Requiem para una Constitución: lo que viene

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A veces no se tiene conciencia de vivir un día histórico, de esos que quedarán en los anales de la República. Y otras veces, como el día jueves y viernes de madrugada, no se podía sino que ser consciente de que se presenciábamos un momento fundamental.

Lo que ha ocurrido es que se ha cerrado un ciclo histórico que ha durado 46 años. Se ha terminado la etapa que comenzó el 11 de septiembre de 1973. No es que termine la transición, porque esa finalizó hace rato, sino el golpe y sus consecuencias.

Si bien la Constitución de Pinochet había sufrido amplias y numerosas modificaciones que hicieron que Ricardo Lagos dijera en 2005 que esta era una constitución nueva y que “El nuevo texto expresa la unidad de todos los chilenos”, y que tenemos por fin una Constitución democrática, acorde con el espíritu de Chile, del alma permanente de Chile”, algo pasó que fue una constitución -si es que seguimos su tesis de carta nueva- de corto alcance y que no expresó esa unidad de los chilenos invocada. Esa Constitución nueva a la que le sacaron la firma de Pinochet y sus ministros y la firmaron, además de Lagos, Nicolás Eyzaguirre, que era ministro de Hacienda, Sergio Bitar, Ignacio Walker, Yasna Provoste, Francisco Vidal, que era ministro del interior, el jefe político del gabinete. ¡Cómo cambian las cosas! Y las personas.

El asunto era la falla de origen, la falla de legitimidad. Había que eliminar a Pinochet y, pobre UDI, a Jaime Guzmán, el autor intelectual de esa Constitución. Y también, no es posible soslayarlo, el enorme cambio cultural experimentado por la sociedad chilena. Porque lo que ha sufrido el gobierno y buena parte de la Derecha que no quería cambios, es una derrota cultural.

Presionada la clase política por las marchas, que se repetían incesantes día a día, por los saqueos e incendios que se prolongaban por un mes, con una consecuencia de inseguridad y de una recesión económica auto impuesta, con pequeñas y medianas empresas que empiezan a quebrar, con cesantía importante ad portas, esa clase política cuyos dirigentes no podían aparecer en las marchas haciéndose los simpáticos porque habrían sido expulsados, decidió ponerse de acuerdo para un nuevo texto constitucional. Partir desde cero, dijeron.

Lo que viene serán elecciones de personas que ejercerán funciones constituyentes y la discusión dura sobre el texto. Y cómo la elección de esos constituyentes será simultánea a la de alcaldes y gobernadores que se elegirán por primera vez, el año 2020 será un año caliente, incandescente desde el punto de vista político. Y si le agrega que eso será en medio de enormes dificultades económicas y de empleo, habrá que afirmarse, para no caer en promesas tontas o irrealizables, frases simplonas o simples eslogan o esas descalificaciones torpes en que a la primera se es comunista, marxista, fascista o facho pobre.

Esto ocurrirá en un ambiente en que el Presidente Sebastián Piñera no existe. Porque el poder ya no está en La Moneda. El acuerdo constitucional lo demostró. Un presidente al que le van a cambiar la Constitución, por lo que todas las leyes están en entredicho, todas, que no tiene programa, no tiene metas, no tiene ideas y que llega, junto a su equipos a la oficina…¿a qué? A sostener la estantería. Cuando la institucionalidad otorga enormes facultades al presidente, como ocurre en Chile, es obvio que cuando ese poder ya no lo tiene, su ausencia se transforma en algo patético, es una especie de drama.

Las Constituciones son textos cortos que regulan (yo prefiero decir crean) las instituciones que forman parte del Estado, sus relaciones y contrapesos, sus respectivos y mutuos controles y la relación de los ciudadanos con ese Estado. Y que permiten, con el mismo texto, gobernar con sus ideas a gobiernos liberales, conservadores y de izquierda. Esta es una visión.

La otra es la de aquellos que pretenden que la constitución represente a un sector de la sociedad y al modelo que ese sector propugna. Es lo que expresó hace unos días el senador Jaime Quintana al decir que esta es la oportunidad para cambiar el modelo. De manera que cuando triunfen los que representan otro “modelo” simplemente no puedan gobernar.

Esta es la gran disputa que viene. Prepárense.

La Derecha peleó hasta última hora un quorum alto. Es notable la inocencia propia de quienes han perdido todo talento político. El quorum es de 2/3 para aprobar normas constitucionales. Además de que no hay que descartar que la Derecha sufra una derrota histórica en octubre del próximo año, ¿usted cree que con el ánimo, con el ambiente que existe en el país, un tercio va a poder vetar a dos tercios? Los van a quemar vivos. Que conste que es una metáfora…

Lo cierto es que ya nada será como antes. A los que les gusta este sistema, les aconsejo que le den las gracias por los favores concedidos a la mayoría de los grandes empresarios -son pocos- que hicieron y deshicieron: se pusieron de acuerdo para controlar precios, se hicieron millonarios cobrando intereses usureros, coimearon a cuanto político se les pasó por delante, liquidaron a los pequeños empresarios, no les pagaban hasta hacerlos quebrar si querían, exhibieron su poder y ostentaron su riqueza, miraron en menos a todos los demás, como si fueran especies exóticas dignas de observación curiosa. En medio de , en muchos casos, de liviandad cultural y de voz engolada. Aunque muchos tengan dudas, el sistema va a cambiar. La pregunta es la magnitud del cambio y puede ser mucha por los vientos que soplan.

Es posible que en los próximos tiempos, cuando tantos ciudadanos sepan que, como dijimos, las constituciones son más importantes para las generaciones que vienen, y difícilmente haya aumentos sustanciales en las pensiones, en los sueldos o en la salud y que la crisis produzca desempleo, vuelvan las protestas, masivas, con violencia. La diferencia es que estarán acompañadas, ahora sí, de desesperanza. Y vaya que temblará un presidente aislado, sin poder, abandonado por los suyos, con poco o nada que hacer, deambulando por un palacio desde el que no se gobierna.

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A veces no se tiene conciencia de vivir un día histórico, de esos que quedarán en los anales de la República. Y otras veces, como el día jueves y viernes de madrugada, no se podía sino que ser consciente de que se presenciábamos un momento fundamental.

Lo que ha ocurrido es que se ha cerrado un ciclo histórico que ha durado 46 años. Se ha terminado la etapa que comenzó el 11 de septiembre de 1973. No es que termine la transición, porque esa finalizó hace rato, sino el golpe y sus consecuencias.

Si bien la Constitución de Pinochet había sufrido amplias y numerosas modificaciones que hicieron que Ricardo Lagos dijera en 2005 que esta era una constitución nueva y que “El nuevo texto expresa la unidad de todos los chilenos”, y que tenemos por fin una Constitución democrática, acorde con el espíritu de Chile, del alma permanente de Chile”, algo pasó que fue una constitución -si es que seguimos su tesis de carta nueva- de corto alcance y que no expresó esa unidad de los chilenos invocada. Esa Constitución nueva a la que le sacaron la firma de Pinochet y sus ministros y la firmaron, además de Lagos, Nicolás Eyzaguirre, que era ministro de Hacienda, Sergio Bitar, Ignacio Walker, Yasna Provoste, Francisco Vidal, que era ministro del interior, el jefe político del gabinete. ¡Cómo cambian las cosas! Y las personas.

El asunto era la falla de origen, la falla de legitimidad. Había que eliminar a Pinochet y, pobre UDI, a Jaime Guzmán, el autor intelectual de esa Constitución. Y también, no es posible soslayarlo, el enorme cambio cultural experimentado por la sociedad chilena. Porque lo que ha sufrido el gobierno y buena parte de la Derecha que no quería cambios, es una derrota cultural.

Presionada la clase política por las marchas, que se repetían incesantes día a día, por los saqueos e incendios que se prolongaban por un mes, con una consecuencia de inseguridad y de una recesión económica auto impuesta, con pequeñas y medianas empresas que empiezan a quebrar, con cesantía importante ad portas, esa clase política cuyos dirigentes no podían aparecer en las marchas haciéndose los simpáticos porque habrían sido expulsados, decidió ponerse de acuerdo para un nuevo texto constitucional. Partir desde cero, dijeron.

Lo que viene serán elecciones de personas que ejercerán funciones constituyentes y la discusión dura sobre el texto. Y cómo la elección de esos constituyentes será simultánea a la de alcaldes y gobernadores que se elegirán por primera vez, el año 2020 será un año caliente, incandescente desde el punto de vista político. Y si le agrega que eso será en medio de enormes dificultades económicas y de empleo, habrá que afirmarse, para no caer en promesas tontas o irrealizables, frases simplonas o simples eslogan o esas descalificaciones torpes en que a la primera se es comunista, marxista, fascista o facho pobre.

Esto ocurrirá en un ambiente en que el Presidente Sebastián Piñera no existe. Porque el poder ya no está en La Moneda. El acuerdo constitucional lo demostró. Un presidente al que le van a cambiar la Constitución, por lo que todas las leyes están en entredicho, todas, que no tiene programa, no tiene metas, no tiene ideas y que llega, junto a su equipos a la oficina…¿a qué? A sostener la estantería. Cuando la institucionalidad otorga enormes facultades al presidente, como ocurre en Chile, es obvio que cuando ese poder ya no lo tiene, su ausencia se transforma en algo patético, es una especie de drama.

Las Constituciones son textos cortos que regulan (yo prefiero decir crean) las instituciones que forman parte del Estado, sus relaciones y contrapesos, sus respectivos y mutuos controles y la relación de los ciudadanos con ese Estado. Y que permiten, con el mismo texto, gobernar con sus ideas a gobiernos liberales, conservadores y de izquierda. Esta es una visión.

La otra es la de aquellos que pretenden que la constitución represente a un sector de la sociedad y al modelo que ese sector propugna. Es lo que expresó hace unos días el senador Jaime Quintana al decir que esta es la oportunidad para cambiar el modelo. De manera que cuando triunfen los que representan otro “modelo” simplemente no puedan gobernar.

Esta es la gran disputa que viene. Prepárense.

La Derecha peleó hasta última hora un quorum alto. Es notable la inocencia propia de quienes han perdido todo talento político. El quorum es de 2/3 para aprobar normas constitucionales. Además de que no hay que descartar que la Derecha sufra una derrota histórica en octubre del próximo año, ¿usted cree que con el ánimo, con el ambiente que existe en el país, un tercio va a poder vetar a dos tercios? Los van a quemar vivos. Que conste que es una metáfora…

Lo cierto es que ya nada será como antes. A los que les gusta este sistema, les aconsejo que le den las gracias por los favores concedidos a la mayoría de los grandes empresarios -son pocos- que hicieron y deshicieron: se pusieron de acuerdo para controlar precios, se hicieron millonarios cobrando intereses usureros, coimearon a cuanto político se les pasó por delante, liquidaron a los pequeños empresarios, no les pagaban hasta hacerlos quebrar si querían, exhibieron su poder y ostentaron su riqueza, miraron en menos a todos los demás, como si fueran especies exóticas dignas de observación curiosa. En medio de , en muchos casos, de liviandad cultural y de voz engolada. Aunque muchos tengan dudas, el sistema va a cambiar. La pregunta es la magnitud del cambio y puede ser mucha por los vientos que soplan.

Es posible que en los próximos tiempos, cuando tantos ciudadanos sepan que, como dijimos, las constituciones son más importantes para las generaciones que vienen, y difícilmente haya aumentos sustanciales en las pensiones, en los sueldos o en la salud y que la crisis produzca desempleo, vuelvan las protestas, masivas, con violencia. La diferencia es que estarán acompañadas, ahora sí, de desesperanza. Y vaya que temblará un presidente aislado, sin poder, abandonado por los suyos, con poco o nada que hacer, deambulando por un palacio desde el que no se gobierna.