Atractiva visualidad en estreno sudamericano de la ópera “Rusalka”

Rusalka | Patricio Melo
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El público recibió con entusiasmo el debut de este hermoso título de Dvořák en la inauguración de la temporada lírica del Teatro Municipal de Santiago. La obra estuvo muy bien servida en lo musical y la producción del equipo trasandino encabezado por el director de escena Marcelo Lombardero cautivó por la belleza de sus proyecciones virtuales, aunque no acertó por completo en hacer más lograda y emotiva una historia que siempre ofrece dificultades dramáticas y teatrales.

Por Joel Poblete

Haciendo honor a uno de sus sellos en las últimas décadas, ampliar el repertorio lírico más allá de los títulos más populares y tradicionales, el Teatro Municipal de Santiago inauguró el viernes 8 su temporada de ópera con un importante estreno no sólo en Chile, sino además en Sudamérica: “Rusalka”, de Antonín Dvořák. Y los resultados fueron en general muy positivos y bien recibidos por el público, en especial por los aciertos musicales, detalle no menor considerando que la incuestionable belleza de la partitura de esta ópera checa -famosa especialmente por su delicada “Canción de la luna” que entona la protagonista- supera con creces las limitaciones teatrales y dramáticas de su argumento, que cuenta con libreto de Jaroslav Kvapil y se inspira en diversas leyendas, cuentos y tradiciones que nos hablan de una criatura mà ¡gica que llega a renunciar a su condición sobrenatural para amar a un hombre (la más célebre es sin duda “La sirenita”, de Andersen), en este caso una ninfa que se enamora de un príncipe y está dispuesta a perder su voz para convertirse en mujer terrenal.

Desde su estreno en Praga en 1901, “Rusalka” ha gozado del cariño del público en los países eslavos y progresivamente en el resto de Europa, pero sólo en las últimas décadas se ha hecho presente en las temporadas de otras latitudes, y es así como estas funciones en Santiago significan su debut en nuestra región, y para tan importante ocasión el Municipal convocó a un experimentado director teatral, el argentino Marcelo Lombardero, quien tras su sólida carrera como cantante, ha demostrado a lo largo de la última década sus aciertos en anteriores memorables montajes en Chile para ese escenario, como “La vuelta de tuerca” y “Billy Budd” de Britten, “El castillo de Barba Azul” de Bartok, “Lady Macbeth de Mtsensk” de Shostakovich y “Ariadna en Naxos” de Strauss.

Para su puesta en escena Lombardero contó con el mismo talentoso equipo trasandino que ha trabajado con él en otras ocasiones, incluyendo a Diego Siliano en escenografía y proyecciones, Luciana Gutman en vestuario y José Luis Fiorruccio en iluminación, incorporando esta vez también al coreógrafo Ignacio González. En lo estrictamente visual, el resultado es muy atractivo y logra resaltar los elementos mágicos y evocadores de la obra, con su mezcla entre lo humano y lo sobrenatural. Particularmente hermosas fueron las proyecciones de Siliano, que apoyadas por la siempre acertada y atmosférica iluminación de Fiorruccio, trasladaron a los personajes y al espectador a fondos acuáticos, frondosos bosques y lujosos palacios; al depender tanto de la tecnología, estos decorados virtuales siempre corren e l riesgo de que cualquier pequeño error afecte su fluidez y despliegue, y fue así como en el estreno hubo un breve pero notorio percance precisamente en el fragmento musical más sutil y famoso -la ya mencionada “Canción de la luna”-, pero es de imaginar y esperar que este tipo de problemas serán solucionados en las próximas funciones.

Como ya se mencionó, esta ópera cuenta con una música de impresionante hermosura y encanto, que confirma las enormes virtudes artísticas de Dvořák, conocido especialmente por su labor sinfónica (con la Novena Sinfonía, “del Nuevo Mundo”, como mayor hito reconocible) y quien acá no sólo escribe muy bien para las voces, sino además estructura un relato orquestal que bebe tanto de elementos folclóricos como de la tradición más lírica y efusivamente romántica de las últimas décadas del siglo XIX, con sus evocaciones nocturnas de la naturaleza. Pero el problema es que sus personajes no exhiben una base dramática muy firme y por momentos parecen arquetipos, y las situaciones no cuentan con un peso o desarrollo sostenido que permita un despliegue teatral más convincente y atractivo más allá de los límites del cuento que narra.

En resumen, lo teatral definitivamente no es una de las fortalezas de “Rusalka”, y es siempre un desafío para el director de escena lograr que más allá de la belleza de la partitura, el espectador se emocione e interese por lo que pasa en el escenario. Con el indispensable apoyo de las imágenes de Siliano, Lombardero -quien en julio volverá a tener a su cargo en el Municipal otro estreno en Chile, “La carrera de un libertino”, de Stravinsky- intenta dotar de peso y fluidez a la historia y sus personajes a través de muchos cambios de escena y en particular de una personal apuesta que incluye toques de humor: por un lado mantiene la esencia de la trama con su historia de amor imposible, pero incorpora elementos que sorprenden, pero también pueden confundir. Es bella y atractiva la idea de que Rusalka y las ninfas sean criaturas en forma de estatua que cobran vida durante la noche, pero no se entiende muy bien la manera en que presenta a la hechicera Jezibaba y su séquito, y en especial la extraña actitud vulgar y sexista del príncipe durante su aparición el primer acto, que quizás por un lado pretende mostrar las características negativas de su personalidad que se harán presentes en el segundo acto, pero no calzan muy bien con la hermosa y romántica música que debe interpretar. Por aspectos como éstos, aunque la producción en general funciona, no nos convence ni entusiasma por completo.

El vestuario de Gutman acentúa los rasgos y características de los personajes, y juega mezclando diversas épocas, lo que no es problema considerando que se trata de un cuento que permite cierta atemporalidad. Por su parte, los movimientos coreográficos ideados por González son un interesante aporte, variando entre lo divertido y lo sorprendente, como los particulares desplazamientos de las criadas que trabajaban bajo las órdenes de la hechicera Jezibaba, o la tradicional danza en el palacio, que se transformaba por momentos en algo alocado y esperpéntico.

En todo caso, más allá de estas apreciaciones que por supuesto son muy subjetivas, el aspecto musical estuvo muy bien cubierto, partiendo con la dirección del titular de la Orquesta Filarmónica de Santiago, el ruso Konstantin Chudovsky, atenta a subrayar toda la belleza y sensibilidad de la partitura, aunque por momentos, como ya hemos comentado en otras ocasiones, descuida un poco el balance entre foso y escenario y cubre mucho a algunos de los cantantes.

El elenco convocado cumplió en buena medida con las expectativas de un estreno como este. El año pasado la soprano rusa Dina Kuznetsova también inauguró la temporada de ópera del Municipal debutando en Chile como protagonista de otro estreno checo en nuestro país, “Katia Kabanova”. En el rol titular de “Rusalka” dio la impresión de estar mucho más cómoda que hace un año en la obra de Janáček: le tocó nuevamente sufrir y mostrarse melancólica, pero en esta ocasión en un personaje que no es humano, y otra vez confirmó que es una actriz convincente, que supo mostrarse frágil y etérea, expresando muy bien sus sentimientos a través del canto, con un material hermoso y de color típicamente eslavo. Y encarnando al príncipe, el tenor eslovaco Peter Berger debutó en nuestro país, luciendo una voz oscura pero que pudo af rontar sin problemas las no pocas demandas del rol, que ofrece algunos de los momentos más bellos de la partitura; por su escaso relieve psicológico y las cambiantes actitudes que el libreto le exige sin mayor profundización, este papel es algo ingrato en lo actoral, por lo que si no convenció mucho dramáticamente no es culpa del cantante o de la producción, aunque los curiosos despliegues escénicos en el primer acto -ya mencionados en este comentario- hicieron que el personaje pareciera incluso más confuso de lo que es habitualmente.

En sus anteriores actuaciones en Chile, la mezzosoprano rusa Elena Manistina ha destacado en algunos de los más demandantes papeles de Verdi para su cuerda -en “Un baile de máscaras”, “Aida” y “El trovador”-, y ahora encarnando a la bruja Jezibaba se mostró muy cómoda en su registro, brillando tanto en los tonos agudos como en los más graves, y en lo escénico, de acuerdo al montaje de Lombardero, más que una hechicera parecía una ama de llaves misteriosa y algo siniestra, lo que de todos modos funcionó bien en para el personaje, aunque por momentos fue algo confuso. Lo mismo en parte ocurrió con Vodník, el espíritu de las aguas al que dio vida el bajo Mischa Schelomianski con estupenda y sonora voz y un canto cálido y sentido: fue sin duda tremendamente atractivo y efectivo el recurso de que pudiera cantar tanto dentro y fuera de escena incluyendo una enorme proyección de su imagen cantando simultáneamente, pero cuando tenía que aparecer en escena e interactuar con la protagonista o con otros personajes, no pareció muy convincente o definido como presencia dramática.

A pesar de que sólo aparece, y no por demasiado tiempo, en el acto II, la princesa extranjera es un rol bastante exigente en lo vocal, y la soprano letona Natalia Kreslina -quien ya cantara en 2009 en el Municipal en otro e streno en Chile, protagonizando el segundo elenco de “Lady Macbeth de Mtsensk”- estuvo a la altura de las circunstancias, no sólo con sus sólidas notas agudas sino además exhibiendo una actuación tan desenfadada como su canto, en un personaje que la puesta en escena mostró acertadamente como una suerte de femme fatale.

En roles secundarios, tuvieron un excelente desempeño cantantes chilenos, en especial el barítono Javier Weibel como el guardabosques -que en esta puesta en escena parecía más caracterizado como el chef del palacio del príncipe- y la soprano Cecilia Pastawski como su sobrino, el aprendiz de cocina: en sus escenas en los actos II y III los dos se afiataron fluidamente en lo vocal y escénico, y no sólo cantaron muy bien, sino además lucieron una simpatía y comicidad que fueron muy bien recibidos por el público. Coquetas y juguetonas, las tres ninfas del bosque fueron muy bien interpretadas por las sopranos Andrea Aguilar y Pamela Flores y la mezzosoprano Gloria Rojas, mientras fuera de escena, en su breve intervención el barítono Ramiro Maturana cantó como el cazador con un timbre cálido y hermoso. Por su parte, aunque su participación en esta obra es bastante fugaz y episódica, el Coro del Teatro Municipal, dirigido por Jorge Klastornik, tuvo una labor tan buena como de costumbre.

Las siguientes cuatro funciones de “Rusalka”, siempre con el mismo elenco de artistas, serán este lunes 11, el jueves 14, sábado 16 y lunes 18 en el Teatro Municipal de Santiago.

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El público recibió con entusiasmo el debut de este hermoso título de Dvořák en la inauguración de la temporada lírica del Teatro Municipal de Santiago. La obra estuvo muy bien servida en lo musical y la producción del equipo trasandino encabezado por el director de escena Marcelo Lombardero cautivó por la belleza de sus proyecciones virtuales, aunque no acertó por completo en hacer más lograda y emotiva una historia que siempre ofrece dificultades dramáticas y teatrales.

Por Joel Poblete

Haciendo honor a uno de sus sellos en las últimas décadas, ampliar el repertorio lírico más allá de los títulos más populares y tradicionales, el Teatro Municipal de Santiago inauguró el viernes 8 su temporada de ópera con un importante estreno no sólo en Chile, sino además en Sudamérica: “Rusalka”, de Antonín Dvořák. Y los resultados fueron en general muy positivos y bien recibidos por el público, en especial por los aciertos musicales, detalle no menor considerando que la incuestionable belleza de la partitura de esta ópera checa -famosa especialmente por su delicada “Canción de la luna” que entona la protagonista- supera con creces las limitaciones teatrales y dramáticas de su argumento, que cuenta con libreto de Jaroslav Kvapil y se inspira en diversas leyendas, cuentos y tradiciones que nos hablan de una criatura mà ¡gica que llega a renunciar a su condición sobrenatural para amar a un hombre (la más célebre es sin duda “La sirenita”, de Andersen), en este caso una ninfa que se enamora de un príncipe y está dispuesta a perder su voz para convertirse en mujer terrenal.

Desde su estreno en Praga en 1901, “Rusalka” ha gozado del cariño del público en los países eslavos y progresivamente en el resto de Europa, pero sólo en las últimas décadas se ha hecho presente en las temporadas de otras latitudes, y es así como estas funciones en Santiago significan su debut en nuestra región, y para tan importante ocasión el Municipal convocó a un experimentado director teatral, el argentino Marcelo Lombardero, quien tras su sólida carrera como cantante, ha demostrado a lo largo de la última década sus aciertos en anteriores memorables montajes en Chile para ese escenario, como “La vuelta de tuerca” y “Billy Budd” de Britten, “El castillo de Barba Azul” de Bartok, “Lady Macbeth de Mtsensk” de Shostakovich y “Ariadna en Naxos” de Strauss.

Para su puesta en escena Lombardero contó con el mismo talentoso equipo trasandino que ha trabajado con él en otras ocasiones, incluyendo a Diego Siliano en escenografía y proyecciones, Luciana Gutman en vestuario y José Luis Fiorruccio en iluminación, incorporando esta vez también al coreógrafo Ignacio González. En lo estrictamente visual, el resultado es muy atractivo y logra resaltar los elementos mágicos y evocadores de la obra, con su mezcla entre lo humano y lo sobrenatural. Particularmente hermosas fueron las proyecciones de Siliano, que apoyadas por la siempre acertada y atmosférica iluminación de Fiorruccio, trasladaron a los personajes y al espectador a fondos acuáticos, frondosos bosques y lujosos palacios; al depender tanto de la tecnología, estos decorados virtuales siempre corren e l riesgo de que cualquier pequeño error afecte su fluidez y despliegue, y fue así como en el estreno hubo un breve pero notorio percance precisamente en el fragmento musical más sutil y famoso -la ya mencionada “Canción de la luna”-, pero es de imaginar y esperar que este tipo de problemas serán solucionados en las próximas funciones.

Como ya se mencionó, esta ópera cuenta con una música de impresionante hermosura y encanto, que confirma las enormes virtudes artísticas de Dvořák, conocido especialmente por su labor sinfónica (con la Novena Sinfonía, “del Nuevo Mundo”, como mayor hito reconocible) y quien acá no sólo escribe muy bien para las voces, sino además estructura un relato orquestal que bebe tanto de elementos folclóricos como de la tradición más lírica y efusivamente romántica de las últimas décadas del siglo XIX, con sus evocaciones nocturnas de la naturaleza. Pero el problema es que sus personajes no exhiben una base dramática muy firme y por momentos parecen arquetipos, y las situaciones no cuentan con un peso o desarrollo sostenido que permita un despliegue teatral más convincente y atractivo más allá de los límites del cuento que narra.

En resumen, lo teatral definitivamente no es una de las fortalezas de “Rusalka”, y es siempre un desafío para el director de escena lograr que más allá de la belleza de la partitura, el espectador se emocione e interese por lo que pasa en el escenario. Con el indispensable apoyo de las imágenes de Siliano, Lombardero -quien en julio volverá a tener a su cargo en el Municipal otro estreno en Chile, “La carrera de un libertino”, de Stravinsky- intenta dotar de peso y fluidez a la historia y sus personajes a través de muchos cambios de escena y en particular de una personal apuesta que incluye toques de humor: por un lado mantiene la esencia de la trama con su historia de amor imposible, pero incorpora elementos que sorprenden, pero también pueden confundir. Es bella y atractiva la idea de que Rusalka y las ninfas sean criaturas en forma de estatua que cobran vida durante la noche, pero no se entiende muy bien la manera en que presenta a la hechicera Jezibaba y su séquito, y en especial la extraña actitud vulgar y sexista del príncipe durante su aparición el primer acto, que quizás por un lado pretende mostrar las características negativas de su personalidad que se harán presentes en el segundo acto, pero no calzan muy bien con la hermosa y romántica música que debe interpretar. Por aspectos como éstos, aunque la producción en general funciona, no nos convence ni entusiasma por completo.

El vestuario de Gutman acentúa los rasgos y características de los personajes, y juega mezclando diversas épocas, lo que no es problema considerando que se trata de un cuento que permite cierta atemporalidad. Por su parte, los movimientos coreográficos ideados por González son un interesante aporte, variando entre lo divertido y lo sorprendente, como los particulares desplazamientos de las criadas que trabajaban bajo las órdenes de la hechicera Jezibaba, o la tradicional danza en el palacio, que se transformaba por momentos en algo alocado y esperpéntico.

En todo caso, más allá de estas apreciaciones que por supuesto son muy subjetivas, el aspecto musical estuvo muy bien cubierto, partiendo con la dirección del titular de la Orquesta Filarmónica de Santiago, el ruso Konstantin Chudovsky, atenta a subrayar toda la belleza y sensibilidad de la partitura, aunque por momentos, como ya hemos comentado en otras ocasiones, descuida un poco el balance entre foso y escenario y cubre mucho a algunos de los cantantes.

El elenco convocado cumplió en buena medida con las expectativas de un estreno como este. El año pasado la soprano rusa Dina Kuznetsova también inauguró la temporada de ópera del Municipal debutando en Chile como protagonista de otro estreno checo en nuestro país, “Katia Kabanova”. En el rol titular de “Rusalka” dio la impresión de estar mucho más cómoda que hace un año en la obra de Janáček: le tocó nuevamente sufrir y mostrarse melancólica, pero en esta ocasión en un personaje que no es humano, y otra vez confirmó que es una actriz convincente, que supo mostrarse frágil y etérea, expresando muy bien sus sentimientos a través del canto, con un material hermoso y de color típicamente eslavo. Y encarnando al príncipe, el tenor eslovaco Peter Berger debutó en nuestro país, luciendo una voz oscura pero que pudo af rontar sin problemas las no pocas demandas del rol, que ofrece algunos de los momentos más bellos de la partitura; por su escaso relieve psicológico y las cambiantes actitudes que el libreto le exige sin mayor profundización, este papel es algo ingrato en lo actoral, por lo que si no convenció mucho dramáticamente no es culpa del cantante o de la producción, aunque los curiosos despliegues escénicos en el primer acto -ya mencionados en este comentario- hicieron que el personaje pareciera incluso más confuso de lo que es habitualmente.

En sus anteriores actuaciones en Chile, la mezzosoprano rusa Elena Manistina ha destacado en algunos de los más demandantes papeles de Verdi para su cuerda -en “Un baile de máscaras”, “Aida” y “El trovador”-, y ahora encarnando a la bruja Jezibaba se mostró muy cómoda en su registro, brillando tanto en los tonos agudos como en los más graves, y en lo escénico, de acuerdo al montaje de Lombardero, más que una hechicera parecía una ama de llaves misteriosa y algo siniestra, lo que de todos modos funcionó bien en para el personaje, aunque por momentos fue algo confuso. Lo mismo en parte ocurrió con Vodník, el espíritu de las aguas al que dio vida el bajo Mischa Schelomianski con estupenda y sonora voz y un canto cálido y sentido: fue sin duda tremendamente atractivo y efectivo el recurso de que pudiera cantar tanto dentro y fuera de escena incluyendo una enorme proyección de su imagen cantando simultáneamente, pero cuando tenía que aparecer en escena e interactuar con la protagonista o con otros personajes, no pareció muy convincente o definido como presencia dramática.

A pesar de que sólo aparece, y no por demasiado tiempo, en el acto II, la princesa extranjera es un rol bastante exigente en lo vocal, y la soprano letona Natalia Kreslina -quien ya cantara en 2009 en el Municipal en otro e streno en Chile, protagonizando el segundo elenco de “Lady Macbeth de Mtsensk”- estuvo a la altura de las circunstancias, no sólo con sus sólidas notas agudas sino además exhibiendo una actuación tan desenfadada como su canto, en un personaje que la puesta en escena mostró acertadamente como una suerte de femme fatale.

En roles secundarios, tuvieron un excelente desempeño cantantes chilenos, en especial el barítono Javier Weibel como el guardabosques -que en esta puesta en escena parecía más caracterizado como el chef del palacio del príncipe- y la soprano Cecilia Pastawski como su sobrino, el aprendiz de cocina: en sus escenas en los actos II y III los dos se afiataron fluidamente en lo vocal y escénico, y no sólo cantaron muy bien, sino además lucieron una simpatía y comicidad que fueron muy bien recibidos por el público. Coquetas y juguetonas, las tres ninfas del bosque fueron muy bien interpretadas por las sopranos Andrea Aguilar y Pamela Flores y la mezzosoprano Gloria Rojas, mientras fuera de escena, en su breve intervención el barítono Ramiro Maturana cantó como el cazador con un timbre cálido y hermoso. Por su parte, aunque su participación en esta obra es bastante fugaz y episódica, el Coro del Teatro Municipal, dirigido por Jorge Klastornik, tuvo una labor tan buena como de costumbre.

Las siguientes cuatro funciones de “Rusalka”, siempre con el mismo elenco de artistas, serán este lunes 11, el jueves 14, sábado 16 y lunes 18 en el Teatro Municipal de Santiago.