Cicerón y la República Romana
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Hace muchos siglos, muy lejos de aquí, nació Marco Tulio Cicerón. Fue el 3 de enero del año 106 antes de Cristo, y para entonces la República Romana había logrado crecer hasta transformarse en un importante imperio, pero también había comenzado a sufrir sus primeras fisuras internas, que terminarían por destruir esa gran creación histórica.
Cicerón, como fue conocido habitualmente, fue una de las figuras más relevantes del último siglo de vida republicana en la Roma clásica. Tuvo una vida intensa y relativamente extensa, que coincidió con la etapa de decadencia y ruina de la República, aquel sistema que legítimamente enorgullecía a los romanos, por la solidez de sus instituciones y porque les había permitido mostrar una gran presencia en el ámbito internacional. Como resultado, se produjo un progresivo crecimiento de un imperio, así como una influencia cultural muy relevante, que se conoce como romanización, que incluía factores como el lenguaje (el latín), el derecho y otros.
El romano Cicerón era un homo novus, como se les llamaba a aquellos que por primera vez ocupaban en sus familias puestos en el Senado o el cargo de cónsul. En el plano personal, destacó como un político de excepcional capacidad oratoria –Plutarco lo compara con Demóstenes en Las vidas paralelas– y que fue uno de los políticos más cultos de Roma. Era un hombre formado en la cultura clásica griega y latina. Adicionalmente, hay un aspecto que representa una gran ventaja para nosotros, veintiún siglos después: porque era una figura política relevante, porque tuvo una cultura excepcional y porque tenemos la suerte que de Cicerón se han conservado gran cantidad de documentos, libros y cartas que escribió, por lo cual se puede seguir su pensamiento de manera bastante completa.

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