ANÁLISIS 1: EL DEBATE PRESIDENCIAL
Han pasado cinco días desde el primer debate presidencial para la primera vuelta de la lección de noviembre. Mucho se analiza el impacto de los debates. Hay quienes han medido el impacto incluso un par de horas después del mismo. Es una buena acción de marketing, pero es metodológica y teóricamente absurdo. El debate comienza sus efectos en las primeras horas, pero hay un conjunto de ajustes en la narrativa social que son cruciales.
Diversos estudios han mostrado que los efectos de los debates presidenciales no suelen reflejarse de manera inmediata ni en las encuestas ni en los discursos que inmediatamente se posicionan en la sociedad. Los debates operan en el mediano plazo a través de la construcción de percepciones y narrativas.
Holbrook (1999), en su clásico Do Campaigns Matter?, señala que el impacto directo de un debate en la intención de voto tiende a ser reducido en los días siguientes, pero que estos eventos contribuyen a consolidar impresiones de liderazgo que después influyen en el comportamiento electoral. En la misma línea, McKinney y Carlin (2004) sostienen que los debates “rara vez cambian un voto en la noche misma, pero sí estructuran la manera en que los electores procesan la campaña en las semanas posteriores”, funcionando más como marcos interpretativos que como shocks inmediatos.
Benoit, Hansen y Verser (2003) refuerzan esta tesis al demostrar que el efecto es acumulativo: el primer debate genera atención y los siguientes consolidan o corrigen percepciones, produciendo impactos más notorios en el mediano plazo. Estudios aplicados a América Latina también coinciden en este patrón: Chasquetti (2010), en el caso uruguayo, y Morales y Rojas (2016), para el caso chileno, muestran que los debates, más que alterar de golpe los números de los candidatos, operan como puntos de inflexión narrativos cuya huella se observa en los sondeos dos o tres semanas después, especialmente cuando los medios amplifican ciertos momentos o frases. En conjunto, la evidencia sugiere que los debates funcionan como semillas discursivas que germinan con el tiempo, más que como eventos que alteran de inmediato el equilibrio electoral.
Muchas personas consideran que los debates y la franja televisiva son un recurso más de entre muchos. Algunos los ven por completo irrelevantes porque no se ven los cambios al día siguiente. La verdad muy distinta. Debates y franja televisiva son relevantes cuantitativamente (cambian votos) y cualitativamente (cambian el encuadre de la discusión). La evidencia científica disponible sobre campañas electorales muestra que los debates presidenciales y la franja televisiva poseen un efecto moderado y decisivo, capaz de inclinar el resultado final. Diversos estudios estiman que estos recursos de comunicación política inciden en torno a un 5 a 10 por ciento del electorado persuadible, un margen que puede definir por completo el desenlace en elecciones competitivas (Holbrook 1999; Benoit, Hansen y Verser 2003; Morales y Rojas 2016). Normalmente un cinco por ciento es suficiente para cambiar por completo el destino de una elección y no hablar si es el diez por ciento. Normalmente damos mucha atención a la base de votación, a los grandes números. Pero lo cierto es que las elecciones se ganan moviendo un porcentaje pequeño de votantes y por eso las campañas bien diseñadas son predictoras de buenos resultados.
Justamente por esa capacidad de mover una franja reducida pero estratégica del electorado, los debates y la franja deben ser entendidos como armas de doble filo: una gestión eficaz permite instalar liderazgos, consolidar narrativas y proyectar credibilidad, mientras que una mala performance —ya sea por errores en el debate o por una franja mal producida— puede amplificar percepciones negativas y erosionar el capital político acumulado. En consecuencia, más que instrumentos marginales, debates y franja se constituyen en espacios de alto impacto y alto riesgo, cuya adecuada administración resulta fundamental para cualquier candidatura que aspire a disputar seriamente el poder.
José Antonio Kast
Kast jugó dos partidos simultáneos en el debate. Por un lado, quiso volver al posicionamiento base que ha trabajado en el cual concentra su fuerza como el candidato del orden y seguridad. En el modelo actancial (modelo de análisis narrativo) de este posicionamiento, su sujeto es un Chile amenazado por inmigración irregular, narcotráfico y un Estado débil; mientras su objeto es recuperar el orden perdido.
Sin embargo, hay un nuevo Kast desde inicios de agosto que ha tenido que lidiar con la incorporación de miembros de la derecha tradicional y con el esfuerzo de ir a buscar los votos al centro. Su modificación de estrategia hasta ahora ha sido errática y dañina para sus pretensiones. Si pensó que la migración de nombres desde Chilevamos le daría potencia, los hechos muestran que el caos asociado ha producido pérdida de posicionamiento. Probablemente con esto de telón de fondo, su desempeño en el debate fue confuso.
Claramente le ha incomodado tener que adaptarse a al nuevo escenario. Sin embargo, quizás el problema es más estructural, ya que ese camino siempre se le ha hecho difícil: le ocurrió en la segunda vuelta de 2021, le ocurrió con el Consejo Constitucional y le ha ocurrido en esta campaña desde que llegó al primer lugar. Lo suyo no es la adaptación, sino la rigidez. Para colmo, es débil en un elemento central de la derecha que es la economía, ya que su dominio técnico es discreto y es un asunto que el votante de derecha suele exigir. Es probable que se haya consolidado su debilitamiento (que solo es corrosivo, no crítico) y puede tener consecuencias de mediano plazo. En cualquier caso, su expansión se debilitó.
En su cierre, apeló al patriotismo y al cambio radical, invitando incluso a votar por sus parlamentarios, lo que mostró sus preocupaciones hegemónicas más allá de la presidencia. Este camino ha sido un problema: su deseo preferente ha sido tomar control de la derecha y ello supone posponer a un segundo plano la carrera fundamental que es la presidencia. Le cuesta comprender que la presidencia no es una meta volante.
El mensaje de Kast fue más de reafirmación que de expansión. Kast consolidó su lugar como referente de la derecha dura, pero sin fortalecer sus avances hacia el centro. Su narrativa podría ser eficaz para fidelizar, aunque claramente no es tan asertiva para atraer votantes nuevos o para conservar a aquellos que entraron a su casa hace pocos meses y que, según los datos, no están muy convencidos de seguir allí.

Jeannette Jara
Jara representó la opción progresista con un esfuerzo de mostrar vinculación institucional. En el modelo actancial, ella es el sujeto que busca garantizar derechos sociales, siendo sus oponentes la desigualdad y la inseguridad. En el debate mostró el caos estratégico que la ha afectado. Con muchos flancos abiertos, recibió fuego de casi todos los candidatos y ello la descolocó, sin haber vislumbrado los duelos y alianzas que necesitaba diseñar para ordenar la discusión. Se la vio cansada, molesta y reactiva. Es altamente probable que esto se deba a un mal diseño del debate y a una preparación tardía.
Su acumulación de poder fue limitada, porque el esfuerzo de demostrar seriedad con tecnicismos no se tradujo en un relato potente. La necesidad de transformar conocimiento o talento comunicacional en una narrativa eficaz no se cumplió. La falta de diseño se vislumbró cuando atacó a Kast por mentiras, en circunstancia que eso recuerda la atribución de mentirosa que se hizo luego de errores de conocimiento del programa propio. Es como si el Vaticano hiciera un ataque contra otras instituciones religiosas basado en el abuso sexual: naturalmente sería un boomerang.
En su cierre, apeló a valores de unidad, igualdad y memoria histórica, vinculando el 11 de septiembre con la necesidad de evitar repetir divisiones. ¿Era su interés consolidar la votación de izquierda? Jara se ha movido entre 36% y 39%. El voto propiamente de izquierda ya lo tiene y su problema es la capacidad de crecimiento. Como veremos en el análisis de la encuesta la calificación del gobierno dictatorial de Pinochet es superior al gobierno democrático de Boric. Y una disputa hipotética entre Pinochet y Allende le da el triunfo al primero. ¿Tenía sentido ese cierre?
Terminó con un gesto de compromiso ético: “mi palabra de mujer”. Este recurso fue emotivo, pero su impacto fue menor frente a cierres más programáticos o disruptivos. Si la emoción no tiene anclaje material, en logros que sean comunes y marquen un futuro mejor, la emoción (de producirse) se queda corto en impacto, pues dura el equivalente a la emoción que nos deja un comercial de televisión. Mención aparte son los errores en la puesta en escena, sin tener claro qué es lo que se busca representar por su parte.

Eduardo Artés
Artés cumplió su rol como representante de la izquierda revolucionaria. En el modelo actancial, se presenta como el sujeto que busca refundar Chile en clave socialista, con oponentes claros en el capitalismo y las élites económicas. En el debate, su claridad ideológica fue indudable, pero difícil de traducir en propuestas concretas para el electorado amplio. Actuó de manera coherente con su identidad, pero sin acumular poder: su relato se mantuvo testimonial.
En el cierre, su mensaje careció de un hito diferenciador fuerte. Reforzó la crítica al modelo existente y defendió su identidad de izquierda, pero sin un relato que sedujera más allá de sus seguidores naturales.
Su intervención final fue coherente con su trayectoria, aunque no decisiva. En términos generales, Artés no aprovechó el debate para crecer, quedando en una posición ideológica fiel pero marginal.

Harold Maynne Nichols
Maynne Nichols se mostró como un candidato tecnocrático-humanista, que en el modelo actancial es el sujeto que busca un Chile digno a través de la empatía y la tecnocracia. En el debate presidencial, fue correcto y humano, con propuestas en salud y deporte, pero sin la fuerza política de los candidatos de mayor experiencia. Su acumulación de poder fue limitada: cumplió con eficacia en mostrar perfil, pero no logró transformar esa exposición y aumento del conocimiento en un poder real.
En su cierre, apeló a que Chile había perdido el alma y que era necesario recuperarla. Esta metáfora humanista le dio una nota distinta a su discurso, pero sin arrastrar mayor fuerza electoral.
Fue un buen debutante, con sensibilidad y empatía, pero quedó en un lugar de “presentación de perfil” más que de liderazgo consolidado. Su cierre reforzó humanidad, aunque no competitividad. Corre el riesgo de convertirse en el segundo mejor candidato para un gran grupo de electores, pero ese posicionamiento no sirve en las elecciones.

Franco Parisi
Parisi se consolidó como el outsider económico que apela al sentido común financiero con una fuerte deriva aspiracional y de resentimiento ante las elites. Este mismo diseño sería útil con una mirada de gobierno, que no se muestra. En el modelo actancial, Parisi se ubica como el sujeto que busca rescatar a la clase media del abuso político y económico, con la corrupción como su principal oponente. En el debate, su estilo fue claro y eficaz: usó números fáciles de recordar y ejemplos cercanos, aunque sacrificó rigor técnico.
En armas, propuso que expolicías y militares conserven sus armas, medida concreta pero marginal. De todos modos, aplicó la narrativa eficazmente (elaborando historias) y logró acumular algo de poder comunicacional, aunque con fragilidad estructural y doctrinaria. Se le percibe sin mucha sensibilidad sobre la situación concreta de Chile y su historia de la visita a La Legua fue sencillamente absurda (personas que no piden políticas públicas, sino abrazos) y digna de las peores rutas de argumentación del conservadurismo (un buen trato reemplaza el apoyo social).
En su cierre, apeló a la meritocracia y se mostró como alguien que pide lo mismo que cualquier trabajador: una oportunidad. Construyó un relato de clase media endeudada, agobiada y desprotegida, y lo vinculó con su biografía personal, asunto que en general tiene impacto. De cualquier modo, su candidatura está claramente orientada a penetrar en la zona geográfica donde más rinde que es el norte, probablemente buscando maximizar parlamentarios en la zona. Por ello, durante el debate se dedicó a hablar del norte con una magnitud de preferencia al límite del absurdo. Dicha táctica no parecía adecuada en el primer debate.
Parisi atacó a la élite política con frases simples (“fachos y comunachos”), buscando impacto populista. Su cierre fue efectivo en conexión emocional, consolidando su rol de outsider cercano a la gente común.

Johannes Kaiser
Kaiser se mostró como el abanderado libertario-conservador más radical. En el modelo actancial, se posiciona como sujeto que lucha contra un Estado corrupto y capturado por élites, con el narcotráfico y la inmigración como enemigos principales. En el debate, fue claro y combativo, pero su asertividad estuvo marcada por excesiva pasión, lo que redujo su capacidad de acumulación real de poder.
En el cierre, Kaiser planteó que todo se considera “demasiado complicado” por quienes no quieren cambios, y afirmó que con voluntad real se pueden resolver los problemas. Terminó diciendo “usted es el patrón, usted es el ciudadano”, en un giro populista extremo. Este cierre fue potente para su nicho, pero polarizante para el electorado más amplio e institucionalista.
Kaiser ganó visibilidad y fidelidad en su sector, pero sin ampliar legitimidad. De todos modos, es claro que su búsqueda es consolidar ese 10% (obviamente atractivo), puntaje que ha logrado sostener en medio de una arremetida de Kast que le pudo significar problemas mayores.

Evelyn Matthei
Matthei fue la candidata más sólida del debate. En el modelo actancial, su discurso fue a buscar la zona narrativa en la que es fuerte (que no lo había hecho antes) representando a la lideresa institucionalista que busca devolver esperanza y seguridad al Chile ciudadano. Su desempeño fue claro, empático y eficaz en el uso del tiempo, combinando experiencia técnica con conexión emocional.
Aplicó prudencia, eficacia y respeto, acumulando poder real y proyectándose como presidenciable viable. Su selección de vestuario y puesta en escena fue magnífica, apostando a memoria emotiva en el peinado (más orientado al glamour del pasado, pero moderno) y muy elegante y actual en el vestuario. Su elección del color blanco fue un acierto y su manejo actoral fue adecuado.
En su cierre, combinó diagnóstico de problemas (delincuencia, listas de espera, corrupción) con propuestas concretas: policía fronteriza, un millón de empleos, vencer el cáncer, vivienda con pie cero. Terminó con un lema que debía fundirse con elementos programáticos y emocionales a la vez, uniendo gestión y esperanza.
Matthei no solo ganó el debate presidencial, sino que acumuló más poder que cualquier otro candidato, consolidándose como figura central de la elección. Su decisión de no enredarse en conflictos, pero siendo sólida, fue acertado. Quizás para mejorar su tracción debió diseñar un ataque de intensidad media hacia el final del debate.

Marco Enríquez-Ominami (MEO)
El caso de Marco Enríquez-Ominami es extraordinario. Fue sin duda el más hábil jugador del debate: preparó el formato y jugaba suelto y relajado en medio de un mar de nervios de los rivales. Pero su campaña anterior y su conjunto de asuntos comunicacionales no resueltos han terminado por generar la sensación en la opinión pública de un candidato errático. La verdad es que lo hizo excelente, pero su campaña previa ha sido tan equivocada que no pudo acumular poder.
Marco Enríquez-Ominami se presentó como el candidato del nuevo ciclo y la ruptura con el pasado. En el modelo actancial, encarna al sujeto que busca un Estado protector frente a un sistema agotado, con la derecha y la ortodoxia económica como enemigos principales. En el debate, fue carismático y ágil, usando ironía (“hiperinflación de medidas”, por ejemplo) para desarmar rivales. Explotó su carisma como recurso de poder y se hizo notar, acumulando visibilidad significativa.
En su cierre, se mostró optimista por la fuerza del pueblo y llamó a abrir un nuevo ciclo histórico. Y en el inicio se llevó las cámaras con sus variopintos invitados (jugada de captura de atención discutible en aumento del valor). Terminó reforzando que el modelo económico estaba agotado y que él representaba la renovación.
Su cierre fue enérgico, diferenciador y con capacidad de marcar relato. Marco Enríquez-Ominami no ganó en credibilidad técnica, pero sí en los duelos, donde tuvo un desempeño exitoso. En resumen, habita una paradoja: un buen debate no le sirve por una mala campaña.

ANÁLISIS 2: LA ENCUESTA
La primera quincena de septiembre de 2025 dejó un registro que permite comprender con claridad el reordenamiento del campo político chileno con miras a la elección presidencial de noviembre. Los resultados de la trigésima segunda encuesta de La Cosa Nostra no solo muestran cifras, sino que dibujan un mapa de climas simbólicos, trayectorias electorales y tensiones estratégicas. En ellos se advierte que los electores parecen inclinarse más hacia quienes encarnan la idea de progreso y legitiman la riqueza por el mérito, antes que hacia aquellos que se apoyan en narrativas de igualdad o de orden.
La encuesta puede descargarla en www.encuestaslcn.cl y el video explicativo está disponible aquí.
La fotografía de la primera vuelta ha comenzado, en cosa de un mes, a mostrar una nueva ruta de configuración y evolución. Los números han cambiado porque Kast estuvo a más de diez puntos de distancia de Matthei y hoy está a cinco. Y el clima valorativo ha llevado ‘orden’ al último lugar. ¿Puede haber saturación? Puede ser. Pero veamos algunos números.
En la escena de la primera vuelta, Jeannette Jara sigue siendo la figura con más respaldo: un 36,1% que la sostiene en la cima. Sin embargo, bajo esa aparente estabilidad se perciben grietas. Su votación, aunque significativa, no se traduce en fortaleza para un balotaje y diversos métodos que ocupamos para ver su solidez la muestran debilitada. Los datos muestran que Jara enfrenta un techo estructural difícil de superar y una agregación de valor deteriorada.
José Antonio Kast, en tanto, se mantiene con un 24,6%, retrocediendo respecto a sus avances de agosto. Aunque continúa siendo el primero en su sector, su tendencia reciente es a la baja, lo que abre espacio a otros.
Allí entra con fuerza Evelyn Matthei, que asciende a 20,1% y marca la pauta del mes: su curva es la que más crece (6 puntos en un mes) y la que se proyecta con mayor dinamismo por ahora. Un poco más atrás, Johannes Kaiser sorprende al consolidar un 11,8%, confirmando que su nicho, aunque acotado, es persistente y lo tiene bien trabajado.
El resto de los candidatos —Parisi, Marco Enríquez-Ominami, Eduardo Artés— migran hacia cifras marginales, atrapados en la irrelevancia que deja la concentración en los cuatro primeros lugares.
El espejo de la segunda vuelta
Cuando se trasladan los números al terreno del balotaje, el panorama se transforma. Allí, Jara pierde contra todos sus contendores principales. Y la brecha se ha ido incrementando. Matthei la derrota con amplitud (61,3% vs. 38,7%), Kast también la supera (55,8% vs. 44,2%), y lo más llamativo es que incluso Kaiser logra sobrepasarla con un 54% frente al 46% de la ministra. Esta regularidad habla de un problema profundo: Jara posee volumen electoral, pero no capacidad de expandirse ni de seducir al votante indeciso o pragmático.
La derecha, en cambio, aparece más articulada. No solo porque logra mayorías en segundas vueltas, sino porque conecta con valores que hoy dominan el clima cultural: la idea de progreso como horizonte y el mérito como explicación legítima de la riqueza. Ese trasfondo simbólico refuerza la percepción de que liderazgos como el de Matthei pueden ofrecer modernización y resultados, por sobre la sola promesa de igualdad.
El peso del rechazo
Uno de los elementos que condiciona la suerte de los candidatos es la magnitud de su rechazo. En este plano, Jara carga con un 44% de antivoto, un nivel que la vuelve difícilmente elegible para mayorías amplias. Kast también enfrenta un rechazo importante, lo que limita su margen, pero aún conserva reservas de apoyo. Kaiser, pese a ser un candidato polarizante, mantiene un nicho leal que le permite subsistir. Matthei, en cambio, aparece con el menor nivel de rechazo entre los grandes nombres, lo que explica en parte su creciente competitividad.
La percepción de riesgo asociado a cada liderazgo completa este cuadro. Artés y ME-O son considerados altamente riesgosos; Jara y Kast ocupan el rango medio-alto; Kaiser está en esa misma línea. La única que logra escapar a ese encuadre es Matthei, cuyo perfil de “seguridad y gestión” la sitúa en la zona de mayor viabilidad.
El clima cultural: progreso y mérito
Lo más revelador de esta encuesta, sin embargo, no está en los números de intención de voto, sino en el clima de valores. A diferencia de lo que podría suponerse en un contexto de inseguridad, el valor “orden” no es el prioritario. Los electores colocan en primer lugar al progreso, seguido de la igualdad y la libertad. Solo en cuarto lugar aparece el orden. Este hallazgo sugiere que la ciudadanía está menos interesada en, o quizás saturada por, el restablecimiento autoritario de la disciplina que en la promesa de avance material y modernización.
En la misma línea, la pregunta sobre la legitimidad de la riqueza confirma un desplazamiento cultural: 64% cree que se alcanza por mérito y no por abuso. Este dato, estable en el tiempo desde 2022, constituye una base cultural favorable para la derecha y adversa para la izquierda. El eje de la justicia económica se reconfigura así hacia el reconocimiento del esfuerzo individual, debilitando la narrativa de redistribución.
Transversalidad y nichos
El análisis de la transversalidad —la capacidad de un liderazgo de penetrar en distintos segmentos sociales— ofrece otra clave. Construimos una metodología para medirlo (puede usted revisarla en los links antes señalados). Matthei encabeza con un índice de transversalidad de 36,4, lejos de Jara (18,3), Kast (12,9) y Kaiser (menos de 10). La exalcaldesa se muestra como la figura más capaz de cruzar fronteras políticas y culturales, mientras sus rivales permanecen anclados en nichos: Jara en mujeres y jóvenes, Kast y Kaiser en electores radicalizados.
La segmentación de los votos nulos confirma la misma tendencia. En los clústeres intermedios, aquellos donde habitan electores incómodos con dilemas históricos, Matthei logra anclarse con fuerza. Jara domina solo en los espacios juveniles y femeninos, mientras Kast y Kaiser se refugian en núcleos contradictorios que difícilmente pueden expandirse.
Los bloques políticos en reacomodo
La lectura de los bloques muestra cómo la derecha absorbe el clima cultural. La izquierda institucional mantiene a Jara, pero con debilidad en la centroizquierda. Los contras, ese sector de centro pero disruptivo y enojado con la transición, se mueven cada vez más hacia candidaturas de derecha (suben Matthei y Kaiser). La centroderecha tradicional se fragmenta, mientras la derecha disruptiva fortalece sus liderazgos.
En medio de este reacomodo, Matthei parece volver a ocupar un lugar estratégico: logra hablarle tanto al votante institucionalista como al pragmático dispuesto al mal menor. Aún está lejos de los disruptivos, pero si se acerca a tres puntos de Kast la situación puede cambiar, pues la disposición desde algunos grupos de votantes en la izquierda es aceptar el mal menor.
El escenario sigue sorprendiendo. Vale la pena señalar que ninguna encuesta puede aún reflejar el impacto real de un debate porque el cambio de voto no ocurre de manera inmediata, sino como un proceso que toma entre dos y tres semanas: primero aparece la reacción emocional y mediática, luego se produce la conversación social en el entorno cercano, y solo después esas impresiones se decantan en decisiones electorales más estables; por eso, lo que miden las encuestas en los días posteriores al debate es solo ruido coyuntural y no la cristalización efectiva de nuevas preferencias. De esto hablaremos en otra ocasión, explicando cómo se cambian los votos.
En la presente encuesta innovamos con un análisis sobre tracción electoralidad y viabilidad política. La tracción es la fuerza inmediata: la capacidad de arrastrar apoyos, de aparecer arriba en la primera vuelta y proyectarse a la segunda. Pero no basta con el porcentaje bruto. Hay que medir cuánto de ese apoyo proviene de capturar a tu propio bloque y cuán dura es la competencia interna. Ganar 20% cuando se compite con rivales fuertes no significa lo mismo que obtenerlo en terreno despejado. La tracción, por tanto, es mérito electoral real, no simple acumulación.
La viabilidad, en cambio, mira la otra cara de la moneda: no quién gana, sino quién es más fuerte políticamente y que podría gobernar más establemente. Allí importan los atributos percibidos de aporte, la confianza ciudadana en que un liderazgo puede aportar al país, y pesan los lastres del rechazo y del riesgo. Un candidato con muchos votos pero con la mitad del país dispuesto a bloquearlo no es viable. Y al revés, alguien percibido como confiable pero sin capacidad de atraer apoyos tampoco puede abrirse paso.
El verdadero hallazgo es el índice conjunto de tracción y viabilidad, una medida multiplicativa que castiga los desequilibrios. Aquí, los resultados son claros. Evelyn Matthei es quien logra el mejor cruce: crece en votos y, al mismo tiempo, mantiene bajo rechazo y alta percepción de aporte. Es la figura que no solo podría ganar, sino que podría gobernar.
José Antonio Kast, con su caudal electoral firme, le sigue en el segundo lugar, aunque paga costos de un rechazo relativamente elevado. Jeannette Jara, pese a liderar en primera vuelta, se hunde cuando se miden sus resistencias: su techo de segunda vuelta confirma que votos sin viabilidad son frágiles. Johannes Kaiser, por su parte, consolida un nicho, pero sin capacidad de expandirse. Este índice que incluye votos propiamente tal muestra las falencias actuales de Jara y la fuerza de la dupla Matthei-Kast en ese sentido.