Un hombre de camisa manga corta, pelo estirado hacia atrás y pantalón plomo observa el partido entre Hungría y El Salvador por la fase de grupos del Mundial de España 1982 en el Estadio de Elche. El cotejo es un lance unidireccional. Los húngaros avanzan con tranco de león y los centroamericanos deambulaban en estado de orfandad. Cae otro gol de las camisetas rojas y el hombre sonríe sin malicia. Otra vez. Sube una pequeña escalera hacia el marcador para cambiarlo como se hacía a la antigua. Cuando termina, la postal parece surrealista: El Salvador lleva un gol, Hungría diez.

Hasta hoy es la peor goleada en la historia de los mundiales, un récord estadístico que contiene la historia de una guerra civil, futbolistas impagos, dirigentes corruptos, doce horas en el aire y un arquero que casi muere a balazos.

La selección era la luz que entraba por la grieta en El Salvador, un caldero burbujeante en esos momentos. Desde 1979, una cruenta guerra civil dividía al país dejando un reguero de más de 75 mil muertos en diez años. Pero el fútbol nunca se detuvo. La selección, liderada por el mítico Jorge “Mágico” González, peleaba por un cupo para ir al Mundial de España. Para sortear el toque de queda, los partidos se jugaban a las once de la mañana. El país se permitía un respiro por noventa minutos. En el ’81, en uno de los momentos más álgidos del conflicto, El Salvador timbró por segunda vez en su historia (ya habían estado en México 1970) un boleto a la Copa del Mundo.

La preparación para el mundial era lo más importante. Los jugadores dejaron de jugar en sus clubes para dedicarse exclusivamente a la “selecta”. Pasaron a ser héroes patrios y, como tales, tuvieron algunas concesiones. Un día Francisco Jovel, defensor de Deportivo Águila, conducía su auto hasta que un retén de las fuerzas armadas lo obligó a detenerse. Le pidieron los documentos y vieron que tenía el mismo nombre que el hombre que se hacía llamar “Comandante Roberto Roca”, uno de los líderes de la guerrilla. Antes de que la angustia y el miedo lo consumieran, uno de los soldados lo reconoció: “Paco, ¿qué haces aquí? Tú sigue”.

Jovel salvó por poco, pero Saturnino Osorio, arquero en el Mundial de México, fue acribillado a balazos en la carretera al esquivar lo que él pensaba que era una rama atravesada en la ruta.

“Le voy a contar algo bien bonito. Cuando se decretaba paro de transporte, nadie podía salir a la calle. Pero nosotros teníamos que viajar para ir a entrenarnos. Y en la ruta, cuando nos paraba el ejército o la guerrilla, no solo nos daban el permiso, sino que nos ponían un carro para que nos acompañe para no tener problemas”, rememoró el defensor Mario Castillo en una nota para La Nación.

Para que los jugadores no perdieran ritmo, la Federación diseñó una gira de doce partidos, en la que enfrentaron a varios equipos argentinos, entre ellos San Lorenzo, Talleres de Córdoba y el Boca Juniors de Diego Maradona, al que enfrentarían en el Mundial. Los resultados no eran buenos pero nadie les sacaba la sonrisa de la cara.

Los problemas se presentaron cuando faltaba poco para el viaje. A los jugadores se les mezclaba la alegría con la angustia por seis meses de sueldos impagos. “Queríamos cobrar nuestro dinero. Por eso se demoró el viaje hasta último momento. Se armó un despelote y el presidente de la Asamblea Constituyente (N. de la R.: Roberto d’Aubuisson), intervino y terminaron cancelando la deuda con una partida de dinero que estaba destinada a pagarle a los maestros. Ellos creían que si la selección no iba al Mundial iba a ser un papelón”, contó Castillo.

Las complicaciones recién empezaban. Pese a que cada país podía llevar 22 jugadores a la competencia, los dirigentes solo autorizaron a 20. Gilberto Quinteros y Miguel González tuvieron que salir de la nómina. No había plata para más, fue la excusa que dieron. Los jugadores que sí iban se reunieron y pusieron de su bolsillo el dinero para que Quinteros y González pudieran viajar, pero se mantuvo el no rotundo. Con el tiempo, el plantel se enteraría de que esos dos cupos fueron ocupados por familiares de los dirigentes.

El viaje fue un extenuante hastío. Tres días se demoraron en llegar a suelo ibérico. “Estuvimos en el aire dos días completos y llegamos a Alicante liquidados físicamente y con el desfase del reloj biológico de nueve horas adelante que tenía Europa. La noche previa al debut no podíamos pegar los ojos y al mediodía siguiente nos estábamos cayendo del sueño”, declaró el golero Ricardo Guevara Mora en una nota para el medio El Salvador.

Todo parecía estar definido por una escala de grises. Los periodistas, al ver las condiciones de los primeros entrenamientos, se preguntaban si ese era un equipo profesional y un diario de Alicante no titubeó en titular rimbombantemente: “¿Futbolistas o guerrilleros?”. La indumentaria oficial no había llegado, les robaron las pelotas de entrenamiento y no tenían ningún registro de cómo jugaba Hungría, el primer rival del grupo. Le tuvieron que comprar a un agente español un video que contenía el triunfo húngaro sobre el Valencia por 3-0. Y, para rematar la seguidilla de hechos que antecedieron a la desgracia, varios futbolistas negociaron hasta antes del partido patrocinios con Adidas o Puma.

El partido

A los 4 minutos, un espectacular cabezazo de Nyilasi abrió la cuenta. Veinte minutos más tarde, el marcador ya estaba 3-0. El Salvador se desplazaba sobre el campo con una coreografía de movimientos torpes e ingenuos, dejando enormes flancos para que los europeos galoparan a toda velocidad. Cayeron dos goles más antes del descuento de Luis Ramírez Zapata, el “Pelé”, a los ’65. El salvadoreño salió corriendo con un grito desaforado, como si hubiese destrabado un partido cerrado. Para el mundo era una anécdota insignificante, pero para ellos mucho más. Ese gol fue el símbolo de la unión del país, aunque fuese por noventa minutos.

Solo cuatro minutos después del tanto de los centroamericanos llegó el sexto gol húngaro. La máquina magiar siguió castigando sin piedad hasta completar la decena. Laszlo Kiss fue el que más se destacó en un equipo atronador anotando tres goles en siete minutos. “Fue especial, muy raro que se vuelva a repetir ese marcador. A nosotros nos salieron todas y a ellos ninguna, porque tuvieron oportunidades para hacer goles. Conocíamos bien el estilo centroamericano, a pesar de que sabíamos poco de El Salvador. Ellos eran más de toque y habilidad que de físico. Eso fue bueno para el fútbol nosotros, porque hizo el partido abierto”, declaró el europeo después del partido.

“No éramos tan bobos para que nos metieran 10 goles”, recordaba el “Mágico” González muchos años después, aún con las dolorosas imágenes de la derrota dando vueltas por su cabeza.

Guevara Mora, el arquero que solo tenía dieciocho años, entró al vestuario apesadumbrado. Todo era silencio y lágrimas. “Tuvimos la hombría de quedarnos callados y la lealtad de no descargar culpas unos a otros”, narró el golero.

“Al día siguiente nos reunimos. Hicimos autocrítica para afrontar los otros partidos. El doctor Cálix nos unió más. Nos dijo: ‘O limpiamos un poco esto o la terminamos y nos vamos’. Fue un golpe muy duro, pero después hicimos dos partidos muy dignos”, contó el “Tuco” Alfaro, otro integrante de aquel plantel.

El Salvador terminó su aventura mundialista perdiendo por la mínima con Bélgica y 2-0 contra Argentina, en un partido en que sacaron de quicio al “Tolo” Gallego con su juego áspero. “Guerilleros hijos de puta, los vamos a matar”, gritó el ex técnico de Colo Colo.

La vuelta fue brava, especialmente para el arquero, acechado por las sombras de la muerte. “Me ametrallaron el carro. Hubo 22 impactos de bala y ninguno me dio a mí, eso fue un milagro. Me apedrearon la casa, me agredieron en muchos lugares a los que fui”, expresó Guevara.

Tuvieron que pasar años para que se dispersara la rabiosa bruma de la cabeza de los hinchas. Hoy los futbolistas pueden vivir con la frente en alto. Incluso Guevara, quien se tuvo que ir a Guatemala para seguir jugando después del Mundial, ha sido reconocido en su justo medida: Un muchacho que junto a sus compañeros le dio alegría a un pueblo que vivía uno de los peores momentos de su historia.