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La primera derrota electoral de Javier Milei: estructura, poder y límites de la disrupción

08 septiembre 2025 | 13:10

Allí donde prometía libertad, quedó vacío; allí donde prometía refundación, solo dejó ruinas. Y no se ve por dónde pueda reconquistar ese lugar, porque su fuerza era inseparable de su imposibilidad.

Introducción

La derrota electoral de Javier Milei en las legislativas bonaerenses de septiembre de 2025 constituye un hito estructural en la política argentina. No se trata de un accidente circunstancial, sino de la exposición de los límites de la forma que lo llevó a la presidencia en 2023. El retorno del peronismo —desprovisto hoy de un sentido histórico articulado— evidencia que las estructuras organizativas tradicionales conservan capacidad de resistencia frente a fenómenos políticos basados únicamente en energía performativa y antagonismo.

El fenómeno Milei ha sido un acelerador de partículas políticas. El triunfo de Milei en 2023 se explica por la emergencia de una ultraderecha que no se sustenta en el nacionalismo ni en la seguridad, sino en la destrucción conceptual del Estado. Milei encarnó un outsider radical, teatral y excesivo, capaz de convertir el insulto y la provocación en espectáculo político.

Su ascenso fue posible por tres factores:

– La desestructuración del orden político previo, en el que el kirschnerismo perdió legitimidad y el progresismo se mostró incapaz de renovar sus fundamentos.

– La teatralidad del discurso, que transformó el agravio en visibilidad y lo hizo atractivo para sectores despolitizados pero furiosos.

– La inversión de símbolos nacionales, que en otro tiempo hubiese significado suicidio político (atacar al papa Francisco, elogiar a Thatcher, denostar a Maradona), pero que bajo la lógica disruptiva consolidó su figura como el representante de lo impensable. Y lo impensable es válido cuando el bipartidismo argentino fracasó.

Milei no construyó un proyecto social ni ideológico en sentido clásico. Ofreció energía, velocidad y frenesí. Su figura fue un catalizador de malestar, una expresión de la época donde la rabia se convirtió en política.

Factores estructurales que hicieron posible su presidencia

El malestar social

La crisis de expectativas en Argentina generó un rechazo transversal hacia partidos, élites y Estado. Milei supo canalizar ese descontento en una narrativa contra “la casta”, ofreciendo el mercado como alternativa absoluta.

La mutación global de la derecha

Milei debe comprenderse en el marco de un proceso internacional donde figuras como Trump, Bolsonaro o Musk también emergieron como outsiders que, más que representar ideologías coherentes, encarnan la teatralización del antagonismo. La Argentina se inscribió en esa tendencia global.

El espectáculo como recurso político

La lógica del escándalo, la provocación y la sobrerrepresentación mediática fue clave para su triunfo. La visibilidad constante se convirtió en sustituto de proyecto.

La derrota de ayer: causas estructurales

El choque entre espectáculo y realidad

La teatralidad que sirvió para ganar elecciones no alcanzó para gobernar. El ajuste económico radical, el retroceso legislativo tras vetos revertidos y la ausencia de resultados palpables en la vida cotidiana aceleraron la pérdida de atractivo. La promesa de dinamitar el Estado se enfrentó al hecho de tener que administrarlo.

El peronismo como resistencia estructural

El peronismo carece hoy de un horizonte histórico potente, pero conserva organización territorial, redes sindicales y capacidad de movilización. Su victoria no expresa una nueva hegemonía, sino la persistencia de un entramado capaz de imponerse incluso a liderazgos disruptivos.

La erosión del aura disruptiva

Milei perdió la capacidad de encarnar lo excepcional. La sobreexposición y la repetición de exabruptos, sin logros que los sostuvieran, transformaron la fascinación inicial en desgaste. El outsider temido pasó a ser un presidente debilitado, vulnerable al ritmo normal de la política.

Efectos estructurales del escenario

1.- La lógica del outsider se agota en el poder: lo que fue eficaz para conquistar votos se muestra inviable en la gestión cotidiana.

2.- El malestar social no garantiza continuidad: la rabia que lo impulsó se transformó en rechazo cuando las medidas afectaron directamente a la población.

3.- Las viejas estructuras muestran resiliencia: incluso sin un relato épico, el peronismo conserva capacidad de recomposición y de triunfo en los territorios decisivos.

4.- El ciclo disruptivo se revierte: Milei intensificó la crisis de sentido, pero la misma velocidad que lo llevó a la cima precipitó su caída.

Síntesis

La derrota electoral de Milei en 2025 muestra que el poder sustentado únicamente en energía disruptiva es efímero. El espectáculo puede ganar elecciones, pero no garantiza gobernabilidad. La política requiere estructuras, organización y relato; allí donde Milei se ofreció como destructor del Estado, terminó prisionero de su propia contradicción: jefe de Estado y enemigo del Estado al mismo tiempo.

El retorno del peronismo, aún sin épica histórica, confirma que las formas institucionales, aunque débiles, prevalecen sobre la pura performatividad. El fenómeno Milei, en su triunfo y en su derrota, confirma que vivimos una época donde la política puede producir explosiones súbitas de sentido, pero también vacíos inmediatos. Milei fue un fantasma de época; su caída, el recordatorio de que ninguna energía disruptiva puede sostenerse sin estructura.

Es así como aparece la monstruosidad como la forma específica del liderazgo de Milei.

La monstruosidad, la alteridad y la diferencia cumplieron su rol histórico: abrir la grieta, introducir lo impensado, corroer las formas establecidas. Milei encarnó esa figura con eficacia devastadora. Su irrupción no fue la de un reformador, sino la de un agente de dislocación que logró instaurar un escenario de licuefacción política: las instituciones debilitadas, los símbolos tradicionales puestos en cuestión, los consensos pulverizados. Su potencia radicó en habitar el lugar de lo otro, de lo monstruoso, y convertirlo en atractivo electoral.

Pero la misma fuerza que desestabilizó resultó incapaz de edificar. La monstruosidad, al carecer de proyecto positivo, se agota en su propia negatividad. Milei no pudo traducir la diferencia en orden, ni la licuefacción en fundación. Su gobierno mostró que destruir es posible, pero que sin capacidad de organización, sin relato institucional, el poder se disuelve.

Ésta es, en definitiva, su gran derrota: logró construir un escenario de dislocación radical, pero no un nuevo orden. Allí donde prometía libertad, quedó vacío; allí donde prometía refundación, solo dejó ruinas. Y no se ve por dónde pueda reconquistar ese lugar, porque su fuerza era inseparable de su imposibilidad. La monstruosidad cumplió su ciclo: abrió el abismo, pero no supo cerrarlo. La política argentina retorna, entonces, a la gravitación de sus viejas estructuras, mientras el fenómeno Milei queda inscrito como el fantasma de una época que confundió la disrupción con la construcción de un futuro.