Mi abuelo creció con el reinado de Francisco ‘chamaco’ Valdés, aunque decía que “Caszely igual hacía varios goles”. También conoció al gran Pelé en Talcahuano y vio como en su vieja Lota Universidad de Chile se llevaba al “gringo” Nef.

Él leía cada semana la revista Estadio con sus amigos en la esquina del barrio. “Antes la calle era distinta, el fútbol unía a las personas”, decía. Además, creía fervientemente que el deporte podía ayudar a conseguir cosas. Y vaya como, si gracias a su destreza con el balón obtuvo un trabajo en la Carbonífera Enacar.

Yo, en cambio, me formé con Nelson Acosta y esa mítica Roja de Francia 98. Ni hablar de Marcelo Bielsa y las dos Copas América conquistadas por esa generación dorada que hoy busca una nueva oportunidad en Qatar 2022.

No leí nunca la revista Estadio y me informo de casi de todo a través de mi celular, o frente a un computador.

Cada uno ha vivido por separado su pedazo en esta hermosa pero sacrificada historia de fútbol en Chile. Sin embargo el sábado, sentados frente al televisor, algo nos unió.

No fueron los éxitos ni fracasos, ni el paupérrimo nivel del Campeonato Nacional o las campañas en Copas Libertadores. Fue un destello de magia que surgió precisamente allí, en una cancha de fútbol.

Un viejo caballero, con su espada aún filosa, lograba asestar el último golpe a ese dragón que por años lo privó de la gloria.

Muchos creyeron que ya estaba retirado, pero este hidalgo rompe redes le demostró a todos que la edad no es un impedimento para volverse inmortal, porque sí, con tamaña gesta voló hacia la eternidad.

Ahora, tras haber cumplido, pasarán los años y veremos nueva sangre dispuesta a superar a este sempiterno goleador. Quizás sea hoy o mañana, pero a mí y a mi abuelo no nos sacarán de la cabeza que allí, frente a un televisor, vimos al último gran héroe.