No más alto, pero sí más rápido. Mucho más rápido. Este es el lema de un guía de alta montaña británico que quiere llevar a sus adinerados clientes a la cima del mundo en tan solo 42 días.
Por 60.000 euros por alpinista (un poco más de 47 millones de pesos chilenos), Adrian Ballinger propone un ascenso exprés al Everest, que preside el cielo del Himalaya desde sus 8.848 metros de altura.
“La mejor manera de ascender el Everest es hacerlo rápido, pasar el menor tiempo posible en el campo base y evitar las filas de espera en las proximidades de la cima”, explica el escalador desde su casa en Squay Valley, en California.
El objetivo es reducir el tiempo consagrado a aclimatarse a la altitud y a la falta de oxígeno. Para ello, los clientes deberán dormir en cámaras hipobáricas, que contienen un exceso de nitrógeno, durante las ocho semanas previas a la ascensión y llevar en sus casas máscaras de entrenamiento a la altitud.
“Estarán en mejores condiciones para ascender, ya que no deberán permanecer dos meses en la montaña subiendo y bajando para aclimatarse, y perdiendo al mismo tiempo peso y músculo”, asegura Ballinger, uno de los pocos occidentales que ayudó a los sherpas -guías nepaleses- a fijar clavijas y cuerdas en la vía de ascenso a la cima.
Los atletas y los ciclistas, deseosos de aumentar su capacidad pulmonar, conocen bien las cámaras hipobáricas, pero su eficacia y sus efectos son poco conocidos en el organismo de los escaladores.
Para Grégoire Millet, investigador del Instituto de Ciencias del Deporte de la universidad de Lausana (Suiza), sus beneficios son, sin duda, “limitados”.
“No existe ninguna investigación sobre el impacto de dormir en una cámara (hipobárica) durante un periodo tan largo de ocho semanas, pero siempre es preferible aclimatarse a la altitud en el terreno”, explica.
- Miedo a la ‘cascada de hielo’ -
En 2012, tres años después de coronar su primer Everest, Ballinger se convenció de la necesidad de alcanzar la cima más rápido. Esta ascensión rápida permite disminuir el número de pasos por “la cascada de hielo de Khumbu”, donde 16 sherpas murieron en un desprendimiento el pasado 18 de abril, la jornada más mortífera en la historia del Everest.
“Mi miedo a la cascada motivó principalmente la creación del programa ‘Ascensión rápida’”, asegura el alpinista. De media, un escalador debe superar la cascada seis veces durante el ascenso y otras seis en el descenso. Los sherpas más de 20 en cada sentido.
Una ascensión rápida permitiría dividir por dos el número de pasos para los sherpas y de reducir a uno solo durante la subida para un cliente.
Tras un exitoso intento el año pasado con un hombre de negocios ruso, Ballinger contaba con una primera temporada comercial este año, pero el alud del 18 de abril y el “cierre” posterior de la montaña del lado nepalés le obligaron a renunciar y a desplazar sus operaciones al lado tibetano.
Los sherpas pusieron fin prematuramente a la corta temporada de ascensiones a la cima del mundo, al dejar de trabajar para reclamar mejores salarios.
Adrian Ballinger reconoce que el negocio del Everest atrae a empresas “poco escrupulosas” e insiste en que los candidatos deben ser más aguerridos.
El alpinista británico exige, además, que sus clientes hayan coronado ya un 8.000 y utilicen ganchos y piolets sobre hielo, en detrimento de las cuerdas fijas, para adelantar a las cordadas más lentas.
Según Elizabeth Hawley, una especialista residente en Katmandú que se encarga de oficializar las ascensiones, el proyecto de Ballinger está condenado al fracaso. “No puede funcionar. Los escaladores aficionados no serán capaces de hacerlo”, predice.
Tonterías, responde Ballinger. “En diez años, la mayoría de las ascensiones del Everest, si no todas, serán rápidas”.