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Franja Enade: entre puentes simbólicos y personajes secundarios

19 octubre 2025 | 08:00

Un país que aplaude a la contralora más que a sus presidenciables no está eligiendo un gobierno; está buscando un adulto responsable.

La franja presidencial es como el espejo de un internado: cada segundo vale mucho pues tiene muchos usuarios. Y cada uno, más allá de corregir el peinado o la camisa, pretende fijar una emoción, una identidad o al menos un recuerdo. En Error en el Sistema, escribí que los medios no son solo vitrinas, son máquinas de interpretación: toman lo que el político quiso decir y lo traducen a su propio idioma. En el fondo, lo que realmente se disputa en la franja no es el voto, sino la narrativa de la campaña que harán los medios, y la opinión pública.

Pero aún con ese resultado incierto, es posible echar una primera mirada a lo que nos propusieron. Veamos candidato a candidato, según lo que dejó la primera jornada:

Jara

Sus primeros minutos muy en el tono de la campaña del Apruebo. ¿Irán por el 38%? Su segunda parte estaba mejor, con énfasis en las fronteras —orden migratorio, pasos ilegales—.

Una idea potente, pero en el formato televisivo se ve demasiado sola en el desierto, como si la frontera también la dejara a ella al otro lado. El único recurso es una Tablet de marca dudosa mostrando una especie de cyberday donde venden drones. Así no se detiene a inmigrante ilegal alguno.

Mayne-Nicholls

Se lanza por el voto opositor con humor, sátira y algo de indignación alegre burlándose de los escándalos de las Fundaciones. Es una fórmula efectiva: la gente escucha más fácil al que ironiza que al que sermonea.

Prefiere que le digan Harold, ese toque de familiaridad que desarma al espectador, pero todos lo recordamos como Mayne – Nicholls. Le habla al cansancio opositor y funciona bien si quisiera competir con el programa nocturno de Kike Morandé.

Parisi

Se mandó un golazo simbólico. Ocupar el puente del NO y del Apruebo es una jugada maestra: sintetiza la historia política reciente en una sola imagen.

“Ahora gana la gente”, dice, apelando al mismo registro emocional que alguna vez movilizó a medio país. Pocas veces se usa tan bien la nostalgia.

Artés

Su franja parece salida de un movimiento estudiantil radical, con estética de agitación y tono de asamblea. El problema es que el formato televisivo no resiste el panfleto: sin ritmo, sin ritmo visual ni emoción, el mensaje se pierde antes del segundo corte.

Kaiser

Todo en él grita “¡Estoy solo!”. Se ve aislado, distante, en un espacio republicano abierto como el centro cívico pero encerrado en su propio ideario. Y eso, en televisión, es casi una confesión política. Nadie elige a un presidente que parece no tener tropas, ni país.

Enríquez-Ominami

Delirante, sí, pero con un nivel de producción sorprendente. Utiliza Inteligencia Artificial para crear escenas, voces y atmósferas que parecen salidas de las pesadillas de Nolan en Inception. La estética recuerda a esa película donde Pinochet es vampiro en una casona en el sur, pero esta vez la metáfora es tecnológica. Es excesivo, pero al menos no es aburrido.

Matthei

Impecable en presencia, sólida en su relato. Pero su franja tiene demasiado reciclaje: música épica, testimoniales previsibles, la cordillera de la caja de fósforo, y la gente con cara de chileno. Parece spot de la Teletón, o esos antiguos de cerveza Cristal. Ella está muy bien; los recursos, demasiado usados.

Kast

Inteligente recurso el de la viuda del camionero asesinado en Antofagasta. Le da humanidad y emoción a su mensaje al inicio de su spot. Pero queda ahí, atascado en el diagnóstico del país temeroso de la delincuencia y la inmigración ilegal. Como si la tragedia fuera su única bandera. Le falta horizonte.

El resumen del primer día: más símbolos que propuestas, más escenografía que relato. Un primer asalto de una pelea de boxeo donde los contrincantes solo se miden antes de soltar los golpes.

Pero antes vino Enade, la otra franja, donde estaban los donantes y los formadores de opinión. Allí, los candidatos eran los invitados estelares, pero terminaron siendo extras. La gran protagonista fue la contralora Dorothy Pérez, ovacionada en cada pausa. Su discurso —47 minutos, cita a Gabriela Mistral incluida— se robó la película. Dijo que “detrás de un trámite hay personas, familias, empleo”, y con eso convirtió la palabra “permisología” en trending topic empresarial.

El contraste fue brutal: los presidenciables respondían con frases genéricas sobre inversión y crecimiento, mientras la contralora hablaba con autoridad moral y dominio técnico. En La Tercera, el titular principal del día siguiente fue “Dorothy Pérez se roba la escena en Enade con discurso contra la permisología”, y en Emol la nota más leída fue la suya. No es candidata presidencial, pero si lo fuera, habría ganado el foro por goleada.

Los organizadores de Enade dejaron pasar la oportunidad de hacerles buenas preguntas económicas a los candidatos. Preguntas de verdad: sobre déficit estructural, productividad o deuda pública. En lugar de eso, se quedaron con los guiones predecibles, y la agenda se la llevó la contralora. Ella no necesitó prometer nada; bastó con diagnosticar.

Y ahí está el punto de fondo. En la era mediática, los vacíos se llenan. Cuando el político no propone, el tecnócrata encarna la racionalidad. Cuando el candidato se refugia en el spot, el funcionario se convierte en relato. Esa fue la escena: la tecnocracia robándole la épica a la política.

La franja, en cambio, sigue siendo el campo de batalla emocional donde se decide quién logra ser “recordado”. Pero en Enade vimos otra cosa: la política siendo desplazada por la solvencia. Un país que aplaude a la contralora más que a sus presidenciables no está eligiendo un gobierno; está buscando un adulto responsable.

Y eso, como diría Gramsci, también es hegemonía cultural.