CONTEXTO | Unsplash

La frivolidad se hace obscena

06 octubre 2025 | 10:20

A falta de argumentos convincentes, mienten a destajo, sin control, sin mesura ni vergüenza; luego, con todo desparpajo, se retractan de lo dicho, para volver a inventar otras falacias, más enormes, más groseras. La nariz no les crece, no se ruborizan, han perdido el escrúpulo, son de palo.

Frívolo —nos dice la RAE— es una persona superficial, quien no tiene profundidad o seriedad en sus asuntos. Trivialidad, intrascendencia, ligereza, liviandad… son algunos de sus sinónimos. La frivolidad nos hace pensar en el Chile de hoy, octubre de 2025, pues hay ocasiones en que, al contemplar nuestro actuar, esta aparece en todo su esplendor.

La observamos en gestos y palabras, en asuntos simples y complejos, en jóvenes y viejos. Pareciera ser como el presagio de una lenta decadencia, propia de nuestro tiempo. Una suerte de fatalidad que llevamos en la grupa, y de la que no logramos desprendernos. Nos sigue y nos persigue; es pesadilla y es sombra.

Algunos la explican como el resultado de la decadencia de la cultura y hasta de lo que antiguamente llamábamos urbanidad (¡qué falta nos hacen los maestros de las antiguas Escuelas Normales! —nos decía recientemente un amigo). Otros estiman que es una forma de afrontar la incertidumbre en una sociedad entrampada en el consumismo, con carencia de referencias éticas y morales, donde la permisividad y el relativismo de valores y principios han llevado a generaciones enteras al egoísmo y al hedonismo.

El fenómeno abarca aspectos del comportamiento individual y va dañando a la sociedad en su conjunto. ¿Algunas consecuencias?: Desinterés por el esfuerzo y la superación personal, desprecio por la autoridad, el estudio y el trabajo; recurso al humor chabacano y grosero, liviandad en el trato, búsqueda compulsiva del consumo y del dinero fácil, carencia de ideas y pobreza del lenguaje, pérdida de hábitos básicos de reflexión, conversación y lectura. Podríamos seguir. Algunos matinales de la televisión son a veces un buen reflejo de la frivolidad a la que nos referimos.

La frivolidad en la política

En la política, la frivolidad es la antesala de la demagogia en la que ya nos vemos envueltos. Solo en estos años, por ejemplo, nos topamos con casos asombrosos: una alcaldesa —hoy formalizada— que conversaba con peluches y bailaba junto a concejales; parlamentarios recibiendo a encapuchados en el mismo Congreso, donde los ovacionaron por la valentía demostrada en la “primera línea” del estallido social; un convencional votando desde la ducha, otro con guitarra en mano justificando su opción, el último inventando padecer de un cáncer terminal; un senador que jura haber sido raptado por alienígenas; fundaciones que roban a dos manos el dinero de los pobres que dicen defender; ministros sumariados por plagiar en sus trabajos universitarios, decenas de miles de funcionarios públicos viajando al extranjero o jugando en casinos mientras se encontraban con licencia médica, autoridades de modales y comportamientos inadecuados; vedettes nocturnas, humoristas, animadores de shows, pseudoactores y cantantes de mal gusto en las listas de candidatos al Parlamento.

Lee también...
La mejor batalla de Presupuesto de la historia Domingo 05 Octubre, 2025 | 08:02

Estos ejemplos podrían ser baladíes al compararlos con otros, bastante más preocupantes: El financiamiento irregular de la política con sus embustes y clases de ética a los poderosos de siempre, el actuar de inescrupulosos lobistas manoseando al Estado, las suspensiones de investigaciones financieras y judiciales, los indultos presidenciales a granel, los comprometedores audios de los representantes de los poderes fácticos con sus lacayos magistrados, abogados y fiscales; los generales que malversan y estafan, los sueldos públicos y bonos que exceden los límites de la decencia, los numerosos sumarios fondeados, ad vitam, en los cajones empolvados de la burocracia, los robos de cajas fuerte desde ministerios investigados, los amigotes embajadores de conductas indecentes.

¿Seguimos? Los insultos que escuchamos cada día de las bocas polutas de politiqueros kamikazes, como aquel panelista y candidato a diputado —un borrego lamebotas de estanciero millonario— que trataba de rata cobarde a un expresidente; los buzos blancos de estudiantes holgazanes lanzando bombas incendiarias… agreguemos los miles y miles de memes, mensajes, amenazas e insultos a través de redes sociales con contenidos injuriosos, calumniosos y embusteros que corroboran los ejemplos de esta decadencia que se respira en el ambiente.

La frivolidad de la campaña electoral

Citaremos solo un caso que nos parece ilustrar lo que exponemos: al comenzar la campaña, vimos entrar a un candidato a un canal televisivo. Maquillado en exceso, llegaba “canchero” a debatir. Vestía de terno oscuro y llevaba un peinado de cantor arrabalero que su hablar acelerado y su voz monocorde traicionarían más tarde. La sonrisa —preparada a lo mejor frente al espejo— era permanente, como el rictus mal logrado del actor de reparto secundario. Empujaba la silla de ruedas de un minusválido y a su lado caminaba una persona con enanismo. Buscando demostrar su compromiso con la diversidad, los había invitado como parte de su equipo.

Este personaje no fue el único en demostrar su frívolo talento mediático. La mayoría de los participantes —casi todos producidos para un show— ocuparon su tiempo para increpar a sus adversarios sobre temas que a nadie interesa y posar frente a la cámara, con los ojos quejumbrosos y manoteos tan falsamente amenazantes, que se tornaban jocosos, por no decir lastimeros.

Sorprendidos por tanta banalidad, pensamos que alcanzaban el límite de lo abyecto.

Si algo hemos observado en esta campaña, es que ya nadie habla de esperanzas ni de proyectos colectivos. Tan sumergidos estamos en este ambiente fatal de decadencia que hasta los legítimos sueños de toda sociedad han desaparecido. La nación se ha hecho abstracta, el pueblo, simplemente inexistente.

Sin programas creíbles de gobierno, con escasas ideas en carpeta —a menudo mal expresadas—, carentes de un relato convincente y pocas propuestas concretas para resolver los problemas reales, la mayoría de los candidatos a la Presidencia y al Parlamento han adoptado la liviandad como método de acción: Sus frases son cortas, burlonas o agresivas, la broma fácil en labios, el baile tropical con carcajada incluida y los abrazos con besitos a destajo, al que venga, al que pase, al que pida.

Ni siquiera la “chispeza” a la que se refería con picardía Alexis Sánchez parece calzar con la imagen que ciertos candidatos buscan transmitir. La versión es más trivial, más chabacana, de mal gusto. A falta de argumentos convincentes, mienten a destajo, sin control, sin mesura ni vergüenza; luego, con todo desparpajo, se retractan de lo dicho, para volver a inventar otras falacias, más enormes, más groseras. La nariz no les crece, no se ruborizan, han perdido el escrúpulo, son de palo.

Hay en algunos un actuar embustero que busca engañar a los ingenuos, a nosotros y, a menudo, a los más desposeídos. No son todos, convengamos, y también hay diferencias de grado en esta desfachatez de la política; pero son la mayoría y marcan la pauta. Son ellos la imagen de esta campaña que parece interesar muy poco al ciudadano.

Es al verlos actuar de esta manera, cuando decimos —y no somos los únicos— que es así como la frivolidad se hace obscena.