José Mourinho está eufórico. Nada que ver con el rostro adusto que suele mostrar. Se revuelca en la hierba con uno de sus colaboradores. Se ponen de pie y dan saltos en círculos. Luego el estratega es tomado de pies y manos para ser manteado. Está coqueteando con el llanto. Avanza hacia la tribuna con la mirada cargada de orgullo y su dedo índice derecho levantado. Besa el trofeo de Europa League que acaba de conseguir con el Manchester United. La cuarta copa que obtiene en Europa. En una temporada llena de momentos oscuros, volvió a ganar un torneo internacional después de siete años.

Su primera final europea lo enfrentó al Celtic de Glasgow. Él dirigía al Porto de Ricardo Carvalho, Deco y Maniche. Ambos equipos viajaron a Sevilla para dirimir al monarca de la Copa Uefa 2002/03. Los de “Mou” se las arreglaron para ponerse en ventaja en dos ocasiones, pero el mítico Henrik Larsson tomó las banderas y con dos cabezazos mantuvo vivo a los escoceses. Se fueron al alargue.

A cinco minutos del final, el Porto rompió líneas con un pase que esperaba encontrar a un Marco Ferreira que marcaba la diagonal del centro a la izquierda. Robert Douglas, golero de “The Bhoys”, salió como un kamizake y le ganó la carrera al delantero. El rebote le cayó a Derlei, el que había abierto el marcador. Hizo pasar de largo a Jackie McNamara y se despachó un potente derechazo que le dobló las manos a Douglas. Los portugueses aguantaron con nervios, pero sin sufrir, los embates finales. Cuando el árbitro pitó el final de la brega, los jugadores iniciaron carreras en todas las direcciones, la cancha se llenó de dirigentes y los integrantes del cuerpo técnico saltaban como locos. En medio de ese magma, la cámara de la transmisión oficial se quedó con Mourinho entrando a la cancha con paso lento y presuntuoso. Con tres años como técnico había conseguido lo que la mayoría no consigue en todo su carrera: la gloria continental.

La siguiente copa llegaría un año más tarde. Esta vez en el principal plató europeo.

El sueño empezó a tomar forma el 9 de marzo de 2004. Ese día Mourinho salió eyectado de la banca y comenzó una frenética corrida al borde de la raya de cal. Agitaba los brazos mientras su abrigo flameaba con el viento de Manchester. Era el último minuto de partido y Costinha acababa de anotar el tanto que ponía de rodillas al Manchester United de Ruud van Nistelrooy. Nada menos que el imponente Old Trafford. El equipo ya le había plantado cara al Real Madrid de los galácticos en fase de grupos, pero ante Sir Alex Ferguson demostraba que iba en serio.

Mourinho en andas  por jugadores del United | Agence France-Presse
Mourinho en andas por jugadores del United | Agence France-Presse

Semanas más tarde, el luso celebró con alegría que la revelación del torneo, el Deportivo La Coruña, había sacado de competencia al Milán de Ancelotti, el campeón anterior y contendor más prominente a la “Orejona”. El Porto continúo su derrotero eliminando al Olympique de Lyon. Luego se sacó de encima sufriendo a La Coruña. En la final aguardaba el Mónaco. Los del Principado habían sacado cartel eliminando al Madrid y al Chelsea. En Gelserkichen, Alemania, los portugueses resolvieron el partido con una contundencia pocas veces vista en una final continental, ejecutando el manual de su entrenador con exactitud. Se fueron al descanso ganando 1-0 y en el segundo lapso liquidaron el encuentro con dos contras firmadas por Deco y Carlos Costa.

Su éxito con los Dragones Azules llamó la atención del Chelsea, el equipo inglés que con la billetera del magnate ruso Roman Abrahamovic empezaba a bosquejar un imperio. Con los londinenses se impuso en la final de la Copa de la Liga ante el Liverpool y ganó la Premier League con el récord de puntos (95) en su primera temporada. Sin embargo, en la Champions se terminó inclinando en una cerrada serie ante los de Anfield. A la temporada siguiente repitió título de liga, pero nuevamente se quedó corto en Champions. Cayó estrechamente ante el Barcelona de Ronaldinho. En la 2006-07 los penales lo sacaron de carrera en una épica serie ante el Liverpool. Se fue de los blues sin nunca poder acreditar el éxito local en el ámbito internacional.

En su primera aventura en Champions con el Inter de Milán, un cabezazo de Cristiano Ronaldo cortó sus aspiraciones. Los lombardos, que dominaban sin contrapeso en Italia, volvían a fallar. La sombra del equipo del ’65, dirigido por Helenio Herrera, crecía y crecía.

Pero Mourinho, con el aval del presidente Massimo Moratti, construyó un equipo aquilatado, impenetrable, una máquina engranada que contragolpeaba como pocas. Al entrenador se le criticaba por defensivo. Él respondía con ironía, recordando que hay muchos poetas, pero lo único que le importa es ganar. Llegaron las semifinales contra el Barcelona, el equipo que dominaba el mundo por ese entonces y que los había derrotado en fase de grupos. En Milán, los catalanes se pusieron en ventaja, pero el Inter respondió con un vendaval y terminó ganando por 3-1. En la ciudad condal, el Inter apretó el cerrojo y evitó la remontada blaugrana. Después de haber derrotado al súper equipo de Guardiola, la final ante el Bayern München pareció una cosa de niños.

Después de conseguir su segunda Champions se fue al Real Madrid. Con los merengues cayó en semifinales en sus tres temporadas a cargo. No pudo menguar la genialidad de Messi, sucumbió en los penales ante el Bayern y fue derribado por el ‘rock pesado’ del Borussia de Jurgen Klopp.

Volvió al Chelsea a mediados de 2013. Tuvo la oportunidad de ganar su primer trofeo europeo con los blues en la Supercopa, a la que su equipo había accedido luego de ganar la Europa League en la campaña anterior. Y lo estaba consiguiendo hasta que en el primer y último minuto de descuento del alargue, Javi Martinez emergió en medio de la batahola del área para cazar un rebote y decretar la igualdad. Vinieron penales angustiantes. Nadie fallaba hasta que Romelu Lukaku, con la obligación de empatar en el último tiro, erró desde los 12 metros.

En Champions logró avanzar a semifinales gracias a un gol sobre la hora de Demba Ba ante el Paris Saint Germain. El escollo antes de la final era el Atlético de Madrid. En el Vicente Calderón, los de “Mou” sacaron un empate sin goles. Pero en la vuelta, los espartanos del “Cholo” Simeone asaltaron Stamford Bridge y se metieron en la final, que acabarían perdiendo contra el Real Madrid, el equipo que Mou había dejado un año atrás.

A la temporada siguiente, el Chelsea volvió a ganar la liga después de cinco años, logro que se vio manchado por la humillante eliminación en octavos de final ante el PSG. En la temporada siguiente, “The Special One”clasificó al equipo a Octavos, pero se fue del club antes de jugarlos por los malos resultados en la competencia local.

Este curso llegó a un ‘United’ con la brújula perdida desde la salida de Sir Alex Ferguson. Su llegada generó la ilusión de un nuevo título de Premier, pero el juego mostrado aterrizó las expectativas. La Community Shield y la Copa de la Liga maquillaron, pero no sanaron la herida. Al menos había que llegar a Champions, pero el equipo terminó sexto en la Premier League. La salvación era la Europa League. El Anderletch lo asustó y el Celta estuvo a centímetros de eliminarlo. Pero ante el Ajax, equipo con el promedio de edad más joven en las competiciones europeas, el United salió a jugar con aplomo y no dejó espacio para las dudas. Su victoria los pone en la Champions de la próxima temporada. El torneo que alguna vez dijo que no estaba a su altura, lo terminó redimiendo. Llegará a la próxima Champions sin ser favorito, pero competirá. Siempre lo hace.

Mourinho con la Europa League | Agence France-Presse
Mourinho con la Europa League | Agence France-Presse