Un defensa firme, tosco, de esos a la antigua. Así era reconocido Pablo Otárola, central que inició su carrera deportiva en Huachipato y tuvo pasos por Lota Schwager y Curicó Unido antes de llegar a Deportes Temuco, su último club.

El oriundo de Talcahuano no dudaba cuando tenía que meter la pierna dura, por lo que era asiduo a recibir cartulinas amarillas. Esa razón fue la que lo privó de jugar la fecha 32° del torneo de Primera B 2014-2015.

El viernes 20 de marzo de 2015, ya sabiendo que no estaría citado para el duelo del fin de semana ante Iberia en Los Ángeles, Pablo decidió viajar junto a su esposa a la región del Bío Bío.

El trayecto, sin embargo, duró mucho menos de lo esperado. En la localidad de Cajón, unos ocho kilómetros al norte de Temuco, el auto que conducía el defensa impactó a un camión tolva en plena carretera.

Las imágenes del accidente eran contundentes. El costado izquierdo del vehículo menor (el lado del piloto) quedó destruido. El entonces jugador del cuadro ‘Pije’ recibió todo el golpe.

El diagnóstico médico del hospital Hernán Henriquez Aravena de Temuco arrojó fractura de fémur y cadera, por lo que el zaguero fue hospitalizado en estado grave y quedó en coma.

La noticia sacudió a todo el fútbol nacional, sus compañeros y, por supuesto, a su familia. “Recuerdo que estábamos todos en la casa de mi papá, ahí nos contaron que Pablo había tenido el accidente. Pero jamás pensamos que sería de tal magnitud”, explicó Johana, una de las tres hermanas del formado en el club ‘acerero’, a BioBioChile.

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1% de probabilidades de vivir

Como si la noticia del accidente no fuera un golpe suficiente para la familia Otárola, el diagnóstico médico no ayudó mucho: Pablo tenía 1% de posibilidades de sobrevivir.

Tal fue el daño neurológico, sumado a sus múltiples fracturas, la de pelvis siendo la más complicada, que los doctores les comunicaron que, con suerte, el zaguero quedaría como un vegetal.

“Empezamos a llamar y no podíamos comunicarnos con nadie. Cuando nos contactamos con el hospital de Temuco ahí recién nos dijeron que Pablo estaba muy, muy grave. Que te digan que tu hermano tiene un 1% de chances de vivir es tremendo”, sostuvo Johana.

“Pero desde ese entonces, cuando él no tenía posibilidades de vida ni de recuperación, Pablo ha avanzado mucho. Tal vez no ha sido al ritmo que hubiésemos querido, pero había que seguir con él, no rendirse”, agregó la hermana del zaguero.

Y tenían razón. Pese a que Pablo no podía explicar con palabras ni gestos que él era capaz de levantarse, la intuición familiar los llevó a apostar por su recuperación. Sería lenta, de eso no tenían dudas, pero no podían quedarse de brazos cruzados mientras el jugador permanecía en ese estado.

El oriundo de Talcahuano fue traslado hasta la Clínica Universitaria en Concepción. Los costos aumentaban, pero varios le tendieron una mano a la familia del accidentado defensa. Lamentablemente, muchos de quienes se comprometieron, luego se esfumaron.

ARCHIVO | Agencia UNO

“Había un compromiso previo del Sifup en pagar la clínica de Pablo, pero no se cumplió. Lo que pasa es que hay mucha gente que prometió muchas cosas y después desaparecieron”, contó Gamadiel García, mandamás del Sindicato de Futbolistas, hace unos meses a BioBioChile.

“Lamentablemente cuando salió la directiva anterior, la cuenta de la clínica de Temuco quedo ahí, una cuenta millonaria que la está costeando su familia”, agregó el exjugador, quien compartió con Otárola en Huachipato y, desde entonces, han mantenido una amistad.

El gremio le entregó una pensión a Pablo y colaboran con los pañales que ocupa debido a su estado.

La lenta recuperación

De aquel fatídico viernes ya han transcurrido más de cinco años. Pablo sigue postrado en cama pero, según cuenta su familia, está muy lejos de ser ese “vegetal” que los médicos les aseguraron que sería.

“Pablo, gracias a Dios está cada día un poquito mejor, lento pero seguro. Él está un poquito más despierto, conoce más, sonríe. Se ha hecho un fanático del humor y de la música”, detalló Johana.

Con constantes terapias de kinesiólogo y siempre acompañado por su familia, el formado en Huachipato mes a mes ha dado muestras de progreso. Respira por su cuenta, frunce el ceño cuando algo no le gusta y, cuando está feliz o con sus amigos, esboza una leve pero decidora sonrisa.

Pero, al igual que para muchas familias, los Otárola han sufrido algunos cambios luego de la pandemia de la COVID-19. Las visitas son muchas menos y debieron explicarle a Pablo porque sus viejos conocidos o sus sobrinos ya no lo visitan de manera tan recurrente.

“Pablo se molesta cuando se siente solo y eso una lo nota. Sus amigos, tíos, sobrinos ya no lo vienen a ver, pero sus tres hermanas estamos todos los días con él”, contó Johana al respecto.

“Tuvimos que explicarle todo lo que pasaba con el virus. Él extraña a sus amigos, sus sobrinos que siempre venían a abrazarlo. Pero ha podido seguir con sus terapias, los kinesiólogos igual vienen a verlo”, recalcó la hermana del defensor.

Pablo y su familia son sinónimo de fuerza y perseverancia. Características que, a pesar de los años y el lapidario diagnóstico inicial, no han sabido disminuir.

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