Nereo Rocco tenía una broma recurrente. Cada vez que al saludar a un contrario escuchaba el clásico dicho “que gane el mejor”, siempre repetía lo mismo entre risas: “Espero que no”.

Este técnico nacido en la ciudad de Trieste en Italia era feliz protegiendo la idea de que para ganar necesitaba siempre un golpe de suerte y que en nombre de la victoria sería capaz de dar justificar cualquier barbaridad. Así creó una leyenda que hasta el día de hoy perdura en su país, y en el mundo.

En los años 30 los suizos habían ideado el “catenazz” (candado) con el que los equipos técnicamente inferiores trataban de hacer frente a los clubes “grandes”. Era una idea más que un planteamiento, una aglomeración de futbolistas más que un planteamiento ordenado.

Por aquel entonces Rocco, hijo de un carnicero vienés que había emigrado a Trieste persiguiendo a una bailarina, trataba de construir una carrera como futbolista que no lo llevó demasiado lejos. En sus últimas temporadas, en la Triestina (equipo italiano de cuarta categoría), las hizo de entrenador-jugador y comenzó a desarrollar determinadas ideas que poco tenían que ver con el espectáculo.

Afianzó la figura del “líbero” (que jugaba por detrás de los defensas sin responsabilidad en la marca), retrasó las líneas de forma descarada, atribuyó responsabilidad defensiva a los centrocampistas, consolidó las marcas individuales a los mejores jugadores del equipo contrario y, en definitiva, convirtió el césped en un campo minado lleno de trampas infranqueables para el adversario.

Esquema clásico del “catenaccio”: 5-4-1 y 5-3-2 con líbero.

Bajo su mando la Triestina logró el “milagro” de finalizar el Scudetto en segundo lugar detrás del maravilloso Torino que acabaría sus días en la tragedia de Superga. “El patrón”, apodo con el que llamaban a Rocco, pasó al Pádova al que también guió al subcampeonato.

Allí introdujo otra importante novedad. Valorar a los futbolistas por su aspecto físico. “Los compra por kilo” llegó a decir uno de sus rivales. Rocco quería gente corpulenta que fuera al choque con confianza y que siempre se quedasen de pie para ganar los balones divididos. “El Panzer Football Club” llamaban al Pádova (elenco que posteriormente dirigió Rocco) en aquel tiempo.

De esta forma, acumulando éxitos en conjuntos modestos, Rocco estaba preparado para los bancos importantes. El “catenaccio” se había extendido como una plaga y convertido en un modelo que repetían la mayoría de equipos e incluso la selección italiana, que tras la desgracia del Torino (diez titulares de la selección formaban parte del conjunto que sufrió en el accidente aéreo) había perdido a sus mayores talentos y, en su disminuida condición decidió abrazar este sistema que garantizaba resultados a costa del espectáculo.

El mítico AC Milan de 1961

En 1961, el Milan llamó a Rocco. Allí, con la escuadra “rossonera”, es donde acabaría por convertirse en un mito del fútbol italiano.

En su primera temporada condujo al Milan a su primera Copa de Europa tras imponerse al Benfica de Eusebio en Wembley. Un trabajo austero pero efectivo que sirvió para anular las condiciones del portugués de origen africano.

Brillaba en aquel Milan Gianni Rivera, el único futbolista al que liberaba de responsabilidad en defensa. “Veo por los ojos de Rivera”, solía repetir aunque su prolongación en la cancha era aquella muralla que formaban Maldini, Trebbi y Trapattoni, quien acabaría siendo uno de sus grandes discípulos.

1-4-2-3 del “cerrojo italiano”. AC Milan de 1961

Tras su paso por el Torino, Rocco se marchó por unos años al Torino, pero en 1966 regresó al Milan para cosechar solo títulos. Aquellos fueron los años del mediático duelo con el Inter de Helenio Herrera, otro fiel defensor del “catenaccio”.

Ganó la Liga italiana y al año siguiente en el Santiago Bernabéu conquistó otra Copa de Europa tras apabullar al Ajax, demasiado inocente ante un equipo como el Milan.

Luego vino la Intercontinental, una Recopa y tres Copas italianas. Rocco se apartó del banco para sumarse a la dirección deportiva del Milan.

Sus últimos días los vivió en un hospital de Trieste donde en sus delirios preguntaba constantemente ¿cuanto falta para que acabe el partido? Su ciudad le puso el nombre de Nereo Rocco a su estadio. Jamás renegó del fútbol que había definido y se enorgullecía de que sugieran imitadores.

“Solo nosotros con el Pádova y luego con el Milan practicamos el verdadero “canetaccio”. Los otros sólo hacen un fútbol prudente”, repetía. Sería feliz viendo muchos de los partidos que se juegan en la actualidad.

Nereo Rocco, la leyenda del “Patrón”:

https://youtu.be/TvjOYehsDIc