Hace frío en Hugh Town, un pueblo de mil habitantes que es la capital de St. Mary’s, la más grande de las Islas Sorlingas, de Inglaterra. Los tibios rayos anaranjados del sol invaden el lugar, pero no hacen mella, mientras un viento frío y penetrante eriza las pieles. A pesar de la rudeza del clima, un grupo de futbolistas comienza a asomarse en las laderas del monte que cobija la cancha de fútbol: Garrison Field.

Vienen con sueño y resaca. La tranquilidad del poblado fue irrumpida la noche anterior por tres fiestas de navidad y la secuela del desayuno de una boda. La gente, como nunca, se esparció por las calles, llenó los bares e hizo retumbar con fuerza la música de los karaokes. Tras una noche tan agitada, un pesado y espeso letargo se tomó la isla. Los futbolistas no son la excepción, pero ante todo está el sagrado deber.

Queda menos de una hora para el partido y hay mucho por hacer. Los pocos que han llegado se disponen a marcar las líneas de la cancha, poner las mallas y los banderines del córner, y tapar los hoyos de conejo. Poco más tarde llegan los flojos, que para hacerle el quite a las tareas se quedan al borde de la cancha comentando sus andanzas de la noche anterior, fumando un cigarrillo y bromeando con los que llegan. “Parece que seremos once por lado”, dice uno, sacando cuentas alegres.

La cancha está lista. Todos enfilan rumbo hacia el camarín y allí el grupo se divide. Unos vestirán de amarillo, otros de rojo.

Es lo mismo cada fin de semana: el mismo vestuario, los mismos compañeros, la misma cancha, los mismos oponentes. Una cosa de dos. Solo la resaca que retuerce la cabeza de varios hace la excepción. Esta es la liga más pequeña del mundo.

Un campeonato empequeñecido

Hubo una vez en que la liga de las Islas Sorlingas contó con cuatro escuadras: dos de St. Mary’s, una de la isla Tresco y otro de la isla St.Martin’s. Pero desde la década del ’50 la población se redujo a la mitad, por lo que el número de equipos también disminuyó.

Desde entonces el Garrison Gunner y los Woolpack Wanderers, que antes se llamaban los Rangers y los Rover respectivamente, miden fuerzas cada domingo. No hay una rivalidad en el mundo del fútbol que sume tantos partidos como estos dos.

Entre octubre y mayo los equipos disputan una temporada de 20 partidos. A estos duelos hay que agregarle dos encuentros de exhibición: uno contra el equipo de veteranos, cada 26 de septiembre, y otro contra los observadores de aves que visitan la localidad en otoño. Ocasionalmente se arma un combinado para jugar contra el Dynamo Chough de Penzance, el pueblo más cercano de tierra firme. Además de la liga, hay dos torneos de Copa. “Y uno de ellos”, señala sardónicamente el presidente de la liga, Anthony Gibbons, al New York Times, es de “ida y vuelta”.

Ningún medio, lógicamente, cubre los vaivenes del campeonato, pero cada tanto se acercan para sacar a relucir esta historia.

En 2008, Adidas grabó una serie de videos promocionales con cracks de la talla de Steven Gerrard, David Beckam, Michel Ballack y Patrick Vieira. En uno de ellos Jeremy Martin, actual jugador del Wanderers, le dice a Gerrard que se quedé a dormir en su sofá. “No hay problema, mis amigos se quedan a dormir todo el tiempo”. Fue una experiencia rara ver a los mejores del mundo en ese lugar. Surrealista incluso. La idea era motivar a los más jóvenes a seguir el derrotero de fama mundial de estas leyendas. Hasta el momento, claro, ninguno de ellos siquiera se ha acercado. Acá se juega para otra cosa.

Desde aquellos comerciales con la firma alemana, cadenas televisivas de distintas partes del mundo se han acercado a Hugh Town para conocer su historia. Han ido la RAI, la BBC, Sky Sports y algunos medios de Japón. Se les recibe bien, pero también con cierta suspicacia. “Nunca sabemos muy bien si la gente se está riendo a nuestras costillas”, expresa Gibbons.

Las Sorlingas es un lugar aislado de todo. Un mundo aparte, claustrofóbico. Hay un transbordador que funciona solo en ciertas épocas del año porque la violencia de las aguas. La neblina tiende a afectar a los aviones de hélices que llegan de Land’s End, Exeter y Newquay. Hace un par de años el mal clima se extendió por tanto tiempo que tuvieron que lanzarles provisiones desde el aire. Cualquier enfermedad grave tiene que ser tratada fuera de estos límites.

Nadie se refiere al país que está a quince minutos en avión como Inglaterra o Gran Bretaña. Para ellos es solo “el Continente”.

“Hay que ser una persona especial para vivir aquí”, señaló Matt Simons, lateral de los Wanderers y empleado de la Steamship Company, una de las compañías más grandes de las islas.

Muchos de sus compañeros de equipo o sus rivales tienen que conseguir dos trabajos para poder subsistir. Tom Spiner, también miembro de los Wanderers, trabaja en la Steamship y también como Bombero, aun así apenas le alcanza para llegar a fin de mes.

La vida es cara y los precios aumentan cada verano con la avalancha de turistas atraídos por la belleza prístina del lugar. Tener una vivienda propia aquí es un sueño casi inalcanzable. Los jóvenes que quieren ir a la universidad se tienen que ir al ‘Continente’ y las escuelas solo funcionan hasta los 16 años.

En ese contexto, la pichanguita de cada domingo es la alegría de muchos, una válvula de escape a su realidad.

Equipos difíciles de armar

Cada año los capitanes de ambos equipos se reúnen en un pub a celebrar la vieja tradición de escoger a los miembros de su equipo. En medio de pintas de cervezas y gritos de algarabía se conforman las plantillas de ambas escuadras.

“Son reglas de escuela, básicamente”, señaló Gibbons. Cada capitán escoge a dedo a sus compañeros. “Tú, para acá”, “este año te vienes con nosotros” y así, hasta formar equipos equilibrados y competitivos.

“Si lo hacemos así, se mantiene la frescura y es más parejo”, dijo Gibbons acerca de la selección anual. “No podría haber un equipo que sea mucho mejor que otro todo el tiempo. La gente perdería el interés”, explica el presidente de la liga.

La selección anual motiva a varios a jugar a comienzos de temporada. Se inscriben y pagan la cuota de 40 libras (32.650 pesos chilenos) que les garantiza un lugar. Sin embargo, el entusiasmo se va esfumando con el correr de los meses. Aparecen los compromisos familiares, los asuntos laborales, el frío que cala los huesos. Al final, siempre terminan jugando los mismos.

Gibbons ha hecho llamados por la radio buscando jugadores y recorre los torneos de futbolito que se realizan en verano buscando a las nuevas figuras de su liga. Los requisitos no son muchos. “Nada más alguien que pueda patear un balón”, dice.

Las mañanas del domingo en Garrison no son, precisamente, el paraíso. Paul Charnock, uno de los dos árbitros de la liga, afirma haber pitado con “granizo, nieve, lluvia torrencial, neblina espesa, rayos y truenos”. Condiciones que harían que en cualquier otro lugar se suspendiese el partido, pero no acá.

“Hubo un partido que debimos parar porque alguien se torció el tobillo en un hoyo de conejo“, rememora Charnock, quien solía pitar en la Liga Nacional, la quinta división de Inglaterra. “Fue la primera vez que detenía un partido por eso”, aclaró. “Solo llenamos los huecos y seguimos el juego”, añadió.

Uno de los predecesores de Gibbons, cuando intentó solicitar la inclusión en los Récords Mundiales de Guinness, descubrió que los dos equipos de la liga están registrados en la Asociación de Fútbol de Inglaterra como parte del St. Mary’s Football Club —para mantener bajos los costos—, por lo que sus partidos formalmente se consideran como encuentros de interescuadras.

Detalles. Siempre quieren jugar, aunque apenas haya futbolistas. A veces ni siquiera recuerdan cuál es su equipo. No hay plata ni fama de por medio, solo la primigenia pasión por amasar la pelota bajo la suela.