre aplausos, recibió las felicitaciones del equipo médico, su familia y otras pacientes (ver video).

—Estaba sin lentes, así que no entendía nada de las letras que se decían ahí —bromea— pero fue emocionante.

A medida que las leía tomaron significado.

Su diagnóstico ocurrió en 2022, pero el primer susto llegó en 2018, cuando le encontraron sospechas de un cáncer que finalmente concluyó con una biopsia negativa. Ya en 2019 y 2020, sus mamografías salieron normales, no así las de su hermana, que tuvo que afrontar las terapias en plena pandemia.

Después de ese año, María no pudo continuar los exámenes con la frecuencia que le correspondía.

—Entre el 2021 y el 2022 me pasé un tiempo de no hacerme la mamografía porque el mamógrafo estaba malo, porque es por el consultorio. Y en diciembre de 2022 me hacen una mamografía de rutina y me descubren que hay algo sospechoso —indica.

Con 60 años le confirmaron que tenía cáncer en la mama derecha, pero que la buena noticia era que seguía “encapsulado”. Su respuesta, no obstante, descolocó a su hija. María estaba tranquila.

—Yo dije, “¿ya?” Y mi hija, “pero mamá, tení cáncer, mamá”. Y digo, “¿pero por qué no tendría que darme a mí un cáncer? ¿Por qué a otros sí y a mí no?”. Y ahí empezó mi peregrinar, digamos, con biopsias y marcaciones —recuerda.

Admite que en 2018 sí estaba asustada, pero que esta vez no sintió lo mismo. En simples palabras, atribuye su paz a su fe.

“Es fome pero lo recomiendo”

María fue derivada desde el consultorio Santa Sabina al Hospital Las Higueras de Talcahuano, específicamente al Centro Regional de Diagnóstico de la Mama (Ceredim). Allí tuvo sus controles médicos. En tanto, la operación de extracción del nódulo se efectuó en el Hospital Regional de Concepción y la radioterapia en el Sanatorio Alemán. Todo esto, por instrucción del Plan de Acceso Universal a Garantías Explícitas (AUGE).

Su mastectomía fue parcial y tuvo algunos problemas por acumulación de líquidos en el seno. Fuera de eso, explica que sus secuelas son, por un lado, una intensa fatiga (que va y viene), y por otro, un fuerte dolor en el pezón derecho. Su médico le dijo que era parte de lo esperable, considerando que hace tan sólo cuatro meses terminó la radioterapia.

Tanto ella como su hermana tienen tías que tuvieron cáncer, y en el caso de María, la densidad de su tejido mamario también era y es un factor de riesgo. Con todo, tras culminar en el Sanatorio, continúa su tratamiento con tamoxifeno.

Ya en diciembre de este año, tiene nuevamente control, donde espera preguntarle al especialista por cuánto tiempo debe tomar el medicamento. También buscará descubrir si acaso tiene o no inflamados algunos ganglios del brazo, ya que de vez en cuando siente dolor en la extremidad.

A las demás mujeres, les aconseja:

—Es fome hacerse la mamografía, porque a nadie le gusta ir a hacerse una mamografía, pero sí le recomiendo que se las hagan.

95%

Requerido por BioBioChile, desde el Ministerio de Salud informaron que en lo que va de 2023 y en el aseguramiento público, fueron confirmadas con cáncer de mama un total de 7.503 mujeres. De ellas, el 77% tenía sobre 50 años.

En 2020, según datos del Minsal y de la dra. Barajas, hubo cerca de 5.300 diagnósticos de cáncer de mamas. Ese mismo año, se produjeron un total de 1.657 decesos por esa misma causa. De estos, 13 corresponden a muertes en población masculina.

Desde la cartera, precisaron que en caso de diagnosticarse en etapa I, la sobrevida a los cinco años es sobre el 95%. Por esto, el estar atentas y mantener los controles al día es clave.

—Si, por el contrario, ya encontramos el tumor en la mama y en los ganglios, esta sobrevida a los 5 años baja a un 86%. Si lo encontramos en una etapa ya diseminada, que es una etapa 4, ya a los 5 años la sobrevida solamente es del 29% —complementa la oncóloga Barajas.

Actualmente, se puede solicitar el examen preventivo de mamografía sin una orden médica. En tanto, el Minsal reitera que la mamografía como tal es copago 0, tanto para usuarias de Isapre como Fonasa.

El nombre de Julia fue modificado a solicitud de la entrevistada.

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