Artesia High School arrancó la liga de basquetbol colegial de 2005 con una dolorosa caída ante la escuela Withrow de Ohio. El avión de regreso a casa iba impregnado de una sofocante atmósfera de derrota .Algunos dormían, otros con rostro desanimado intentaban hacer correr las horas con una conversación descafeinada o poniéndose los audífonos para encerrarse en sí mismos. El entrenador se paró de su asiento y se dirigió hacia donde estaba James Harden. Se acomodó a su lado, lo miró a los ojos y le dijo: “Tienes que atacar más”. Harden respondió de inmediato, no tenía nada que pensar: “Yo no soy un pistolero”.

El estratega veía en él a un portento, una joya que aun necesitaba cincelarse, pero que estaba hecho para ser una súper estrella. Para Harden eran solo fantasías de cuento. Él no podía cumplir con la titánica tarea de ser una máquina anotadora y remolcar a su equipo a la gloria. Eso quedaba para otros, él solo era un jugador de equipo, un soldado más.

Antes de cada partido, el coach le daba una charla individual a la luz que no quería brillar. El jugador lo veía como la misma cantinela de siempre. Le entraba por un oído y le salía por el otro. Su equipo seguía encadenando derrota tras derrota y el entrenador, desesperado, le habló a la mamá del jugador.

Las palabras de la mujer alejaron la bruma de la cabeza del adolescente, que se desató en el parqué y devolvió a su equipo a la victoria. A partir de ahí, Harden se transformó en el faro ofensivo de su escuadra y en uno de los jugadores más dominantes del basket colegial estadounidense. Nada lo frenaba, ni siquiera el inhalador con el que iba a todos lados para apaciguar su asma crónica.

Fue reclutado por la Universidad Estatal de Arizona. Todavía no lucía su barba proverbial, pero sí tenía el 13 en la espalda y mostraba parte del repertorio que hoy aparece en sus centelleantes highlights de Youtube. Su ataque al aro angustiaba a los defensores al cambiar de dirección con sus pasos en cualquier momento, tal como lo hace el argentino Manu Ginóbili, su gran ídolo. También tiraba de tres con una facilidad pasmosa. Jugó con la levedad del que se sabe bueno y a nadie extrañó que lo escogieran para el equipo All-American. Los ojeadores de la NBA, cazadores que recorren todos los gimnasios del país en busca de talento fresco, se fijaron en él. Uno de ellos fue Steve Kerr, actual entrenador de los Golden State Warriors. Según él, la magia estaba, aunque faltaba ver si tenía la cabeza para lidiar con esa responsabilidad.

“Lo vi a Harden en la Universidad Estatal de Arizona porque estaba con los Suns como un manager general, así que lo vi mucho. Y se veía que era un pasador dotado. Habría sido difícil imaginar todo esto, pero pensé que era bastante fácil ver que iba a ser un gran jugador. Al igual que muchos tipos que terminan siendo un MVP, como Stephen Curry, realmente no puedes anticiparlo porque ciertamente no sabes lo que hay dentro de un chico y cómo va a reaccionar a estar en la liga, cómo va a manejarse a sí mismo, cómo va a trabajar y cómo se va a desarrollar”, explicó Kerr en una entrevista concedida la pasada temporada.

Tras dos años en Arizona, se declaró elegible para el draft de 2009. Los Oklahoma City Thunder lo escogieron en el tercer “pick” del sorteo. Fue el primer jugador seleccionado en la historia de la franquicia (antes eran los Seattle Supersonics) y estuvo por delante de Stephen Curry, que fue escogido en el séptimo pick por los Warriors.

Llegó a un equipo que se había construido gracias al draft. Kevin Durant ya se hacía dueño de la duela con su tranco olímpico y el eléctrico Russell Westbrook sacaba chispas. Opacado por el ardor de estas figuras, Harden encontró su sitio viniendo desde la banca. Se transformó en un revulsivo capaz de cambiarle el pulso a un partido bravo. La NBA lo escogió como el mejor sexto hombre de la liga en 2012.

La competición, por aquel entonces, estaba dominada por el Miami Heat de LeBron James, Chris Bosh y Dwayne Wade, un monstruo de tres cabezas que, para el asombro de todos, había sido domado en las finales del 2011 por los Mavericks del Dirk Nowitzki. Un año después, Oklahoma conquistó el salvaje Oeste y sacó boleto para pelear el anillo. Sin embargo, el Rey LeBron reclamó su cetro y junto a los suyos lapidó a Oklahoma con un rotundo 4-1. Fue el último partido de Harden con el equipo. Los dirigentes le habían hecho un contrato máximo a Serge Ibaka y no había dinero para pagarle como una estrella. Él, además, quería ser el bastión de un proyecto.

Los Houston Rockets le ofrecieron ser el dueño del equipo y un contrato de cinco años a cambio de 80 millones de dólares. Su primer partido fue una declaración de principios: 37 puntos, 12 asistencias y 6 rebotes. Las anotaciones estratosféricas continuaron, llevó a su equipo a play-offs y se ganó su primera nominación al All-Star.

Cada campaña parece mejor, con movimientos más finos y letales. Hoy está promediando 32.3 puntos por partido, 5 rebotes y 9.1 asistencias. La rumorología lo pone al tope de la carrera por el MVP, que el año pasado perdió ante Westbrook y sus triples dobles. Los fanáticos de los Rockets van a la cancha con barbas de mentira, máscaras del ídolo y con letreros con la leyenda “Fear the beard” (teme a la barba).

“No hay nada que puedan hacer para pararme. Se ha podido ver durante los últimos años. Los defensores están asustados y se ponen nerviosos pensando que vaya hacia el aro, ya que saben que eso facilita el trabajo a mis compañeros, así que dan un paso atrás”, declaró al Houston Chronicle.

Blindado por Chris Paul, Eric Gordon y Clint Capela, Harden por fin quiere hacer una carrera larga en los play-offs. No se achica frente los Warriors o los Spurs o los Timberwolves. Quiere volver a una final y sacarse el espinoso recuerdo del 2011, que no lo encontró en su mejor forma. Ya no es el muchachito que temía disparar.