Estaba en la reserva de River Plate, a punto de subir al primer equipo, cuando fue despojado de sus sueños para ir a combatir a la guerra, a proteger esas ‘islas de mierda’ llamadas Malvinas.

¿Su nombre? Carlos Gustavo de Luca. Un portentoso delantero que militaba en los ‘millonarios’ y que había terminado hace poco el servicio militar obligatorio.

Al principio los oficiales le pintaron un cuento de hadas. La gloria eterna, toda Argentina apoyando la invasión, tres comidas al día y lo más importante: ‘que los ingleses no se atreverían a cruzar el mundo para pelear por estas islas de mierda’. Sin embargo, sus superiores se equivocaron.

Llegaron los ingleses y de inmediato plantaron un bloqueo de 200 millas a la redonda, cortando los suministros del ejército argentino. La comida simplemente dejó de llegar.

La desesperación es total. Algunos se disparan en sus piernas para volver a sus hogares, mientras que otros simplemente desertan. Pero Carlos sigue ahí, estoico, sabe que la guerra terminará pronto, pues hace unos días los ingleses desembarcaron en San Carlos, a unos 10 kilómetros de donde se encuentra su batallón. Y tuvo razón.

Todos duermen aquella noche del 11 de junio de 1982. Nadie siente a los paracaidistas, ni siquiera los vigías que se encontraban haciendo guardia.

De pronto, se dejan aparecer y la contienda se desata. Los pobres jóvenes argentinos no sabían que ocurría. Algunos se despertaban directamente por los disparos y las bombas que recibían.

Pero Carlos seguía ahí. Fue designado como mortero, así que tomó la base de su cañón y comenzó a disparar una y otra vez hacia la niebla, a ciegas.

A la mañana siguiente el escenario era dantesco. El sol iluminaba los cadáveres de esos pobres jóvenes argentinos. Inglaterra había ganado la guerra y los últimos enfrentamientos en los alrededores de Puerto Argentino solo fueron la sentencia de un partido que ya estaba definido.

El joven futbolista de River Plate continuó con sus labores de soldado, pero fue herido y su compañero muerto.

El regreso a las canchas

Carlos Gustavo se recuperó de sus heridas y fue recibido en River como un héroe, con asados, fiestas y condecoraciones.

Saltó al campo de juego queriendo olvidar de una vez los horrores vividos en la guerra. Pero se olvidó de algo: los estragos que la batalla dejó en su cuerpo.

Al poco tiempo de jugar se rompió los meniscos y estuvo cinco meses alejado de las canchas. La gente de River sabía que un jugador lesionado y con la cabeza todavía puesta en la guerra no era rentable, así que decidieron dejarlo ‘en libertad’.

Las condecoraciones desaparecieron y este delantero se fue por la puerta trasera hacia Nueva Chicago, que jugaba en primera división.

Allí jugó pocos minutos y no pudo demostrar su nivel, así que para buscar continuidad se fue a la Nacional B. Primero militó en Talleres de Remedios Escalada y luego en All Boys.

En esos clubes nunca pudo consolidarse, hasta que llegó al humilde Douglas Haig de Pergamino, donde anotó cerca de 14 goles.

El fútbol fue fundamental en la recuperación psicológica de Carlos. A diferencia de muchos excombatientes, que se reunían para contar sus traumas, un psicólogo le recomendó al delantero que evitara cualquier tipo de contacto con los veteranos. Pero estando en Argentina el recuerdo de la guerra siempre se mantenía presente.

Es por eso que cuando supo que Santiago Wanderers lo quería para disputar el Campeonato de Segunda División de 1987 no lo dudó, recogió el libro ‘Cambio de Juego’ de Nicolás Vidal.

Santiago Wanderers

A Chile De Luca llegó como un total desconocido. Sin embargo, cuando su carrera comenzó a ascender, la prensa nacional descubrió su historia con Las Malvinas.

Las hinchadas rivales se aprovecharon de eso para burlarse del delantero: “Argentinos, maricones, les quitaron Las Malvinas por huevones”, eran algunos de los cánticos.

Pero Carlos no se achicó por eso, al contrario, esos insultos le dieron más fuerza para que esa temporada se consagrara como goleador del Campeonato, pese a que Wanderers no pudo ascender.

El trasandino por fin se olvidaba de la guerra. Explotó como futbolista y se transformó en un referente para el equipo. Los hinchas lo querían y esperaban horas por un autógrafo.

En 1988, con el pase en su poder, se fue a jugar a un Cobreloa plagado de estrellas. Pero solo alcanzó a disputar la Copa Digeder pues el recién ascendido Deportes La Serena se fijó en él.

Allí se consagró como figura. Con los serenenses consiguieron el paso a la liguilla para jugar la Copa Libertadores y Carlos se consagró como goleador del campeonato de Primera División.

Al año siguiente La Serena se reforzó y nuevamente accedieron a la liguilla. El delantero argentino fue tercero en la tabla de goleadores, coronando así los mejores años en la historia del club.

El excombatiente se transformó en uno de los delanteros más importantes del fútbol chileno durante casi una década. Se fue a Suiza y en 1991 militó en O’Higgins de Rancagua, donde jugó tres temporadas y marcó 74 goles.

Además, jugó en Colo Colo y siguió marcando goles en Lima, Copiapó, Temuco y Viña del Mar, donde se retiró en 1996.

Hoy por hoy Carlos Gustavo de Luca es recordado como el goleador más importante del fútbol chileno durante fines de los ochenta y principios de los noventa.