El apedreo que sufrió el bus de Boca Juniors cuando se acercaba al estadio de River Plate para jugar la final de la Copa Libertadores es el pináculo de una historia de violencia que tiene al fútbol argentino al borde del desahucio.

La cultura del aguante impulsada por los barrabravas, y avalada por los dirigentes, traspasó los cánticos del tablón y las apoteósicas salidas de cancha para transformarse en un asunto de gánsteres escudados en un supuesto amor a los colores. Desde la Tragedia de la Puerta 12, en que varios hinchas bosteros murieron aplastados en el Estadio Monumental, hasta las piedras del último fin de semana han pasado sesenta años que dejaron un reguero de sangre, muerte y dolor. Bien lo sabe Óscar Ruggeri.

El histórico defensor se hizo futbolista en la cantera xeneize, una escuela en la que el “poner huevos” es igual o más importante que saber parar una pelota. Debutó en 1980 y rápidamente se ganó a la hinchada por su temperamento y su firmeza en la marca.

En 1985, en medio de una cruda crisis económica que padecía el cuadro porteño, el “Cabezón” consiguió su pase. La elección de su nuevo club desató la inquina en su contra. Se fue a River, el rival de toda la vida.

La hinchada boquense estaba embravecida. Todo se puso peor en un clásico. Ruggeri anotó de cabeza y lo gritó desgarrando la garganta. “Cómo me puteaban los de Boca. Se tiró un gordo llorando de los palcos. Y yo le gritaba: ¡gol gordo hijo de puta! Y el gordo se tiró, lo tenían agarrado y lloraba. Decía que le dejaran y se quería tirar”, recordó en el programa “90 Minutos”, del que es panelista.

El festejo desenfrenado del que había sido su ídolo fue un golpe al orgullo para los fanáticos. Su venganza no tardaría en llegar. “Me quemaron la casa los hinchas de Boca. Se quemó mi vieja, me quemaron un coche”, dijo el campeón del mundo con Argentina en México ’86.

Sanguíneo como es, el ‘Cabezón’ fue a encarar al que por entonces mandaba en la barra xeneize. “Fui a la casa del ‘Abuelo’. Vivía en San Justo. Yo tenía 24 años. Fui a la casa y hable con él. Yo estaba como loco y me dijo que su banda no quemó la casa, que la quemaron unos pibitos, que no los podían parar. Yo le contesté: ‘Me vuelve a pasar cualquier cosa, vengo y hago un quilombo acá en tu casa. No me importa nada, viejo, madre, todo’”, le gritó al forofo.

En 1988, el central emigró a España para jugar en el Logroñés. De ahí se fue al Real Madrid, en cuyo estadio se terminará jugando la que prometía ser la mejor final de la historia de la Copa Libertadores.