Instituto Antártico Chileno

Identidad antártica en modo no presencial: cómo fui "antartizada"

28 noviembre 2025 | 14:43

Una identidad que nació de la lectura, de la conversación, del trabajo, del asombro y de comprender por qué este territorio es tan importante para la región, para Chile y para el planeta.

El 6 de noviembre fue el Día de la Antártica Chilena, pero las actividades de celebración han aumentado tanto en el último tiempo, especialmente en Magallanes, que ya se habla del Mes de la Antártica.

Ante esta efeméride, debo admitir que durante años repetí, con mucho prejuicio, que había dos destinos turísticos que jamás haría: la India y la Antártica. El primero me parecía totalmente ajeno a mis tradiciones, demasiado caluroso y populoso. Por el contrario, el segundo muy inhóspito, frío y peligroso.

Sin embargo, por ironías del azar, hace un poco más de un año estuve a punto de viajar a la India por un proyecto audiovisual que, afortunadamente para mí, no prosperó.

Pocas semanas después, ingresé al Instituto Antártico Chileno como periodista del proyecto Nodo Laboratorio Natural Antártico, cuyo objetivo es hacer de Chile un polo de ciencia, tecnología y logística antártica, el que me recibió teniendo un muy básico conocimiento sobre el Continente Blanco, que no iba más allá de hielo, viento, frío y pingüinos más un background potenciado por referencias literarias y cinematográficas.

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Estoy en la Región de Magallanes desde hace ocho años. Primero llegué a vivir a Puerto Williams, en plena Provincia Antártica, donde —paradojalmente— el vínculo que sus habitantes tienen con Antártica es escaso, según mi experiencia. Luego me mudé a Punta Arenas y la Antártica permaneció siendo igual de poco presente en mi cotidiano.

Eso hasta que llegué al INACH, lugar que desarrolló una metamorfosis que nunca imaginé, pero que terminó transformando mi mundo interior.

“Antartizada”

Lo que comenzó como una función laboral, terminó convirtiéndose en una identidad en construcción. Y, sin darme cuenta, fui “antartizada”.

Ese proceso no se gatilló por un viaje al Continente Blanco —que quizás nunca suceda— sino por un fenómeno que en las ciencias sociales se conoce como “comunidades imaginadas”, que es la capacidad de construir identidad sin haber habitado el territorio en cuestión.

Benedict Anderson desarrolló este concepto cuando observó a grupos de individuos que se reconocen como parte de un colectivo sin necesidad de verse, tocarse o convivir en el mismo espacio. Algo de eso ocurre con la identidad antártica. Se forma desde símbolos, relatos, vínculos afectivos, conocimiento compartido y prácticas que articulan un sentido de pertenencia.

Adentrarse a saber más de Antártica es la base. Conocer de sus ecosistemas, de su gobernanza, aprender los nombres de las cinco especies de pingüinos, de dos tipos de plantas que crecen, que alguna vez fue verde y habitada por dinosaurios, que se está derritiendo y que, si eso continúa, es muy probable que la vida deje de ser como la conocemos ahora.

Esto provocó que la Antártica, en mi mente, dejase de ser solo un continente frío y lo perciba como un ecosistema vivo, frágil y profundamente interdependiente.

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Luego vino el encuentro con quienes dedican su vida a estudiarla. Investigadoras e investigadores que pasan meses lejos de sus familias, que traen de regreso muestras que permiten estudiar mejor el fenómeno del cambio climático o que buscan ser la esperanza para la agricultura del futuro.

A la par descubrí que la identidad antártica se construye en múltiples capas, incluso fuera del territorio. En Punta Arenas, conviven los glaciólogos que planifican expediciones a los campos de hielos antárticos y, al mismo tiempo, existen artistas, músicos y artesanas que crean obras inspiradas en un territorio que, como yo, jamás han visitado. Su vínculo es simbólico, cultural, sensorial. Pero no por eso es menos auténtico.

Lo mismo ocurre en las ciencias sociales. Historiadores, periodistas, abogados y especialistas en estudiar la dimensión humana y social relacionada a la Antártica, como la gobernanza, las huellas humanas, la ética ambiental, la identidad cultural y la percepción del continente. Protegen un territorio al que, en muchos casos, tampoco han ido. Su identidad antártica nace del estudio, del compromiso y de la responsabilidad ética.

A un año y medio de haber ingresado al Nodo Antártico, vuelvo a hacerme la pregunta inicial: ¿quiero viajar a la Antártica? Hoy la respuesta es un sí absoluto. Pero lo interesante es que ese deseo no surge de la curiosidad turística, sino de una identidad ya formada. Una identidad que nació de la lectura, de la conversación, del trabajo, del asombro y de comprender por qué este territorio es tan importante para la región, para Chile y para el planeta.

Nunca he viajado a la Antártica y no sé si algún día lo haré, pero sí tengo claro que hoy no me siento parte de la Antártica, sino que la Antártica ya es parte de mí.