Por fin. A la rimbombante pelea entre el boxeador invicto Floyd Mayweather y el multicampeón de las Artes Marciales Mixtas, Conor McGregor, le llegó la hora. No hay título en juego, solo un estrambótico ‘Cinturón del Dinero0 y una bolsa atiborrada de billetes. Para muchos se trata de un espectáculo esperpéntico que mancilla el honor del boxeo. Una parodia que, sin embargo, tiene un antecedente de más de 40 años. La historia tiene a Muhammad Ali como protagonista e hizo que ‘Money’ tomara precauciones para no repetirla.
Corría 1975. Mohamed Ali, monarca de los pesos pesados, tenía 35 años y tras vencer a Joe Frazier, en la mítica pelea conocida como ‘Thrilla in Manila’, entraba en el otoño de su carrera. Ya había demostrado sus quilates ante los mejores, ahora quería desafíos más mediáticos, pero menos exigentes. En una fiesta conoció al presidente de la Asociación de Lucha Amateur de Japón y en su habitual tono de bravucón le preguntó: “¿No hay algún peleador oriental que quiera desafiarme? Le daré un millón de dólares si gana”. Los reporteros replicaron la cita a velocidad supersónica por todo Japón. Apareció en tapas de diario, radio y televisión. Y alguien dio un paso al frente. “Si tengo la posibilidad de pelear contigo, te haré dormir en la lona en diez minutos”, afirmó Antonio Inoki.
Inoki era un ícono de la lucha libre japonesa y ya tenía experiencia en combates mixtos ante judokas y karatecas. Esculpió su cuerpo fornido trabajando en los campos de café en Brasil, país al que emigró con su familia en la posguerra, y siendo lanzado de autos en movimiento como parte del entrenamiento. Tantas eran sus ganas de batirse con el dios de ébano del boxeo que juntó seis millones de dólares y los puso sobre la mesa. El trato se cerró y la fecha quedó fijada para el 26 de junio de 1976 en el famoso Nippon Budokan de Tokio.
Ambos peleadores realizaron una serie de conferencias de prensa en la que Ali, con su genio habitual, calificó a Inoki de ‘pelícano’ por su prominente quijada. El nipón, sin saber inglés, no se achicó y le paso una muleta, diciéndole que la necesitaría para después del combate. El norteamericano le exhibió los bíceps al adversario y le lanzó una batería de golpes cerca de la cara. “Amo a todos los japoneses excepto a uno”, repitió fuerte y alto. “No sé qué tan en serio se esté tomando esto Muhammad Ali, pero si no tiene cuidado podría salir herido. Voy a entrar a pelear. Quizá hasta rompa su brazo”, respondió el luchador.
El circo y las bravuconadas dieron resultado. La ansiedad por ver lo que se llamó “La pelea del siglo” estaba disparada. Se agotaron las 15 mil entradas del Budokan, algunas a precios exorbitantes, y se esperaba que 1,4 billones de personas la vieran por televisión. Todos aguardaban por un espectáculo pirotécnico y exótico, aunque ni Ali ni Inoki sabían si se iban a fajar en serio o iban a colorear una pantomima que dejara a todos felices.
Si bien no hay una única versión de la historia, la de mayor credibilidad en los medios japoneses es que Ali asumió que la pelea sería falsa, un show parafernálico que le dejaría dinero fácil en caja. Al llegar a Asia, el boxeador quedó sorprendido cuando le preguntó al traductor de Inoki cuando era el ensayo. “No hay ensayo”, le respondió. ‘The Greatest’ ingresó al cuarto de entrenamiento antes del combate y vio a Inoki destrozando a su sparring. El hombre que nació bajo el nombre de Cassius Clay lanzó sus típicos insultos y se fue. Le había entrado temor.
Antes de la refriega hubo una reunión y la gente de Ali puso las reglas: sin derribos y solo podría patear si tenía una rodilla sobre la lona. Todo el estilo de pelea de Inoki fue desbaratado y no tuvo derecho a réplica. “Los musulmanes que patrocinaban a Ali dejaron en claro que si Inoki le ponía un dedo encima al campeón, lo iban a matar”, relató Bret Hart, leyenda de la lucha profesional y por entonces empleado del hombre que en 1989 sería legislador de Japón.
Sonó la campana. Inoki, convertido en una bestia rugiente, corrió hacia su adversario y lanzó una demencial patada voladora que buscaba despedazar hueso y carne. Ali esquivó con la clase de un torero. El japonés se apoyó en su espalda y desde el suelo lanza una seguidilla de patadas. No estaba jugando.
Ali hacía gala de su habitual juego de pies. Caminaba arrogantemente el ring, con las manos a la altura de los muslos para esquivar golpes, aprovechando cada instancia de pegar algún puntapié e incluso haciendo burlescos bailecitos ante cada yerro del local.
La multitud empezó a abuchear. Esto no era la salvaje pelea de estilos que les habían prometido. “¡Inoki cobarde!, ¡Inoki no pelea”, gritaba el norteamericano. Pero poco a poco el japonés lo iba acorralando. Las botas con ojales dejaban una huella en su piel morena. En el tercer asalto, un corte apareció en la rodilla izquierda del boxeador. Al siguiente round, tuvo que columpiarse en las cuerdas para evitar los cañones que tenía Inoki en las piernas. Solo su rapidez evitó que un cruzado de izquierda detonara en su mentón luego de que lo hicieran trastabillar en el quinto. En el sexto, un intento por frenar una patada terminó con Ali tumbado y preso de la humanidad de Inoki, quien aprovechó de darle un codazo. Toda la esquina del de Louisville salió a insultarlo y al japonés le restaron tres puntos.
El púgil recién lanzó su primer golpe en el séptimo, otro más en el décimo y tres últimos en el decimotercero. Esa fue toda su producción ofensiva. Nada comparado con las 64 patadas lanzadas por el japonés. Los últimos episodios dejaron a ver a dos hombres extenuados, jadeantes, a la espera de la campana que acabara con el martirio. Los jueces resolvieron un diplomático empate. El público despidió a los atletas con un atronador abucheo, pidiendo un reembolso y lanzando al ring todo lo que estuviese a la mano. Dicen que tomo todo un día limpiar la arena.
Inoki apenas pudo abandonar el ensogado: se había roto el pie. De vuelta en el hotel, Ali siguió con su pierna hinchada. Sus heridas acabaron con una infección y con dos coágulos. En una entrevista concedida en 2009, su promotor Bob Arum afirmó que casi tienen que amputarle la extremidad.
Se recuperó y en diciembre se impuso a Ken Norton. Seguiría activo por cinco años más, sin embargo, su juego de pies nunca volvió a ser el mismo.