Cosmonación, de Valeria Montti Colque. Foto de Samuel Toro.

Crítica a "Cosmonación" de Valeria Montti Colque

09 noviembre 2025 | 17:26

El proyecto “Cosmonación” (representación de Chile en la Bienal de Venecia 2024), de la artista Valeria Montti, es un montaje monumental en torno a la idea de naciones multilocales, exilio y diáspora. Se exhibe en el Museo Nacional de Bellas Artes

Por Samuel Toro Contreras

Su pieza central, “Mamita Montaña”, es una escultura textil de más de cinco metros de altura, compuesta por alfombras, collages, acuarelas, dibujos sobre papel, piezas de cerámica y fotografías impresas. Según la curaduría (de Andrea Pacheco), esta obra simboliza un refugio para comunidades exiliadas, una “nación extendida” o cosmonación que conecta territorios distantes.

A primera vista, el proyecto pareciera conmemorar la “hibridación” cultural. Sin embargo, al contrastar su discurso con la crítica del arte latinoamericano, me surgen, inevitable y mínimamente, preguntas como: ¿realmente subvierten las nociones nacionales, o por el contrario las fortalece bajo el recurrente paraguas retórico de la lectura latinoamericanista exógena? ¿Evita este enfoque estereotipos folclóricos, o los reproduce al incorporar arquetipos andinos (deidades, mitos, personajes mitológicos) e imágenes exóticas? Exploremos, un poco, estos puntos, apoyándonos en teorías críticas establecidas sobre el nacionalismo y la identidad en el arte latinoamericano.


Nacionalismo e identidades imaginadas

Marta Traba mencionaba que el nacionalismo en el arte latinoamericano, con frecuencia, “ha maquinado falsas historias y culturas” e implica “una forma somera” de apropiación de símbolos precolombinos.

En el caso de “Cosmonación”, el discurso oficial insiste en romper con la representación singular de la nación en tanto la supuesta “imposición” de un cambio de identidad por el hecho de no nacer, ni residir en un territorio que “configure” aquella. Se habla de ingresar a un “espacio donde el visitante encontrará un conjunto de sitios interrelacionados” conectados por “Mamita Montaña”, y de “interrumpir la noción de representación nacional” en la Bienal.

No obstante, esta supuesta ruptura se basa paradójicamente en reafirmar la “pertenencia nacional” de la propia autora. Montti insiste en que, pese a nacer en Suecia, “también es chilena”, y evoca cómo su vida transcurre entre ambos países “utilizando” el arte para procesar el dolor del exilio.

La curadora nos recuerda que Montti es “la primera chilena no nacida en Chile” en representar al país, lo cual generó “algo de polémica”. Pacheco responde que esta polémica es justamente el punto: cuestionar qué significa la “chilenidad” cuando uno vive fuera de Chile. Sin embargo, esa insistencia en el sujeto artista como exiliado chileno ejemplifica el viejo vínculo con la patria de origen que Traba criticaba.


Más que desarmar mitos nacionales, “Cosmonación” corre el riesgo de reconstruir un relato nacional alternativo, como una “nación imaginaria” de los desplazados, donde cada elemento simbólico (Ekeka, dioses andinos, telones multicolores) remite a una supuesta “identidad chilena” transformada pero aún reconocible.

Acá, si pensamos en el problema filosófico de la “identidad a través del tiempo”, los cambios de relato, de cultura, de formación, etc., no pueden sostener una posición identitaria, pues esos mismos cambios nunca sucedieron en la artista; ella los buscó, y esto no es problema en la investigación de quién sea, pero si cuestionable al momento de representar a una supuesta cultura (que en realidad, hace tiempo, es el intento fallido de la marca país). Lo que se podría apelar, con mucha tensión, es una especie de transgeneracionalidad identitaria, pero es bastante forzoso para este caso de análisis. Obviamente, menos aún las identidades tradicionales (como las de Leibiniz por ejemplo).


Estereotipos y folclorismo en clave contemporánea

Otra crítica recurrente al “arte identitario” es el uso de imágenes “exóticas” o folclóricas que estereotipan la región. El historiador Brian Mall recuerda, a fines del XX, a la crítica Bélgica Rodríguez, en el contexto de la exposición “Artistas Latinoamericanos del Siglo XX” en 1992, donde solo rescató a los artistas brasileños por desprenderse de la “imagen estereotipada, fantástica y exótica” del arte latinoamericano y lograr que su producción sea “universal” en lugar de meramente regional.

En contraste, “Cosmonación” incorpora explícitamente iconografía mitológica y “folklórica”, donde se puede ver, en la instalación, “una procesión de figuras de cerámica que representan deidades o seres mitológicos” y proyecciones de video que bosquejan “una frontera simbólica, donde las culturas se encuentran, se disuelven, se fusionan e hibridan”.

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Aunque la intención puede ser sincera, el resultado se percibe como una reelaboración de motivos folclóricos dentro de un entramado conceptual contemporáneo. Aquí se presenta el interrogante de si este ensamblaje de símbolos no reproduce, incluso de manera inconsciente, la mirada turística o exótica sobre lo latinoamericano.

Dichos íconos (como “Mamita Montaña” o la “Ekeka” andina”) pueden aún resultar atractivos para el público internacional, pero difícilmente cuestionan las narrativas históricas dominantes. En el mejor de los casos, se traducen en un collage multicultural de imágenes ya conocidas. En el peor, se alinean con ese “arte fantástico” que críticos como Ramírez han señalado como reduccionista, donde la curaduría euroamericana hace de América Latina “objeto pasivo en vez del sujeto de su propia narrativa”.


Marco curatorial y discurso internacional

“Cosmonación” se enmarca dentro de un circuito expositivo global -Bienal de Venecia, pabellones nacionales, colaboraciones institucionales- que tiene sus propios condicionantes.

La curadora Andrea Pacheco cita conceptos académicos (Anderson, Laguerre) para definir la cosmonación y apela a teorías de comunidad imaginada y poscoloniales. Si bien esto busca legitimar el proyecto, también ubica la obra en un “discurso curatorial importado”, dado el contexto lectural de la obra.

La curadora Mari Carmen Ramírez menciona que muchas exposiciones internacionales sobre Latinoamérica utilizan criterios “euroamericanos” y conceptos predefinidos, en lugar de dejar que las obras mismas generen debate. En “Cosmonación”, la noción de “multisitios” y de nación plural parece concebida bajo parámetros externos más que en la “vivencia misma” de las comunidades representadas.

Lo anterior no obsta para que en la obra haya elementos auto-referenciales -como la historia familiar de la artista, textos personales en las obras, referencias a la cultura chilena-, pero en última instancia el discurso es el de una exposición de “arte latinoamericano contemporáneo” pensado para espacios centralizados (Venecia, luego Estocolmo, ahora Santiago).


De allí que surja la pregunta de si el proyecto es verdaderamente un “sujeto renovado” del arte latinoamericano, o si sirve al aparato de promoción cultural que Ramírez criticaba y la identidad del mismo es una hibridación forzosa. Existen ciertos aspectos que pueden ayudar a amortiguar la crítica rigurosa de la ultra cosificada exotización de la cultura latinoamericana, donde, la artista sigue un guion familiar, con una “comunidad imaginada” de exiliados, la “montaña de recuerdos” y la retórica de hibridación que nos relatan una historia optimista, pero esquivan las tensiones reales del poder y las jerarquías culturales, como mencionaba Traba, donde no basta con sustituir el viejo nacionalismo por un regionalismo poético. Para “desarrollarse” haría falta más “crítica severa” que halagos.

“Cosmonación”, al evocar la patria perdida (el hogar de los padres, los ancestros aymaras), corre el peligro de reavivar un nacionalismo melancólico enmascarado. La insistencia de Montti en su identidad mestiza (“Yo nací en Suecia, pero soy chilena… no necesito escoger”) refuerza que, al final, la pieza dialoga con el mismo concepto de nación que dice cuestionar.

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Además, el despliegue de objetos ceremoniales y figuras míticas nos muestra un exotismo folclórico. Al honrar la tradición indígena superficialmente (Ekeka, mitos andinos, etc.), la obra podría estar alineándose con las viejas narrativas que equiparan Latinoamérica con lo fantástico. En palabras de Rodríguez, mientras algunos han escapado de la imagen “fantástica y exótica”, esta instalación pareciera “jugar” con ella.

El tema de esta crítica da para extenso y con muchísimas referencias, dado las decenas de años sobre el tema, y la complejidad de los análisis sobre la identidad. Para no extenderme más en esta columna, terminaré mencionando que “Cosmonación” despliega una iconografía y un discurso sobre la diáspora que resulta visual y conceptualmente ambicioso. No obstante, al compararlo con los parámetros críticos clásicos latinoamericanos emergen contradicciones donde, por ejemplo -y como mencionaba antes- lo que se pretende como un gesto de “liberación nacionalista”, en los hechos remite a los mismos símbolos y marcos nacionales que se dice querer superar.

Parafraseando a Traba, haría falta aplicar hacia “Cosmonación” esa “crítica severa” (no complaciente) que fomente la renovación del arte. Hasta entonces, la obra de Montti Colque queda en una posición intermedia, siendo sugerente en su apuesta simbólica, pero aquejada por los mismos dilemas de todo proyecto que reivindica la identidad latinoamericana sin despojarse de las identidades forzosas y los clichés habituales.


Cosmonación

Valeria Montti Quispe
Martes a domingo, de 10:00 a 18:30 horas
Museo Nacional de Bellas Artes
José Miguel de la Barra 650, Santiago, Chile.
Hasta el 23 de noviembre de 2025