Ya han pasado 27 años. En mayo de 1992, cuatro chilenos llegaron a la cima del monte Everest, el más alto del mundo, convirtiéndose en los primeros sudamericanos en conseguir escalar la montaña de 8.848 metros de altura. Entre ese grupo estaba Cristián García-Huidobro, que arribó junto a sus compañeros Rodrigo Jordán y Juan Sebastián Montes. Entre ellos también lo hizo Mauricio Purto, excompañero de los otros tres.

Llegar hasta ese punto no fue fácil. Cristián, ingeniero de profesión recuerda que la expedición de 1992 fue la tercera que vivió junto a sus colegas del equipo de montañismo de la Universidad Católica y miembros de otros clubes, ya que antes lo intentaron en 1986 y 1989, ambas sin éxito deportivo.

La primera de ellas, de hecho, tuvo consecuencias fatales. Si bien antes de partir rumbo a Asia ya habían tenido problemas, no estaban preparados para los que allá les tocaría vivir.

Ya en el Himalaya, partieron hacia la cima del Everest desde una ruta relativamente sencilla, pero a 1.800 metros de la cumbre, Víctor Trujillo falleció. “Fue arrastrado por una gran masa de hielo, cayó 500 metros de desnivel, lo que causó su muerte. Con eso el equipo se desarma, y se decide volver”, rememoró García-Huidobro, en conversación con BioBioChile.

Tras la desazón, las ganas de volver y sí llegar a la cumbre más alta del planeta no acabaron. Pasaron tres años, pero lo volvieron a intentar, esta vez con gente de otros clubes, luego de que algunos miembros de la UC dejaran el grupo tras la primera expedición.

“Decidimos ir por más desafíos. Volver por la ruta que ya conocíamos perdía el encanto, la emoción. Recorrer lo mismo no representaba un reto, así que decidimos un cambio de rutas. Todos nos decían que ‘no fuéramos absurdos’, pero resolver nuevas cosas sin dudas era un gran desafío”, agregó el ingeniero.

Cedida | Cristián García-Huidobro
Cedida | Cristián García-Huidobro

Pero, además de la muerte de uno de sus compañeros, la primera aventura en el Everest no fue positiva por la infelicidad que se vivió durante la expedición. Problemas con la alimentación, por ejemplo, dificultaron el avance. “Estar ahí nos trajo otras lecciones producto de la alimentación: si esta es buena y abundante hay felicidad, y si hay felicidad hay ganas de escalar. Pero, si es escasa o no es rica, entonces aparece el reclamo y la infelicidad, y junto con esa infelicidad desaparecen las ganas de seguir subiendo”, aseguró Cristián.

“La felicidad tiene mucha relación con los logros. Por eso, para la segunda expedición pensábamos más en eso, en si hacer esto o esto otro nos haría felices. Incluso inventamos el concepto de ‘felicinos’, una escala que nos ayudaría a diseñar la subida de 1989”, recalcó García-Huidobro.

La segunda expedición

Con los objetivos claros y con los ‘felicinos’ como estandarte, el grupo emprendió su segunda aventura en el Himalaya que, al igual que la primera, terminó sin chilenos en la cima.

“La expedición en el 89’ duró 76 días, casi el doble de lo que estuvimos en la tercera. Partimos por la cara norte del Everest, una ruta mucha más complicada que la recorrida en 1986. Fue increíble porque, siendo el grupo menos experimentado que partió su viaje por ese camino, fuimos el que más días estuvo y más lejos llegó. Nos agarró un temporal que provocó que, al día 50, casi todos los grupos se rindieran y volvieran al campamento”, relató Cristián.

“Al día 70 ya éramos casi los únicos. Estábamos sobre los 8.200 metros de altura, en camino a la cumbre, pero el temporal pudo más. Yo iba hacia la cima cuando un viento me levantó y, literalmente, me hizo volar. Ahí nos dimos cuenta de que no podríamos llegar a la cima y tuvimos que descender. Fue de mucho aprendizaje, estábamos muy felices y con ganas de estar ahí, eso nos mantuvo arriba, pero no podíamos continuar escalando”, agregó el ingeniero.

Cedida | Cristián García-Huidobro
Cedida | Cristián García-Huidobro

Ya de vuelta en Chile, García-Huidobro vivió junto a sus compañeros un incómodo momento que, a la larga, sirvió de incentivo para tratar de llegar a la cima del Everest por tercera vez. “Como para la primera vez tuvimos problemas de dinero, antes de la segunda hicimos cuanta estupidez se nos ocurrió para conseguir auspicios. Nos tiramos de la torre Entel, me acuerdo, eso generó mucha expectativa y fue impactante el recibimiento cuando volvimos sin haber llegado a la meta”, recordó.

“Fue impactante porque nos barrieron. Dimos una conferencia de prensa y los periodistas nos insultaron. Quedamos mudos. Nos decían ‘un éxito moral para Chile, pero nada en lo deportivo; qué vergüenza; defraudaron a la juventud’. Ahí decidimos que, para una tercera vez, nadie supiera de nosotros, iríamos en el anonimato para que nadie supiera”, detalló el alpinista.

La tercera fue la vencida

Así, en 1992, un nuevo grupo, con García-Huidobro entre sus filas, volvía a estar a los pies del Everest. Luego de la muerte ocurrida en 1986 y el temporal en 1989, esta debía ser la vencida para terminar en la cima más alta del mundo. Y lo fue.

Junto a él subieron sus amigos de montañismo de la Universidad Católica, Rodrigo Jordán y Claudio Lucero. Además, estaban los del Club Alemán: Christian Buracchio, Juan Sebastián Montes y Dagoberto Delgado; con ellos, también el médico Alfonso Díaz.

“Nosotros teníamos mucha capacidad física y de organización, pero con ellos sumamos técnica y aspectos de seguridad. Lo más bonito es que fuimos descubriendo nuestras aptitudes. Aprendimos de caminar a correr, y de correr a volar. Fue un descubrimiento en el momento. No había tanto talento, pero sí demostramos capacidades que ni siquiera conocíamos. Esa combinación abrió una pared casi imposible de derribar”, sostuvo Cristián.

“Cuando decidimos la ruta pensamos ‘cuál nos dará más ‘felicinos’’, y escogimos una locura: la pared del Kangschung. Ese camino solo registraba una ascensión, la de un escalador británico. Era muy difícil porque se debe escalar mucho en vertical. Era descabellado, fuimos a un desafío casi imposible, y no quedó otra más que descubrir el tremendo potencial que tenía cada uno”, argumentó el ingeniero.

“Rodrigo tenía una capacidad de gestión impresionante, no era muy técnico, a diferencia de quienes nos acompañaban del Alemán. Buracchio era un arácnido, con una facilidad para escalar increíble. Delgado, quien escalaba en la Patagonia, era otro capo aunque no hablaba casi nada. Lucero, que tenía como 60 años, era la montaña misma, era el más experimentado. Juan Sebastián nos aportaba juventud y mucha fortaleza. Y estaba Alfonso, él había salvado vidas de manera impresionante. Yo no tenía nada de lo anterior, pero era el que mejor me sentía a 8.000 metros y que mejor podía llegar a la cima. No hubiese llegado a ningún lado sin ellos”, recordó García-Huidobro.

La nueva expedición tampoco comenzó fácil. Tardaron 30 días en llegar al segundo campamento, y en el camino, la nieve comenzó a hacer estragos. Ya sobre 7.400 metros de altura, el suelo era blanco, primero llegando hasta los tobillos, luego hasta las rodillas para, finalmente, tapar a los escaladores hasta la cintura.

“Ahí se pudo acabar todo. Estábamos entrampados, no había forma se seguir subiendo. Ahí pensamos que cavando tal vez podríamos despejar la ruta. Dijimos ‘ya, vamos a hacer la pega sucia’, y empezamos a cavar cinco minutos cada uno. Avanzábamos de a poquito, nos turnamos cientos de veces, estábamos dispuestos a todo, inspirados, más que cualquier hueón en el mundo”, enfatizó Cristián.

Cedida | Cristián García-Huidobro
Cedida | Cristián García-Huidobro

Así llegaron hasta un último campamento, sobre los 8.000 metros. Quedaba el último esfuerzo antes de la cima pero, al igual que en todo el recorrido, al grupo se le ocurrió una nueva locura. Normalmente, desde ese punto los montañistas parten de madrugada para llegar de día a la cima, el equipo de la UC y el Alemán decidió iniciar rumbo de noche.

“Pasa que, si subes de madrugada, al momento de descender lo haces de noche y cuesta mucho encontrar la carpa. Si no lo haces, te mueres, simple. Acordamos comenzar a subir a las 22:00 horas, pero tuvimos un problema y partimos a la medianoche. Increíblemente, llegué a las 10:15 horas a la cima, a tomar desayuno. Fue algo que jamás imaginé”, señaló García-Huidobro, primer chileno en la cumbre.

Tras él llegó Rodrigo Jordán. Un par de horas después lo hizo Juan Sebastián Montes. Mauricio Purto, excompañero de Cristián, lo hizo entremedio, en una historia marcada por una ‘doble llegada chilena’ a la cima más alta del mundo, de la cual el ingeniero no quiso entrar en detalles.

Así se escribió uno de los capítulos más importantes del montañismo en nuestro país. Con un grupo que remó contra la corriente para ser los primeros chilenos en hondear una bandera sudamericana en el punto más alto del mundo, una gesta que no contó con grandes reconocimientos en Chile, pero sí con muchas enseñanzas y aplaudida en el extranjero.

“Nos atrevimos a hacer algo. Tuvimos seguridad y confianza en nosotros mismos. No nos morimos de susto ante cualquier declaración. Los chilenos crecimos en la negación, en que vales callampa a menos que demuestres que puedes hacer algo genial. Podemos ser todo, pero creemos que somos nada. Lo que logramos es la historia de un vuelo, de un abrazo en el que emergió pura energía”, sentenció García-Huidobro.