El alemán Alexander Zverev se impuso al 'niño maravilla' del tenis, Carlos Alcaraz, y se instaló en semifinales en Roland Garros.
El español Carlos Alcaraz cayó derrotado en cuartos de final de Roland Garros ante el alemán Alexander Zverev, que completó un gran partido y se impuso por 6-4, 6-4, 4-6 y 7-6 (7) en tres horas y 18 minutos.
No encontró el número 6 del mundo la manera de contrarrestar el juego del germano, apoyado en un gran servicio, que dominó el partido de principio a fin, con un único bache en el final del tercer set, que permitió al español alargar el duelo.
Zverev, ‘en semis’, se medirá al ganador del partido entre el serbio Novak Djokovic, número 1 del mundo y defensor del título, y el español Rafael Nadal, que busca su corona 14 en la capital francesa, el partido más repetido de la historia del tenis.
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El español puso fin a su racha de 14 triunfos consecutivos y por tercera vez esta temporada perdió contra un top10, tras haber ganado otros ocho duelos contra rivales de esa clase.
Alcaraz no logró mejorar su techo en un Grand Slam y se marcha igualando su actuación del pasado Abierto de Estados Unidos.
Zverev, tercera raqueta del mundo, consigue una victoria de peso, tras un torneo irregular. Por vez primera, el alemán puede apuntarse un triunfo contra un top10 en un Grand Slam, tras once fracasos.
Alcaraz tuvo uno de esos días en los que no llega la inspiración, con su tenis enmarañado, sostenido a cuentagotas por algunos de esos golpes imposibles que conectan con la grada, que por si quedaba dudas le ha convertido ya en su niño bonito.
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“Yo también tuve miedo”, reconoció el alemán, que superó un intento de remontada en el tercer set.
No fue suficiente, ni el calor, ni los aplausos para hacer descarrilar a un Zverev imperial, asentado en un servicio de fuego que torturó al español, le colocó al límite en cada instante y le condujo al error.
Así se escapó el primer set, con 16 errores no forzados y un dominio total del alemán, poco exigido, mucho menos de lo que se presagiaba en la previa del duelo, sobre todo por el precedente de la reciente final de Madrid, donde le pasó por encima.
El segundo parcial no fue diferente, sin soluciones del lado español que, brazos en jarra, mirada al suelo, movía la cabeza de un lado para otro, como si buscara el genio que le había traído hasta aquí, el brillo que no aparecía en la Chatrier.
Solo al final pareció ver una luz, pequeña, minúscula, que despertó al público y pareció abrirle el camino de la remontada, justo cuando Zverev servía para ponerse dos sets a cero. Tuvo una bola de rotura el español, pero no era el día.
Alcaraz, un atacante obligado a defender, un pez fuera del agua. Tocaba épica. Aguantar en el duelo para tener una opción, agarrarse a la madera de los grandes campeones, encontrar una palanca con la que hacer dudar al germano.
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Misión difícil en la tarde soleada de París, pero todo el mundo conoce el carácter de Zverev. Faltaba su crisis, había que confiar en que el edificio tenía que temblar en algún momento.
Lo hizo en el décimo juego, justo después de haber dejado escapar una bola de rotura. Su servicio bajó una pulgada y Alcaraz lo intuyó, era la señal que buscaba todo el partido. Tocó arrebato la grada y el español alargó el duelo, ante las quejas de Zverev por el trato del público que le valieron un abucheo.
La remontada parecía posible, el juego del alemán cayó un poco y la grada sostenía al español, que pese a todo seguía sin encontrar su mejor versión.
“¡Carlos Carlos!”, gritaban los espectadores, despertó algo el español pero seguía estrellándose ante el juego de Zverev, que le arrebató el servicio en el noveno, con una doble falta de Alcaraz, y se colocó en situación de servir para ganar.
Ahí apareció la mejor versión de Alcaraz, que recuperó la desventaja y forzó el juego de desempate, en el que dispuso de una bola para forzar el quinto, pero la dejó en la red, una buena metáfora de la que fue su partido, que acabó con 56 errores no forzados.
Zverev mantuvo la presión y aunque el español levantó con brío una primera bola de partido, a la segunda el germano no dejó escapar su chance para mantener la ilusión en París.