El último miércoles era el día de la presentación de Jermain Defoe en su nuevo equipo, el Bournemouth. Pero la sonrisa no asomaba en el rostro de este delantero de dilatada trayectoria. No es que estuviese molesto por este nuevo paso en su carrera. Ojalá hubiese sido algo tan simple como eso. Su mente flotaba a varios kilómetros de allí. Un periodista lo aterrizó de golpe con una pregunta sobre Brad Lowery, el niño con cáncer terminal que se hizo conocido en toda Inglaterra y que se convirtió en su amigo en los últimos meses. El futbolista suspiró profundo. “Ha sido difícil…”. No pudo seguir, las palabras se le atragantaban. Tuvo que detenerse un momento para secarse las lágrimas con las manos.

Defoe venía de asistir, dos días atrás, a la fiesta que la familia organizó para despedir a Bradley. Ya todos sabían que su tiempo se agotaba. “Todos se acostaron en la cama para abrazarle, creo que era su forma de decir adiós. A última hora de la noche, su mejor amigo Jermain vino a visitarle y fue muy emocionante ver cómo reaccionó. Estaba tan feliz acostado junto a él, con caricias. Bradley estaba muy relajado junto a él”, comentó su mamá.

“Ha sido difícil porque el niño está enfermo hace mucho tiempo. Trato de ser fuerte por la familia, pero no sé cómo poner en palabras lo que siento. Fue un tiempo muy especial el que viví con él”, explicó el seleccionado inglés.

Bradley vivió casi toda su vida con un padecimiento a cuestas. A los 18 meses se le diagnosticó un neuroblastoma, una forma especial de cáncer infantil y altamente mortal. Tras dos años de tratamiento, la familia recibió una buena noticia: el cáncer entró en remisión. Pero el sueño de una vida normal se truncó pronto. A mediados de 2016, sus padres lo llevaron a control y ahí se enteraron que el chico, por entonces de cinco años, había decaído.

Su historia penetró en todo el Reino Unido. La familia tenía que reunir 850 mil euros para pagar un tratamiento de anticuerpos en Nueva York e inició una campaña. Cuando el Sunderland, equipo del que Bradley es hincha, se enteró de la situación lo invitó al estadio en diciembre del año pasado.

Llegó ataviado con la indumentaria oficial del club. Polera blanquirroja a rayas y pantalón negro. Todos lo saludaban, todos le daban cariño. Se entretuvo un buen rato jugando con la mascota del equipo y también con otros niños hasta que llegó el momento más esperado: entrar al camarín. Quedó obnubilado, los ídolos que veía por la tele estaban a su lado y lo llenaban de mimos. Él, eso sí, preguntaba por alguien en especial. Quería a Jermain. El ariete lo tomó en brazos y le firmó la camiseta. Saltaron juntos al césped para hacer el calentamiento previo. Bradley pateó la pelota, hizo estiramientos y tiró varias paredes.

El Chelsea, cuadro con el que se medía el Sunderland esa noche, le tenía una camiseta de regalo. No la aceptó muy seguro, no quería que su fidelidad a los “Black Cats” se pusiera en duda.

Asmir Begovic, arquero de los “Blues”, lo “retó” a que le pateara un penal. El chico convirtió y su nombre apareció en el marcador del estadio. Se llevó una ovación. El tanto sería escogido gol del mes por la Premier League con un 100% de votos. Pequeñas cosas para el mundo, pero grandes para él.

Días más tarde apareció en Goodison Park, la casa del Everton. El equipo de Liverpool le había donado 250 mil euros para costear su proceso médico.

Ese día, los “Toffees” recibían al Manchester City. Tonteó con Josep Guardiola, con Romelu Lukaku y luego posó para los fotógrafos con las camisetas de ambas instituciones. Quería enviar un mensaje: “El cáncer no tiene color”.

Defoe pudo haberse quedado en el gesto noble de sacarlo a la cancha, pero fue más allá. En febrero, junto a sus compañeros John O´Shea, Sebastian Larsson y Vitto Mannone, fueron a visitar a Bradley al hospital. Con una sonda conectada a la altura del pecho, al niño le cambió la cara al ver entrar a los que ya consideraba sus amigos. Al final del día, tenía un deseo: quería que el delantero se quedara. Defoe aceptó y pasó toda la noche en una camilla de hospital, con el muchacho ovillado a su lado.

Un mes después, la mamá de Bradley subió un video a su cuenta de Facebook. La mujer retrató el momento en que le dijo a su hijo que Jermain había vuelto a ser llamado para la selección inglesa. El chico reaccionó gritando y saltando, tanto como su estado le permitió. Sostuvo la mano de su amigo en el túnel del mítico Wembley. Joe Hart, capitán del equipo, dejó que ambos lideraran la tropa. Ese día, Defoe le anotó a Lituania y apuntó con su dedo a Bradley.

El niño siguió saliendo a la cancha con Defoe hasta final de temporada. Cada fin de semana se podía ver cuán bien estaba. El delantero siempre lo iba a ver o llamaba para saber cómo estaba y se presentó el día que cumplía seis años. La sonrisa del rostro del niño aún no se desdibujaba, aunque lucía demacrado, débil. Casi no se podía mantener en pie y estuvo casi todo el día en los brazos de su amigo. Él lo sostuvo para que apagara las velas de una torta decorada con los colores de sus cuatro superhéroes favoritos: Spiderman, Superman, Batman y el Capitán América.

El entorno de Bradley exprimía esos momentos. Su salud se iba a pique. No había nada que hacer por él, salvo estar a su lado. “Hablo con los padres a diario. Estuve con él hace unos días. Fue duro verlo sufrir. Pensé que estaría preparado, porque lo he vivido con mi padre. Pero es muy duro ver a un niño de esa edad en ese estado. Es cuestión de días”, comentó Defoe.

Y así fue. Este viernes ocurrió lo que él ya sabía: Bradley murió. “Él siempre estará en mi corazón, por el resto de mi vida”, ha afirmado el delantero, que llenó de felicidad a un admirador que terminó convirtiéndose en su amigo.