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El 9 de diciembre de 1821, Bernardo O’Higgins inauguró el Cementerio General de Santiago para enfrentar el desorden que existía en la sepultura de los muertos.
La ciudad convivía con entierros improvisados
Hasta entonces, los cuerpos se enterraban en iglesias o en cementerios improvisados. Existía un camposanto para los fallecidos en el Hospital San Francisco de Borja, ubicado en la antigua Calle de las Matadas, hoy Santa Rosa. Otro funcionaba junto al convento de San Francisco, en la Alameda, y un tercero en la actual Calle 21 de Mayo para quienes morían ahorcados en la plaza.
Ese lugar se inauguró en 1726 con el entierro de un hombre conocido por sus riñas y ataques con cuchillo, ajusticiado en la Plaza de Armas y sepultado allí tras una procesión desde el cadalso.
Los disidentes, quienes no eran católicos, quedaban abandonados en un sector del Cerro Santa Lucía, junto al lugar donde hoy se encuentra el Castillo Hidalgo. Años más tarde, el intendente Benjamín de la Cuña Maquena levantó un monolito para recordar a los primeros protestantes fallecidos en Santiago después de la independencia.
Según Marco Antonio León, la inauguración del Cementerio General se realizó el 9 de diciembre de 1821 con una gran celebración. Sin embargo, ese día no hubo sepultaciones. Los primeros entierros ocurrieron la noche del 10 de diciembre: María Durán, María de los Santos García y Juan Muñoz, estos dos últimos niños trasladados desde el Hospital San Juan de Dios. Tres días después, Sor Ventura Fariña se convirtió en la primera persona en ocupar uno de los nuevos nichos.
En este video, Nibaldo Mosciatti narra la historia de la inauguración del Cementerio General ocurrida el 9 de diciembre de 1821.